Playas del paraíso

Noticias escalofriantes provenientes de Europa informan de la muerte de cientos y cientos de seres humanos muertos y desaparecidos luego del naufragio de precarios botes y destartalados. Cruceros sin las más elementales condiciones de seguridad, ocupados por inmigrantes desesperados que han huido no sólo por la quimera de encontrar una vida mejor en Europa, como viene ocurriendo desde hace dos décadas, sino por salvar sus vidas de las masacres de las guerras de los fundamentalistas religiosos que castigan con la decapitación y hogueras cualquier intento de fuga.


Lo más macabro es que mafias inescrupulosas engañan a esos desesperados sacándoles mucho dinero para proveerlos de esas espantosas embarcaciones, abandonándolos en alta mar sin ningún tipo de protección y arrojándolos a una muerte segura con naufragios de terribles consecuencias. O sea: ruina económica, muerte horrorosa y tumba en el fondo del Mediterráneo.
A todo esto, una parte de Europa, la Europa del norte, no acompaña demasiado a la Europa septentrional, España, Italia y Francia, que son los países que reciben la mayor parte de esa inmigración masiva, desesperada y de creciente cantidad.
Las políticas implementadas últimamente han dejado de lado el asistencialismo y la ayuda a esas víctimas, es decir a los sobrevivientes de esas incursiones, entre los cuales hay muchos niños y ancianos. Los países más afectados luchan en solitario contra el problema aportando fondos millonarios en épocas de crisis económica y social que perjudican a sus habitantes con desempleo, optando por medidas que impiden la entrada de esos contingentes sin preocuparse por el destino de esos infortunados.
Esta situación deja de lado la labor humanitaria definida por los más poderosos como "buenismo", o sea demagogia populista que va en detrimento de los intereses nacionales. Los recortes que se siguen produciendo cortan el hilo por lo más delgado y sólo unos grupos minoritarios tachados de "progres pasados de moda" tratan de buscar soluciones que no hundan vidas humanas en el océano.
Las espantosas guerras que han destruido, fragmentado, dividido y desmembrado países otrora unidos y a veces prósperos, son una plaga que no sólo perjudica a esos seres humanos errantes en la búsqueda de la supervivencia sino que también arruinan y perturban a millones de personas que sufren el revoltijo social que provoca el terrible espectáculo de los sobrevivientes mutilados y moribundos con el horror en sus negros rostros.
Es el infierno en las playas de los paraísos, es la luz de esperanza enturbiada por la bestialidad y la indiferencia mientras sobrevuela la siniestra mafia que saca provecho económico de esos desventurados. Son crímenes de lesa humanidad, esos que según declaraciones y decretos solemnemente anunciados pero jamás cumplidos en la realidad, inflaman los discursos de los demagogos de turno.
Y no alcanzan los médicos sin fronteras, las colectas, recitales y todo tipo de movilizaciones que los seres solidarios organizan y realizan. Si existiera una verdadera acción política mancomunada y decisiva quizás los males no llegarían a tanto horror.
Confundir humanismo con "buenismo", solidaridad social con populismo y voluntad política con estrategias partidarias es un gran error, error que se paga muy caro, pues aunque a algunos les parezca un problema ajeno y de poca importancia, la historia de la humanidad demuestra que las fronteras del horror son mucho más amplias que lo que aparentan y los paraísos se convierten en infiernos con más velocidad que un rayo.

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