En el mundo K, los únicos privilegiados son los de La Cámpora

Muy parecidos a los cristinistas veteranos en cuanto a su incapacidad para la gestión administrativa pero con mucha menos formación cultural, los jóvenes de La Cámpora ni siquiera fueron hábiles para mantener el kiosco que les habilitó Néstor Kirchner, y terminaron fusionados en Unidos y Organizados, el nuevo sello de goma para ocultar la impericia juvenil. Pero hay algunas otras cuestiones muy interesantes...



'El Cuero' Larroque, demostración de la improvisación, ignorancia y ambición desmedida de poder de los muchachos K.

por CARLOS SALVADOR LA ROSA
 
CIUDAD DE MENDOZA (Los Andes). En columnas anteriores nos ocupamos de los “viejos” K, personas como José Pablo Feinmann, Horacio Verbitsky o Ernesto Laclau, que desarrollaron respetables trayectorias literarias, periodísticas o académicas cuando la democracia renacida les abrió -como a todos- sus puertas.
 
Hasta que un día algo les hizo revivir en sus almas las pasiones juveniles, las que los hicieron participar en los ’70 de una revolución trunca, a la que, décadas después, el kirchnerismo reconstruyó en términos meramente nominales.
 
Así, un puñado de nuevos ricos políticos convocó -para que los legitimaran simbólicamente- a un puñado de viejos intelectuales que sintieron que la vida les daba revancha, que por segunda vez pasaba por su puerta el tren de la historia y entonces se subieron a él para reiniciar viejas luchas. O sea, el kirchnerismo les ofrecía la emocionante experiencia turístico-cultural de navegar en un lujoso crucero donde se reproducían ficcionalmente las aventuras de los viejos naufragios. 
 
Ahora ellos podían volverse a sentir -antes de acogerse a la merecida jubilación- como valerosos caballeros del mar luchando contra crueles piratas pero protegidos por el poder oficial para que la nueva guerra no elevara su colesterol. 
 
Devinieron entonces oficialistas plenos dentro de una democracia que les permitía tomar la Sierra Maestra que antes no pudieron, sin despeinarse, sin derramar sangre, acusando gratuitamente de golpistas a todos los que no pensaban como ellos, por -precisamente- no existir temor de golpe alguno.
 
Una síntesis perfecta donde la adrenalina de los viejos tiempos se volvía a sentir haciendo una revolución desde las burocracias públicas, la biblioteca nacional o las redacciones periodísticas subsidiadas por el poder. Un poder que ni los viejos intelectuales ni los nuevos ricos políticos tomaron por las armas ni per se, sino que se los regaló con moño el “conservador” de Eduardo Duhalde.
 
Pero dentro del actual oficialismo, no todos son nostálgicos de revoluciones idas o jamás acontecidas, sino que también hay jóvenes. En esta nota queremos referirnos a varias cosas que hicieron o dijeron por estos días algunos pibes K.
 
El eternizador
 
Se trata de uno de los jefes nacionales de La Cámpora. Su nombre es Andrés “El Cuervo”Larroque y la semana pasada dijo que a él no le interesa tanto un tercer mandato de Cristina como que “se eternicen las políticas de este gobierno, se profundicen y se mantengan en el tiempo”. 
 
Lanzó, además, una inquietante advertencia: “Las circunstancias irán marcando cuáles son las formas y las maneras de que esto se mantenga en el tiempo”. A buen entendedor pocas palabras, lo importante es eternizarse en el poder, lo menos importante es cómo hacerlo, siempre que se haga.
 
Los gobiernos progresistas no reeleccionistas de América Latina, como los actuales de Brasil y Uruguay o como lo fue la concertación chilena, también quieren que sus políticas se mantengan en el tiempo. Pero no necesariamente a través de sus personas o sus partidos, sino de la solidez de sus políticas, de modo tal que ni aunque suba al gobierno un opositor a las mismas las pueda cuestionar en su esencia. Hoy, por ejemplo, la señora Bachelet es más popular en Chile que cuando debió ceder su cargo a un opositor “neoliberal”.
 
