Una victoria relativizada por las propias expectativas

Si algo dijeron los resultados de la Capital del domingo pasado fue que las elecciones no se ganan ni se pierden de antemano. Mauricio Macri es en estas horas (en que oficialistas y opositores lo tratan como a un derrotado) víctima de su propio triunfalismo. Una victoria con cerca del 52 por ciento de los votos no debería ser un mal resultado electoral, sobre todo porque quien ganó es un partido y quien salió segundo haciendo una muy buena elección, Martín Lousteau, fue la expresión de una amplia coalición política y social. Pero el triunfo de Pro se encogió dramáticamente por las expectativas previas. El macrismo había pronosticado con seguridad una diferencia de no menos de diez puntos entre Horacio Rodríguez Larreta y Lousteau, que se redujeron a escasos tres. Una victoria amarga puso en discusión el exitismo con que se venían moviendo Macri y sus seguidores para las presidenciales de agosto y octubre.


Por Joaquín Morales Solá | LA NACION

Aquella lección es aplicable perfectamente a Daniel Scioli y al kirchnerismo en general, que anda promoviendo desde hace rato la certeza de que el oficialismo ya ganó. Es más desconcertante aun que Scioli haya celebrado con algarabía la supuesta mala elección de Macri, sobre todo cuando el kirchnerismo perdió, en la primera vuelta, el derecho a participar en el ballottage capitalino del domingo pasado. Su candidato, Mariano Recalde, hizo una módica elección en la primera vuelta. Algo raro sucede, de todos modos, cuando los oficialismos se alegran de elecciones que tuvieron como protagonistas sólo a opositores.
Fue una anomalía política, en efecto, que la elección más iridiscente realizada en el país hasta ahora (tal vez porque la Capital es una vidriera incomparable) se haya resuelto en territorios exclusivos de la oposición. La culpa de esa anormalidad recae tanto en Macri (que no aceptó una primaria conjunta de toda la oposición) como en el radicalismo (que se dejó llevar por su vieja pasión por las peleas internas). Sea como sea, ni uno ni otro están en condiciones de cantar victoria después del domingo, porque es el kirchnerismo el que está celebrando.
A lo largo de todo el proceso electoral capitalino, la oposición perdió la noción de lo que estaba en juego. O no registró un hecho significativo de los últimos tiempos: el peronismo, en cualquiera de sus versiones, unificó una candidatura a nivel nacional y una clara propuesta electoral. Decir que Scioli es el candidato del kirchnerismo es decir una verdad a medias. Scioli es el candidato de todas las franjas del peronismo (desde el cristinismo hasta el menemismo residual, pasando por los peronistas históricos). Después de amagar rupturas improbables y abandonos inverosímiles, el justicialismo hizo lo que mejor sabe hacer: abroquelarse para conservar el poder. La oposición siguió, en cambio, la hoja de ruta prevista sin darse cuenta de que algo había cambiado drásticamente el mapa electoral. Ella también debió cambiar, pero no cambió nada.
La conclusión consiste sólo en imágenes contrapuestas, pero nadie puede negarles a las imágenes su importancia en la construcción política. Un oficialismo ordenado, aunque sepamos que Scioli no es ni será nunca el candidato ideal de Cristina Kirchner (más bien lo detesta, tal como lo hizo coherentemente durante los últimos doce años). Pero eso mismo hace también atractiva la candidatura del gobernador para varios sectores sociales. En la otra vereda, una oposición fragmentada y desorientada, aunque conozcamos que hay coincidencias básicas y fundamentales entre Macri, Elisa Carrió y Ernesto Sanz. Cada uno de ellos tiene un considerable valor individual, pero todos carecen de la vocación para cambiar o para adaptarse conjuntamente a la ostensible plasticidad de su oponente.
El peronismo no es el mejor partido en el gobierno (ni mucho menos), pero es el más inteligente para conquistar el gobierno. Es demasiado temprano, de cualquier forma, para asegurar que las equivocaciones capitalinas de la oposición han consolidado ya el triunfo de octubre del peronismo. Hasta podría suceder que muchos sectores que se divirtieron votando a Lousteau reevalúen su voto presidencial a favor de Macri. Al fin y al cabo, Lousteau fue el emergente de todo el antimacrismo de la Capital, del antimacrismo profundo, pero también del superficial.
Ésa era una perspectiva posible que debió amortiguar en su momento el triunfalismo de Pro. Si se hubieran sumado los votos del kirchnerismo en la primera vuelta a los votos del propio Lousteau en esa ronda, el resultado habría sido demasiado parecido al que logró al final el ex ministro de Economía. ¿Por qué creyó el macrismo en la abstención anunciada del kirchnerismo? ¿Por qué cayó en ese monumental error político? No es culpa de Lousteau que él haya terminado arrastrando al kirchnerismo; éste se hubiera plegado a cualquiera que amenazara con boicotear al principal candidato de la oposición. Por eso, también, Lousteau no debería contar como propios todos los votos que consiguió en el ballottage. Algunos, como el kirchnerismo fanático, no volverán a votar nunca por él.
También es raro que un asesor político y electoral, como lo es Jaime Durán Barba, tenga el protagonismo que tiene en la confección política de Pro. Es mucho más (o parece serlo) que un asesor; es el líder de una fracción interna. Sus consejos a Macri los convierte en posiciones públicas. Además, Durán Barba forma parte de sectores del macrismo enfrentados con otros sectores, milita con algunos dirigentes de Pro y se enfrenta con otros. Scioli también tiene un asesor electoral, el norteamericano James Carville, pero de éste se sabe poco y nada. "Daniel toma algo, sólo algo, de lo que le dice Carville", dicen al lado de Scioli. Sergio Massa también recurre a los consejos de un asesor, el peruano Sergio Bendixen, de quien se sabe un poco más que de Carville, aunque mucho menos que de Durán Barba.
Los asesores son necesarios en una carrera presidencial, pero lo único imprescindible es la inspiración del líder. En síntesis: el "Pro purismo" es un consejo de Durán Barba a Macri que chocó con más obstáculos que los permitidos en una campaña presidencial. Es hora de que la inspiración de Macri juegue su juego. También es cierto que la política le atribuye más cambios que los que él hace. Las recientes declaraciones de Macri sobre la conservación de algunas políticas cristinistas (YPF, Aerolíneas Argentinas o la Asignación Universal por Hijo) son muy viejas.
Párrafo aparte merecen las encuestas. Todas se equivocaron en el territorio que se creía más fácil de medir, como es la Capital.
Por eso, ahora se ponen en duda las mediciones que se conocen. ¿Los candidatos presidenciales miden en el vasto territorio nacional lo que las encuestas dicen que miden? ¿La buena imagen de Cristina Kirchner vuela tan alto (cerca del 45 por ciento, según casi todas las encuestas) como señalan las mediciones? Si en la Capital muchos encuestados dijeron que harían lo que no hicieron o que sentían lo que no sintieron, ¿por qué debe suponerse que el resto de los argentinos haría algo distinto? ¿No es lógico preguntarse si no estaremos viviendo vísperas de realidades diferentes?

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