Apolo y Venus

Desde los remotos tiempos de la Grecia clásica el cuerpo humano fue objeto de exaltación, inspiración artística, idealización de un canon de belleza y objeto erótico que incluía lo femenino y masculino y que atravesó siglos y culturas inventando términos que aludían a deidades greco-romanas como Apolo y Venus, representantes de la atracción sexual mientras que un regordete Cupido con arco y flecha asumía la corporización del amor, el romance y, a veces, el matrimonio, institución no siempre necesaria en tiempos paganos e imprescindible en épocas judeo-cristianas. Pero con el correr del tiempo y la historia al introducir el concepto de "pecado original", motivo de expulsión del paraíso de nuestros padres bíblicos Adán y Eva, la desnudez dejó su inocencia y se transformó en la incitación a la lujuria; la costilla del hombre, como se denominó a la mujer (concepto que hoy suena a un machismo aberrante), era más culpable que el macho tentado por la repugnante serpiente que comía la manzana.


Por Enrique Pinti |  Para LA NACION

¡Pobre fruta hoy recomendada por los dietólogos más reputados como alimento saludable! O sea que Adán era una víctima de un reptil y un fruto y Eva la depositaria de la infame tentación. A partir de ese concepto simbólico pero rotundo el cuerpo desnudo o semidesnudo comenzó a ser censurado no obstante lo cual los grandes maestros de la pintura y la escultura renacentistas volvieron a revalorarlos alternando vírgenes, santos y angelitos con rotundas nalgas, senos no tan protuberantes como los de las vedetongas siliconadas de nuestro cambalachesco siglo veintiuno pero senos al fin y hercúleos efebos de pectorales grandes y penes pequeños para no ofender pudores ni incitar a señoras y señores dignos a hacer disparates sexuales. Disparates, dicho sea de paso, que se siguieron perpetrando porque los impulsos humanos que llevan al deseo y a la explosión del erotismo a través de variados sentimientos que van desde la pureza más romántica a la lujuria desenfrenada, son irrefrenables y por más represión que exista emergen en todas las circunstancias de la vida. En medio de guerras, revoluciones, hambrunas y desastres los seres humanos no pierden el deseo, pueden aminorarse las apetencias, condicionarse pero nunca desaparecer.

Esta especie de "ensalada sensorial" ha confundido y sigue confundiendo a la raza humana que, al ser o pretender ser "racional", divide esas sensaciones en amor, romance, matrimonio, fidelidad, decencia, privacidad, apariencia, sexo sin amor, amor sin sexo, sexo tántrico, autocomplacencia, masturbación concreta o virtual y "sombras de Gray" variopintas y rebuscadas.
La publicidad gráfica ha jugado en los últimos dos siglos con la atracción del cuerpo femenino para promocionar ropas, gaseosas, dentífricos, muebles de cocina, desodorantes, perfumes y preservativos y, en los últimos sesenta años, han incorporado cuerpos masculinos torneados, musculosos, estilizados o andróginos para todo tipo de productos. O sea que la batalla de los sexos está bastante pareja y si bien la mujer está cosificada desde muchos años antes que el hombre, hoy en día se sigue apelando al sexo, los anglo-sajones hace siglos que denominaron "sex-appeal", a eso que en castellano es "apelar al sexo". Es lógico que para publicitar un dentífrico se muestre una dentadura espléndida y para hablar del perfecto calce de un calzoncillo se exponga un cuerpo masculino proporcionado. Lo que suena ridículo es que para promocionar un aceite de oliva se muestren tetas y para una crema de afeitar se recurra a un culo masculino depilado. Las cosas en su sitio y el sexo en paz.

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