Cada vez más grotesco y trágico

Si no fue un suicidio, entonces fue un crimen. Es lo que le sucedió al fiscal Alberto Nisman en una hora imprecisa del domingo. Ése fue el núcleo central de la exposición de ayer de Cristina Kirchner, otra vez en las redes sociales, otra vez con un subtexto en el que lo que importa es ella y no el fiscal muerto.


Por Joaquín Morales Solá | LA NACION

La Presidenta, convertida de pronto en una prolífica escritora de crónicas policiales, llegó tal vez a una deducción relevante: la muerte política de Nisman podría transformarse en un punto de inflexión político, en ese instante del camino en el que la historia ya no puede volver a ser la misma.
Ni en un solo párrafo la Presidenta señala directamente a los autores del presunto crimen, pero está segura de que iban por ella. ¿Cómo sabe que fue una conspiración contra ella si no está en condiciones de denunciar ante la Justicia a los criminales? ¿Cómo, si en pocos días dio tantas versiones distintas? ¿Por qué deberíamos creer que esta vez no cambiará el discurso sobre la conmoción que estremece al país, si ya lo cambió varias veces?
El kirchnerismo era, en su esencia última, la ex SIDE. Ahora se sabe. El desmoronamiento del relato, el imperio mafioso de la política argentina, las rendiciones de cuentas liberadas al antojo de cualquiera comenzaron cuando la Presidenta tumbó a la vieja conducción de la ex SIDE. Esto no habla bien de esa conducción. Al contrario, es la constatación de que sólo una dirección perversa de los servicios de Inteligencia podía controlar la política por el miedo, la compra o el alquiler de voluntades. Fue la conversión de los espías en dueños de la política. Esa conducción, que también sirvió durante una década para tratar de destruir moralmente a los enemigos del kirchnerismo, aparece ahora como el principal enemigo público de la fracción gobernante. Es notable la capacidad del Gobierno para escribir, borrar y reescribir la historia.
Un generación de políticos peronistas parece querer apresurar el final de su carrera. Son los que aplaudieron sin condiciones a los que tienen el poder; los legisladores que aprobaron leyes y acuerdos a libro y ojos cerrados; los que suscribieron hasta hace pocos días las teorías presidenciales que luego la propia Presidenta desmontó.
¿Con qué cara le seguirá hablando a la sociedad Julián Domínguez, luego de haber insinuado que Nisman tenía la culpa de su propia muerte? ¿Puede Diana Conti permanecer en el primer plano después de haber intentado amedrentar a Nisman, cuando le anunció que iría con los "tapones de punta" a la exposición ante el Congreso el día en que se conoció su muerte?
¿Pueden los legisladores kirchneristas conservar un mínimo de autoridad moral luego de preguntarse públicamente "qué pasó", en medio de nefastas alusiones sobre los supuestos móviles del fiscal? Una estirpe de dirigentes está en problemas cuando pregunta "qué pasó" en lugar de responder a esa pregunta.
El peronismo no ha resuelto todavía (¿lo resolverá algún día?) su eterno debate entre la libertad y la supuesta justicia social, entendidas ambas como grandes conceptos. Esa concepción que concibe ambas conquistas como incompatibles quedó en videncia ayer, una vez más, cuando la cúpula del Partido Justicialista culpó a los medios periodísticos independientes, entre varios sectores más, de la crisis política que convulsiona al país. ¿Quién lo convirtió al viejo Jaime Stiusso en lo que era y es? ¿Quién decidió modificar radicalmente la política con Irán? ¿A quién acusó Nisman poco antes de su muerte? El Gobierno está en la respuesta a cada una de esas preguntas. El peronismo nació en la historia de una conspiración y habita en las conspiraciones.
Han pasado diez días desde la asombrosa denuncia de Nisman contra la Presidenta y su canciller, Héctor Timerman, por el acuerdo sobre el criminal atentado a la AMIA. Cristina escribió un libro por entregas en Facebook desde entonces, pero nunca explicó a ciencia cierta, y con argumentos creíbles, por qué suscribió aquel pacto con un gobierno al que la justicia argentina encontró culpable del más grande atentado que sufrió el país. El argumento de que ésa era la única posibilidad de que declararan los iraníes sospechados cayó empujado por el propio decurso de los acontecimientos. Irán terminó despreciando de mala manera el acuerdo.
A propósito de Facebook, ¿no es hora ya de que la Presidenta le hable al país por cadena nacional sobre la denuncia y la muerte del fiscal Nisman? ¿O, acaso, la cadena nacional sólo servía para inaugurar alcantarillas, para reinaugurar hospitales, y para retar o elogiar a gobernadores e intendentes? ¿En qué quedó, después del escándalo y la muerte, aquel anuncio de que habría cadena nacional todos los días para que los argentinos se enteraran de la obra y las ideas presidenciales, sin intermediarios?