Y ni Lula ni Tabaré se creyeron imprescindibles, siendo hoy más populares que cuando se fueron. Es que siempre y cuando se mantenga la democracia, no se necesitan caudillos irreemplazables ni gobiernos del mismo signo si las grandes transformaciones se instalan en el corazón de los pueblos.
 
En cambio, quien cree que la alternancia en democracia es un retroceso es porque no cree en la validez de sus políticas y bajo la excusa de eternizarlas lo único que quiere es sobrevivir él, por más que diga estar defendiendo no un gobierno sino una revolución. No hay nada peor que cubrir con palabras nobles intereses bajísimos. Los revolucionarios de verdad siempre llegan al poder desde abajo. 
 
En cambio, cuando uno empieza la “revolución” desde arriba, más que defender la supuesta revolución lo que no quiere es caer en el llano, que es bastante menos cómodo que las alfombras del poder.
 
El estatizador
 
Todos los políticos, incluso los más geniales, pueden ser estafados por algún cuentero. A Juan Perón el cuento del tío se lo hizo en los años ’50 un seudocientífico alemán llamado Ronald Ritcher, quien lo convenció de poseer los secretos de la energía atómica que ni los grandes países conocían. El General le armó un laboratorio gigantesco e incluso anunció al mundo sus invenciones. Todo resultó un fiasco fenomenal, pero como Perón era capaz de rectificarse, dio marcha atrás y hasta metió en cana al chantún.
 
Cristina se persuadió de estar frente a un tipo genial el día que Amado Boudou le dijo su secreto: que la plata grande estaba en las AFJP. La idea no era original de Boudou pero el pillo la vendió como propia y tan grande fue la admiración de Cristina que lo premió con la Vicepresidencia. Allí descubrió que el genio sólo quería vivir la vida loca con sus compinches de Mardel y con la plata de todos y todas, pero se dio cuenta tarde. 
 
Ahora, el otro sabio que le vendió a Cristina sus secretos atómicos se llama Axel Kicillof, un cheto-marxista tamizado con keynesianismo de manual, que le dijo que la nueva caja estaba en YPF y que si tomaba la empresa por asalto, encontraría dentro de ella más plata de la que encontró Perón en los pasillos del Banco Central.
 
Néstor Kirchner y Guillermo Moreno siempre entendieron la economía como el arte del almacenero“Lo que no controlamos nosotros lo controlan los acaparadores”, pensaban, y por eso querían manejar directamente a todas las empresas y empresarios. 
 
Cristina no se siente almacenera sino que tiene ínfulas intelectuales, entonces sólo entendió la lógica económica cuando el Axel se la explicó científicamente, cuando le dijo que para hacer la revolución de lo que se trata es de estatizar lo que nunca nadie antes pensó.
 
Así, estatizar empresas quebradas como Aerolíneas era recuperar la soberanía de los cielos y estatizar el dólar era rescatar el billete verde para fines colectivos, quitándoselo a la clase media avara que de pura antinacional no le gusta ahorrar en pesos. El cultivado muchachito piensa que palabras como “seguridad jurídica” o “clima de negocios” son “horribles”, y que sus antecesores en la economía K como Prat Gay, Redrado, Lousteau o Lavagna son “faranduleros”. 
 
A partir de tales genialidades él es la nueva esperanza blanca del cristinismo. Ojalá no sea un nuevo Ritcher.
 
El hijo de papá
 
Esta semana se vivió en el Congreso Nacional una verdadera tragedia shakespereana cuandoHugo Moyano acusó de traidor al abogado de la CGT, Héctor Recalde, por haberse vendido al gobierno. 
 
