Tiempo de vísperas: ¿se viene el "gran cambio"?

La gigantesca manifestación del 8-N empieza a generar resultados: de un lado, el Gobierno ha exceptuado del pago de Ganancias, por única vez, el próximo aguinaldo; del otro, para demostrar el crecimiento de la clase media, cuyo mérito se atribuye, ya no recurrió a las poco confiables estadísticas del Indec, sino a datos del hasta ayer cuestionado Banco Mundial. Son dos pasos en la dirección correcta. Pero son dos pequeños pasos, insuficientes, por cierto, en comparación con todo lo que el Gobierno debería cambiar para ponerse a tono con el nuevo humor de los argentinos. A estos dos "pequeños pasos", ¿seguirán otros de mayor alcance? La pregunta es pertinente porque el Gobierno, simultáneamente, mostró de nuevo el rostro hostil que lo había caracterizado hasta ahora cuando la ministra Débora Giorgi se retiró intempestivamente de una reunión que compartía con el gobernador de Córdoba, José Manuel de la Sota, debido a que éste se atrevió a apartarse del credo oficial. ¿En qué quedamos entonces? ¿Está empezando a cambiar el Gobierno después del 8-N en dirección de la distensión o los tímidos pasos positivos que venimos de anotar fueron golondrinas sueltas que no anunciaban el verano?



Si aceptamos que, después del 8-N, el Gobierno tendrá que cambiar, hay dos cambios posibles en su atribulado horizonte. Los que acabamos de mencionar son sólo cambios en el modelo, gestos destinados a ganar tiempo que no bastarán para calmar a la opinión pública porque ella parece querer algo más profundo, el cambio del modelo en dirección del diálogo y la convivencia democrática que todavía nos faltan. Los pequeños signos de distensión que hasta ahora hemos recogido también podrían apuntar, por ser contradictorios con los que habíamos registrado hasta ahora, a que entre los funcionarios que rodean a Cristina las cosas ya no están claras, que empieza a insinuarse en medio de ellos una división sobre el mejor curso a seguir, a la espera de que la Presidenta escoja una estrategia definitiva a la luz de las nuevas circunstancias que ahora la rodean. Estas nuevas circunstancias incluyen, asimismo, un nuevo horizonte, un nuevo futuro donde ha empezado a brillar la creciente certeza de que en 2015 Cristina ya no podrá ser reelegida.
Escribió Adam Smith que un gobernante es verdaderamente grande cuando sabe desprenderse de los seguidores incondicionales que, asfixiándolo, lo rodean. Es que, si el gobernante cambia cuando hay que cambiar, deja necesariamente en el camino a quienes creían haberse adueñado de él. Este giro es percibido por los incondicionales como un acto de traición. Pero el gobernante que no "traiciona" el fanatismo de quienes lo asfixian queda, junto con ellos, del lado oscuro de la historia. Éste es el dilema que hoy asalta a Cristina, que poco a poco se va acercando a la encrucijada que definirá su destino.
Porque no hay uno sino dos caminos opuestos para lo que queda de su gobierno. El primero consiste en "profundizar el modelo" al que la ciudadanía, después de otorgarle el 54 por ciento de los votos hace un año, empezó a abandonar el 8-N. El segundo es escoger la apertura y el diálogo en los tres años que le quedan. Esta alternativa la dejaría sin los aplaudidores de hoy, pero le ganaría a cambio el reconocimiento del país y de la historia, en dirección a la democracia republicana que aún no somos. ¿Será capaz Cristina de aspirar a ella? Queremos suponer que los dos pequeños gestos que anotábamos al comienzo de este artículo apuntan en esta dirección. Otros signos congruentes deberían, por supuesto, confirmarlos. Ellos son quizás improbables, pero no por eso son imposibles.
En un libro titulado El arte de prever el futuro político, Bertrand de Jouvenel no incursiona en "el" futuro político, sino en "los" futuros políticos porque a la inversa del pasado, que siempre es uno, los futuros a los cuales nos asomamos siempre son varios. Por eso los llama futuribles: los "futuros posibles" entre los cuales tendremos que escoger. ¿Cuáles son, en este sentido, los "futuribles" de Cristina? Por lo pronto, dos: mantener o sustituir lo que ella llama "el modelo". Si ella escoge mantener el modelo de gestión que ha seguido hasta ahora, lo que probablemente la espera es seguir padeciendo el desgaste que sufre en estos días ante la sociedad argentina, un desgaste que quizás aumente hasta llevarla a la derrota en las elecciones parlamentarias de 2013 y a la imposibilidad de influir en la designación del candidato a sucederla en la elección presidencial de 2015. Lo que la esperaría, en otras palabras, es el fracaso. Un fracaso al cual no querrán acompañarla otros referentes del peronismo como Scioli, De la Sota y otros gobernadores peronistas, de acuerdo con la frase mil veces repetida de que los dirigentes justicialistas acompañan a sus caudillos hasta la puerta del cementerio, pero no entran en él.
Recorramos, también brevemente, el segundo futurible que aguarda a Cristina. Este segundo futurible tendría que comenzar, por lo pronto, por la expresa renuncia presidencial a la re-reelección en 2015. Sería equivalente, en verdad, a renunciar a una posibilidad que ya está perdida. Sería una resignación que tendría, de todos modos, dos efectos inmediatos. Uno, disminuir de inmediato la tensión política que todavía nos aflige. Otro, abrir formalmente la competencia presidencial con miras a 2015. Liberada de la perspectiva re-reeleccionista que hoy la acosa, la Presidenta podría dedicarse al buen gobierno que todavía ignora, y es posible que, lejos de convertirse en el pato rengo que sus asesores temen, su gesto de renunciamiento le diera el prestigio y la influencia que ha venido perdiendo, de modo que podría recobrar lo que hoy parece haber perdido: la posibilidad de influir en la elección presidencial de 2015, cuando ella ya no sea candidata.
Al renunciar de buen grado a la re-reelección para 2015, al resignarse espontáneamente a la pérdida de una posibilidad que la realidad y la ley ya le están negando, la imagen de Cristina se transformaría por completo, de una mandataria autoritaria y poco democrática, en vertiginoso descenso ante el tribunal de la opinión pública, a una presidenta republicana "normal", que no aspira a eternizarse en el poder. Pasaría a asemejarse a Lula, a Dilma Rousseff, a los demás presidentes latinoamericanos que hoy gravitan en países como México, Colombia, Chile, Perú o Uruguay, alejándose definitivamente de los excesos re-reeleccionistas de Chávez y sus émulos en Ecuador, Bolivia y Nicaragua, que han dejado de ser republicanos para convertirse en dictadores a los que quizás espera, como tantas veces enseñó la historia, un trágico final.
Queda sin embargo un argumento en favor de aquellos que insisten, contra viento y marea, en la re-reelección de Cristina. Es el argumento reciclado del pato rengo. Si la Presidenta anunciara desde ahora que en 2015 no buscará un tercer período consecutivo, ¿no perdería de inmediato toda autoridad? ¿No pondría al país al borde de la anarquía? No, si se cumplieran dos condiciones. Como hábil política que es, ella tendría que orientar a un peronismo al principio desorientado. La oposición, por su parte, debería moderar en tal caso la tentación de la revancha. La perspectiva que hemos estado examinando nos convertiría en una república democrática como la mayoría de las que pueblan hoy a América latina, con la promesa indudable de un progreso arrollador en el campo económico y social. Si es la hora de América latina, ¿por qué no ha de ser la hora de la Argentina?

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