Lo que el pueblo quiere saber

Durante la Semana de Mayo, mientras se formaban los primeros gobiernos patrios de nuestra historia, en la plaza del mismo nombre se difundía un reclamo urgente: "El pueblo quiere saber de qué se trata". El pueblo, que estaba en la plaza, quería saber lo que trataban, quizás a espaldas de él, sus presuntos representantes reunidos en los salones del gobierno. Tenía, a la vez, esperanza y temor. La esperanza de que su voz fuera escuchada. El temor de que otros hablaran en su nombre, falsificando sus ideales.


Por Mariano Grondona | LA NACION

Siempre ha habido una distancia entre el pueblo y las minorías que pretendieron representarlo. Pero ¿es el pueblo verdaderamente representable? Lo sería irrefutablemente, sin duda, si su voto fuera unánime. "Unánime" significa que el pueblo se pronuncia cual si fuera uno. Esta condición se manifiesta sólo en circunstancias excepcionales; en las guerras de la independencia, por ejemplo, o en nuestros momentos fundacionales, como el Acuerdo de San Nicolás o la consagración de la Constitución de l853. Fuera de estas rarísimas ocasiones, lo que habitualmente prevalece es la pluralidad del disenso. ¿Cómo equiparar entonces las situaciones de disenso con las situaciones de unanimidad? Mediante una ficción por todos aprobada, gracias a la cual se pretende que la mayoría, para los efectos prácticos, equivale en cierto modo a la unanimidad, por lo menos hasta los próximos comicios.
El domingo viviremos una de estas venturosas ficciones sin las cuales la democracia no sería viable. Alguien ganará y alguien perderá, pero así como todos somos conscientes del acuerdo que hemos celebrado para procesar nuestros desacuerdos, también hemos coincidido en darle al vencedor un poder limitado, sólo hasta el próximo pronunciamiento popular. ¿Quiénes serán el próximo domingo los depositarios del privilegio democrático de constituirse, por un plazo, en la minoría más representativa de los argentinos?
Por encima de las candidaturas, sobresalen dos nombres, con opción a tres: Daniel Scioli del lado del oficialismo, Sergio Massa del lado de la oposición y, desde la ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri, mientras la presidenta Cristina Kirchner continúa en reposo por indicación médica y al vicepresidente Amado Boudou le han dictado un reposo político sin indicación médica. Como el que decide entre nosotros, finalmente, es el pueblo, y habiendo perdido la Presidenta estrepitosamente en las elecciones intermedias PASO del ll de agosto, todo parece indicar que la batalla final por el favor de los argentinos, el próximo domingo, la librarán el gobernador "semioficialista" de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, y el intendente opositor de Tigre, Sergio Massa. Tercero quedaría Mauricio Macri y cuarta, cerrando filas, la propia Cristina.
¿Por qué decimos que Scioli es "semioficialista"? Porque ha manejado con arte consumado el recurso de la ambivalencia. De un lado, Scioli profesa de continuo su ortodoxia cristinista. Pero, por debajo de esta ortodoxia, la expresa de tal modo que el que sepa leer sus mensajes también advierte una tímida disidencia. Es y no es, en suma, cristinista, e invita por ello a todos, cristinistas y no cristinistas por igual, a que hagan su propia lectura, procurando de este modo sumar al mismo tiempo a los que aman a Cristina y a los que desconfían de ella.
Massa, por su parte, ha exhibido en grado excelso otra virtud que los clásicos recomendaban; la virtud del "kairós", o percepción del tiempo oportuno para decir y para callar, para actuar y para omitir. En un momento en que casi todos vacilaban, Massa irrumpió en forma triunfal, y tanto fue así que pudo colocarse a la cabeza del lote de los aspirantes a la presidencia. En cuanto a Macri, con el subte viene de subrayar la importancia de la obra pública en un país al que los Kirchner habían dejado casi sin ella.
Quizás al pronunciar la famosa frase "el pueblo quiere saber de qué se trata" los manifestantes de Plaza de Mayo en 1810 querían preguntarse, en el fondo, no tanto sobre los que pretendían representarlo, sino sobre sus propias aspiraciones. ¿No aspiramos en cierta forma a lo mismo después de doscientos años de historia? Pasada la locura de la "Cristina eterna", los argentinos seguimos preguntando, en resumidas cuentas, por nosotros mismos. Y si decimos que el cristinismo fue una "locura" es porque quiso introducir en una república, precisamente, una simiente monárquica. Después de que el pueblo rechazó este desvarío el 11 de agosto, los que quedan en carrera hacia 2015 son todos ellos republicanos. Al igual que casi todas las democracias latinoamericanas y que todas las democracias europeas, nos vamos normalizando. Ésta es, quizá, nuestra revolución.
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