Pero el drama no estaba en el recinto, sino en el alma partida de Recalde, un hombre que durante 20 años hasta defendió lo indefendible cuando de Moyano se trataba pero que ahora no puede hacerlo más porque una de las grandes estrellas de la juventud K es Marianito Recalde, su hijo, el presidente de la empresa aérea que produce dos millones de dólares de pérdidas diarias y que, fiel a la causa, va por mucho más.
 
En un momento político normal, que un padre defienda ciertas ideas y su hijo otras, no es nada fuera de lo común, pero cuando las únicas categorías políticas que existen son las del leal, la del enemigo y la del traidor, la libertad de pensar distinto desaparece, que es lo que le pasó a Recalde. O era él o era su pibe. Y como buen padre, decidió salvar al hijo aunque él se hundiera en la ignominia. 
 
Que el padre entregue su alma para salvar el pellejo del hijo es algo que no puede calificarse superficialmente de lealtad suprema a la sangre o de traición absoluta a los principios. Es una tragedia provocada por el poder cuando los que lo ejercen se creen dioses y la única opción que le ofrecen a sus fieles es la sumisión del súbdito o el destierro a las tierras del enemigo.
 
El dueño de la feria
 
Leonardo Martí, el joven mendocino que coordina la Feria del Libro es autor de una frase que quedará en la historia: “Vos a tu casa no invitás a gente que te hace sentir mal”. Entonces decidió no invitar a la Feria a los que lo hacen sentir mal. Invitó a “su casa” a oficialistas, pero también a gente de “derecha” como Graciela Maturo o “muy de derecha” como Angel Puente Guerra
 
Incluso invitó a radicales siempre y cuando “piensen bien”. A los que no invitó -además de los que lo “hacen sentir mal” y de los que “piensan mal”, fue a los que “saltaron el charco”, a los que “no son coherentes ni respetables”, a los que “no tienen sustento”, a los que dicen “barbaridades”, a los que “defienden intereses” y a la “gente intelectualmente poco seria”.
 
En todos los casos, el que define quiénes están inmersos en ese perfecto manual de los censurados es Martí. Y para el coordinador son los siguientes: Tomás Abraham, Martín Caparrós, Jorge Lanata, Beatriz Sarlo, Marcelo Zlotogwiazda y Ernesto Tenembaun.
 
En la recordada revista “Humor” era famosa una historieta que hasta llegó al cine: “La Clínica del Doctor Cureta”, que contaba las andanzas de un médico bien chanta y mercachifle que calificaba a toda persona que lo criticaba o que tenía ideas de izquierda como que “pensaba feo”. En la Feria del Libro de Mendoza, ahora desde una supuesta visión de izquierda, apareció una nueva división que rescata el espíritu del doctor Cureta: los que “piensan bien” y los que “piensan mal”.
 
En la Feria del Libro de Mendoza, un joven K decidió que pueden entrar todas los escritores menos los “que saltaron el charco”. Pero sin embargo invita a exponer de temas políticos a dos de los saltadores de charcos más extraordinarios de la historia argentina. 
 
A Pacho O’Donnell y Orlando Barone. El “Pacho” es muy buen tipo, pero supo ser alfonsinista, menemista y kirchnerista, siempre coincidiendo sus cambios ideológicos con los que estaban en el poder. Y Barone fue una vieja pluma de Clarín y de La Nación que saltó todos los charcos existentes y cuando no había charcos los inventaba por el solo gusto de saltarlos. 
 
En el maravilloso film “Cinema Paradiso” había un simpático personaje que vivía en la plaza del pueblo, y de tanto vivir en ella le gritaba a todos los que la pisaban que “La piazza é mia, la piazza é mia”. 
 
Aquí, en Mendoza, el dueño de la Feria le permite la entrada libre a los incoherentes que hoy coinciden en pensar como él, mientras califica de incoherentes a todos los que no piensan como él. Total, la Feria es suya y está en su derecho, porque nadie en el gobierno provincial le dijo nada.

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