La sucesión sigue lejos de resolverse

Pareciera que, cuando mira en dirección de su propia sucesión, Cristina Kirchner sólo concibe sucederse a sí misma. Según esta manera de ver las cosas, después de Cristina no podría venir otra persona que la propia Cristina. Si ella piensa así, ¿se quiere una fórmula más audaz que esta suerte de apoderamiento sucesorio que hoy se está verificando?


Por Mariano Grondona | LA NACION

La designación de Carlos Zannini como vicepresidente de Scioli prueba que esta concepción es real. Lo primero que habría que decir es que la fórmula impuesta refleja la voluntad de la Presidenta. Por lo visto, todo apunta a resolverse en el seno de una misma familia. Pero la Argentina no es una familia, sino una república. El problema es, por lo visto, que la República Argentina es manejada como si fuera un bien familiar, como una familia, cuando en realidad es una república abierta, como todas, a la lucha por la sucesión.
Algunos se preguntarán si Zannini no resultará, al fin, desigual a Cristina, si no acabará por revelar su propia personalidad. Pero para alguien acostumbrado a vivir en las sombras, ¿no resulta esta hipótesis demasiado luminosa? De la oscuridad, ¿podría surgir la luz, o la heredera de Néstor cree que esa herencia forma parte de su propio acervo familiar?
Si ésta es la actitud de Cristina ante el poder, ella se manifiesta sobre todo cuando aparecen los problemas de sucesión. Aun en los sistemas más autoritarios, el poder es una fuerza colectiva, porque el hombre es un ser mortal. Tarde o temprano, al que manda le llega la hora de abandonar.
De estas consideraciones preliminares surge una temprana advertencia: la sucesión de Cristina en el poder está lejos de haber sido resuelta. La sucesión ha acumulado una serie de puntos suspensivos que no han sido aclarados. Por lo pronto, si bien Cristina ha ocupado sin matices la sucesión del poder, ella va camino a quedarse fuera del círculo del poder. Tiene todo "el presente" del poder, pero al mismo tiempo se ha quedado sin "su futuro", sin su proyección. La nuestra es, todavía, una república demorada.
Si la Presidenta albergara pese a ello ambiciones desmedidas, ¿habría en la oposición quien pudiera desafiarla? Como es evidente, a la Presidenta no le cabe ya una larga esperanza. El sueño de una "Cristina eterna" empieza, por fuerza, a disiparse. Sólo quedan en su lugar un cúmulo de sensaciones trasnochadas. Lo que pasa, quizás, es que pocos se han animado a contemplar a la república como a una vocación colectiva y hasta cierto punto intemporal. Quizá late entre los argentinos, todavía, la nostalgia por la monarquía. ¡Que alguien, finalmente, mande! Nos daba vergüenza pronunciarlo, pero éste fue, muchas veces, nuestro verdadero grito de batalla. Un grito silencioso, casi un grito angustiado.
Cabría preguntarse, por fin, por qué nos ha sido tan difícil organizarnos a los argentinos. Por qué no hemos gozado más tranquilamente de nuestras pampas. Por qué nos llevó tanto tiempo encontrar las vías del progreso. ¿Por qué vecinos menos ricos que nosotros pero quizá más perseverantes nos han alcanzado?
Aquí este artículo se abre en dos direcciones. O nos la habíamos creído o no estuvimos a la altura de nuestros dones. O no supimos esforzarnos o no dimos de nosotros lo que podíamos dar. De cualquier manera, lo cierto es que queda un inmenso esfuerzo por delante.

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