Poner las cosas en su lugar

No se entiende por qué Macri no lo paró a Del Sel. No le sirvió para ganar en Santa Fe y después armó un batifondo de taberna porque creyó que lo estafaron y le parecen pocos los 1.700 votos de ventaja que le lleva el electo gobernador Lifschitz. No supo manejar una situación en la que estuvo al borde de gritar “fraude”.


Por Beatriz Sarlo

Que los socialistas hayan festejado demasiado pronto puede significar dos cosas. Una, que estaban seguros de los datos que les pasaban sus avezados fiscales (tomen nota los nuevos: las elecciones se garantizan con fiscales). Dos, que sabían que Del Sel iba a salir a festejar, como lo muestra el primer plano de televisión haciendo cabriolas, desautorizadas por la expresión severa de Macri minutos después. Nada es demasiado edificante.

Todo este desaguisado muestra el jarabe de la política cuando lo calientan recién llegados como Del Sel. Están muy bien para un rato, pero en los momentos decisivos sirven para poco. De los tres candidatos con chance, entre las PASO y la general, Lifschitz sumó los votos suficientes para ganar por muy poca diferencia. Del Sel fue el que sumó menos votos. Omar Perotti, en cambio, juntó ocho veces más votos que Del Sel. Perotti hizo una remontada formidable. Es un conocido dirigente justicialista, de matriz y estilo no kirchnerista, intendente exitoso de Rafaela, un político de modales tranquilos sin colorinches posmodernos.
En las carpas de Del Sel dicen que hubo campaña ensañada contra sus “pequeños” errores. Puede ser. Pero esos errores fueron típicos de alguien que no sabe ni quiere aprender. Confunde la política con su espontaneidad ideológica, que no es lo mejor que tiene para mostrar, ya que los ciudadanos no siempre votan a quien los hace reír. Del Sel no perdió por muy pocos votos porque se los contaron mal. Perdió porque se los llevó Perotti.
Enumeremos otros casos. En grandes plazas, como Rosario, la candidata Anita Martínez, concejala que llegó a ese cargo en vuelo directo desde los medios, no logró que sus encantos vencieran a la intendente Mónica Fein, una sólida política del Partido Socialista. Gustavo Sáenz, hoy candidato a vicepresidente de Massa, que ganó la intendencia de Salta capital, proviene del Partido Justicialista, fue concejal y funcionario del gobernador (justicialista) Urtubey. Los resultados muy estimables de la izquierda PO y FIT en Salta y Mendoza son triunfos de la política concebida y actuada de manera clásica.
Vive. Lo dicho no lleva a conclusiones que den por muerta a la mantecosa neopolítica de las celebrities mayores y menores. Pero pone las cosas en su lugar. Los ciudadanos no votan solamente a los fantasmas de una pantalla de televisión. Puede que eventualmente voten candidatos potencialmente peores a la “nueva oferta”, pero una resistencia del lado de la política lleva a pensar que mucho de lo que se ha escrito sobre ella debería ser matizado en el momento de contar los votos.
Los estilos políticos han cambiado. La Presidenta es una protagonista de ese cambio, no sólo por el abuso autoritario de la cadena nacional sino por lo que sus apariciones muestran a los ciudadanos (mohines, revoleo de ojos, voz cortada por la tristeza o el llanto, pilchas y joyas, perros y peluches, todo un revoltijo de telenovela turca). Pero, al mismo tiempo, ha hecho un mix eficaz de esos recursos emocionales con el imperio y la voz de mando al viejo estilo.
Finalmente, Scioli se comportó como un político a su manera cuando, hace una semana, tuvo que enfrentar las caras largas y el desganado gesto de los panelistas de 6,7,8. Scioli vive, probablemente, en un mundo de Nachas y Pimpinelas (gusto ecléctico el de la familia del gobernador). Pero, cuando actúa, olvida el clima liviano de sus amistades y repite su monólogo sin intercalar chistes: un aburrido confiable. Por supuesto que no tendrá dudas si tiene que volver a bailar con Tinelli. Eso se llama rating, que acá se construye en programas incomparablemente peores a los que visitan, en otros países, otros candidatos. Clinton tocó el saxo en televisión antes de ser elegido, pero fue en el late night-show de Arsenio Hall, que puede verse en YouTube: al lado del “Bailando” parece un programa serio, aunque haya sido un producto comercial de gran audiencia.
Incorregible. Reutemann es candidato a senador nacional por el PRO en Santa Fe. Basta verlo en un plano de televisión (por ejemplo en el que le explicaba a un atónito Del Sel que los escrutinios en esa provincia se complican por las diferencias entre las distintas ciudades y departamentos), basta verle su cara de piedra y escuchar su voz y su sintaxis vacilante, para afirmar hoy que, después de haber sido gobernador, siguen siendo tan insondables las razones de su popularidad que no pueden atribuirse sin error simplemente al efecto celebrity con que Menem lo introdujo en la política.
Por motivos que los santafesinos nunca terminan de aclararme, Reutemann, que gobernó y parece que no fue una luminaria, conserva su popularidad de entonces. Juzgado por lo que se ve, no es el hombre de las revistas deportivas y del corazón que convertían en noticia sus entredichos con Mimicha, sino un viejo campesino reposado, que corta el pasto de su residencia; le da consejos sobre autos de segunda mano a los vecinos, con sólo escuchar el encendido del motor; se calla la boca y sigue flotando en la atmósfera política desde hace casi treinta años. Es un producto de la industria de celebrities, pero afeitado al ras. Un híbrido más razonable que el Midachi elegido por Macri.

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