La Presidenta ha entrado, paralelamente, en una deriva peligrosa. Nunca, como ahora, su visión de las cosas ha sido tan conspirativa ni llamaron tanto la atención sus increíbles deducciones. Nunca encontró tan inverosímiles culpables, a pesar de que tiene una vieja historia de culpar a otros de sus propios errores. Mezclar a Clarín con las manifestaciones de Francia y con los asesinatos en la revista Charlie Hebdo fue una inferencia rocambolesca que ni siquiera es fácil de entender.
¿Estamos, tal vez, ante una Presidenta sorprendida por los trazos claros de la realidad, a la que ya nadie le puede mentir? ¿Qué mentira se podría construir sobre la inmodificable muerte de una persona? ¿Es, quizás, la reacción de una jefa política acostumbrada a recibir informes parciales, tergiversados o falsos de las cosas que pasan y que, de pronto, descubre que la realidad es distinta, trágica e inmutable? ¿Hasta qué punto el largo ejercicio de un poder personalista y endogámico no trastornó seriamente la capacidad de análisis y de decisión de la Presidenta?
Ésas son las preguntas que el sistema político debería responder junto con las que se desprenden de las acusaciones y la muerte de Nisman. La Presidenta parece ya en la defensa de la última línea antes de una desastrosa derrota, en el inútil juego de "todo o nada" antes del final.
¿De dónde saca Cristina Kirchner que Nisman nunca se enteró de la supuesta debilidad de su denuncia? ¿De dónde extrae que la denuncia era débil? Es impredecible la suerte judicial de la denuncia de Nisman, pero es irresponsable, por lo menos, suponer que la denuncia era débil. Nisman tuvo tiempo, antes de tropezar con el final prematuro de su vida, de contar que trabajó dos años en esa acusación, que escribió 300 páginas y que juntó centenares de CD con grabaciones.
Hay, según el Gobierno, espías que no son espías, pero que decían que eran espías. Hay un propagador serial de violencia, Fernando Esteche, el jefe de un ejército irregular y destructivo, que terminó contando su relación promiscua con el Gobierno. Hay grabaciones de conversaciones entre los acusados que comienzan a salir a luz. El problema de la Presidenta es que sus inferencias o las presuntas conspiraciones no pueden borrar las grabaciones de conversaciones muy reveladoras entre personajes marginales de la política que su Gobierno llevó al centro del escenario. Son los mismos personajes acusados por Nisman de integrar la diplomacia paralela.
Hasta después de su muerte, el Gobierno describe indirectamente a Nisman como una persona miedosa y apocada. ¿No es eso lo que se deduce del propio relato de Cristina Kirchner sobre la muerte del fiscal, cuando asegura que ni él sabía de la falsedad que otros le habían "plantado" en su denuncia? Nisman no era así. Era, más bien, todo lo contrario. Un obsesivo de su trabajo en la causa de la AMIA, en el acierto o en el error. Sabía nombres, direcciones y situaciones actuales de decenas de dirigentes iraníes.
El ex vicecanciller Roberto García Moritán (que desempeñó ese cargo durante la gestión de Jorge Taiana como canciller) contó una significativa anécdota de Nisman para desmentir esa versión que el Gobierno difunde del fiscal. Dice García Moritán que Nisman debió enfrentarse personalmente con una delegación del gobierno iraní en la sede de Interpol, en 2008. Sólo le había pedido a la cancillería la asistencia de un diplomático, que fue designado. García Moritán subraya el coraje de Nisman para discutir frente a frente con los iraníes, que terminaron deslizándole sutiles amenazas. Ese hombre no puede ser el mismo Nisman que ni siquiera sabía lo que había firmado, según la última versión en Facebook de Cristina Kirchner.
La Argentina es un país atravesado por la muerte. La muerte definió muchas veces la política. Muchas muertes o una muerte simbólica. El final de Nisman parece constituir ese momento en el que una vida, o la culminación de ella, cambia los planos preexistentes en todos los sentidos.
Entre tanto, la sociedad es espectadora forzosa de la anomia, ya no en la estructura social, sino dentro del propio Gobierno. La sociedad es un conjunto de personas sin conducción ni contención, conmovidas e indefensas. ¿Qué puede esperar el argentino común de sus fuerzas de seguridad si la propia Presidenta le echa la culpa de la muerte de Nisman a la custodia policial de Nisman? No puede esperar nada cuando sólo ve que lo grotesco y lo trágico se confunden cada vez más.

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