Un nuevo tiempo de esperanza
El encuentro del último domingo entre el papa Francisco; el presidente de Israel, Shimon Peres, y el titular de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, en los jardines vaticanos, fue presentado, con extrema modestia, como "apenas un gesto" para rezar por la paz. Quizá fue mucho más que eso. Por lo pronto sabemos que los gestos, en ocasiones, pueden decir mucho más que las palabras. Éstas, a veces, chocan contra el muro que las vuelve intraducibles a otro idioma. Los gestos, en cambio, tienden a ser universales. ¿Cuál es la frontera de una sonrisa? ¿Dónde se agota un abrazo? Allí donde mueren las palabras, sobreviven los gestos.
Por Mariano Grondona | LA NACION
Por Mariano Grondona | LA NACION
Aquellos que se abrazaron en los jardines vaticanos el último domingo representaban nada menos que a las grandes religiones monoteístas de Occidente: el cristianismo, el judaísmo y el islam. "Mono-theós": un solo Dios. ¿El mismo Dios? Después de milenios de vivir separados, cristianos, judíos y musulmanes, ¿han terminado por reconocer que, con diversos nombres y más allá de sus polémicas a veces sangrientas, le estaban rezando al mismo Dios?
¿No debe llamarnos la atención, por otra parte, que este encuentro se haya producido, precisamente, a instancias de un papa argentino "venido del fin del mundo", del país de los desencuentros? Es como si la historia se escribiera en dos planos sólo aparentemente contradictorios, como si aquello que aparentemente nos distanciaba en el fondo nos estuviera acercando, nos estuviera uniendo.
Hasta hace poco tiempo, el mundo parecía dividirse en dos, entre democracia y totalitarismo en lo político, y entre capitalismo y socialismo en lo económico. El monoteísmo convergente que se nos presenta hoy bajo el triple abrazo del Vaticano, ¿anuncia acaso otra clasificación? Esta otra clasificación, ¿se podría plantear en otros términos? No tanto como una oposición, como un contraste tipo socialismo-capitalismo, sino como una gradualidad tenue y envolvente. Si vamos a un teocentrismo universal, así, éste puede ser más o menos intenso, pero no indiferente en un extremo ni militante en el extremo opuesto.
¿Es a este tipo de convergencia que nos ha llamado la triple reunión del Vaticano? Ella se ha producido, en todo caso, con exclusión del único enemigo que nos queda en estos tiempos de amistad universal. Estamos pensando en el maniqueísmo. Con sus más diversas formas, "todas" las variaciones del maniqueísmo parten del mismo principio: creen tener razón a un grado tal que deshumanizan a quienes no piensan como ellos.
La diferencia entonces no reside tanto en lo que afirmamos, sino en cómo lo afirmamos. El maniqueo es un fanático sin rodeos. Juega a todo o nada frente a la realidad. Para él, no hay medias tintas. Rectificarse es rendirse. Es militante. Entre él, sus convicciones y los demás, media una frontera insuperable. Está en guerra contra los disidentes o, quizá, contra sí mismo.
Sin el espíritu que demostraron, ¿cómo habrían podido llegar Francisco y sus interlocutores hasta donde llegaron en Roma? Obsérvese aquí el método que al unísono escogieron. No el método de inventariar puntillosamente sus creencias y tradiciones, algunas de ellas milenarias. Por este camino, habrían fracasado al poco tiempo. No. El método fue inverso: validar sus propias convicciones, con la esperanza de que coincidieran. Es decir, apostar en cierta forma a lo que tenían en común, haciéndolo valer en el nuevo tiempo de la convergencia.
Esta estrategia no habría sido viable, además, sin la madurez de los tiempos. El encuentro de Roma ha sido posible porque aquellos que lo interpretaron se dejaron llevar por el espíritu de un nuevo tiempo. En el Norte y en el Sur, en el Este y en el Oeste, miles de millones de personas les dijeron que sí sin necesidad de convocar a un plebiscito. Esto habla a favor de la capacidad de liderazgo que demostraron los interlocutores de Roma, pero esta capacidad no habría podido desarrollarse sin la el trasfondo de un ingrediente esencial: la madurez de los tiempos.
La historia, así, tiene sus propios ritmos. A veces fulmina precipitadamente. A veces parece dormir la siesta. Y a veces estalla. Al genio de los líderes les corresponde interpretar sus tiempos. Si se equivocan, surgen tremendas consecuencias. Si aciertan, empero, vienen horas de gloria. ¿Será éste el destino de los interlocutores de Roma? Lo que podemos decir en esta hora crucial es que ellos han tomado un sendero de esperanza. Las tres grandes religiones de Occidente los acompañan. Pero hubo que llegar al nivel de esta extraordinaria profundidad para que el optimismo renaciera entre nosotros, más allá de la limitación de las circunstancias.



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