"Ellos" fueron demasiados

Ellos estuvieron ahí. Y el problema de la Presidenta es que "ellos" fueron muchos. Cristina Kirchner se había ocupado en los últimos días de confrontar entre "ellos" y "nosotros", en referencia a los que marcharon ayer. Podrá decirse que "ellos" representan a un sector eternamente antikirchnerista, y en parte eso es cierto. Pero esa multitud ha cambiado el eje de sus reclamos. En la lluviosa tarde de ayer el planteo fue esencialmente político.


Por Joaquín Morales Solá | LA NACION

Las demandas fueron por la necesidad de justicia, la corrupción impune, el hartazgo social ante la inseguridad, la defensa de la libertad. Eran voces aisladas que le hablaban a la televisión, porque la multitud sólo hizo alusiones a la memoria del fiscal Alberto Nisman, a su extraña muerte y al reclamo de justicia. Aquellas voces pueden, sin embargo, representar muy bien el reproche colectivo.
La intensa lluvia que estragó la tarde porteña sólo le dio más imponencia a la magnitud de la marcha. No hubo lluvia en ciudades importantes (Rosario, Córdoba, Mar del Plata, Santa Fe), donde el número de manifestantes fue también significativo. ¿Qué habría sucedido si hubiera habido una tarde apacible del final del verano en la Capital? ¿Cuánta gente más hubiera concurrido? Hay más preguntas sobre el enigma de esa convocatoria espontánea. ¿Qué convirtió a los fiscales, conocidos hasta hace poco sólo por funcionarios judiciales, periodistas y argentinos curiosos de la política, en héroes populares? Ellos recibieron ayer muchos y repetidos aplausos, pero también un mensaje: una amplia mayoría de la sociedad argentina no está conforme con las dilaciones o las morosidades de la Justicia. La convocatoria de ayer tuvo para los fiscales convocantes dos desafíos: llenar las calles, que lo lograron, y contribuir a hacer más eficaz y ágil el sistema de justicia, que es lo que deberán demostrar de ahora en más.
La Presidenta, aferrada a la cadena nacional desde hace una semana, se dio un gusto. Perdió la batalla política de ayer, es verdad, pero también mostró la Argentina fraccionada, que es su deleite político. El país partido en esa lógica binaria quedó, otra vez, con la fractura expuesta. ¿Cuántos argentinos fueron a la marcha sólo porque sabían que Cristina Kirchner no quería que fueran? ¿Cuánto esfuerzo hizo la propia Presidenta para que los fiscales se llevaran un triunfo político? ¿Qué temor inconfesable la empuja a la jefa del Estado a cometer un error tras otro? ¿Dónde dejó los reflejos políticos que alguna vez tuvo? ¿Por qué, por ejemplo, quiso imponer la alegría en un país que está de luto tras la extraña muerte de Nisman? Esa alegría podría resultar hasta autoinculpatoria en la interpretación de la psicología.

EN CLAVE POLÍTICA

Ningún gesto ni palabra de los fiscales estuvo fuera de lugar. Pero ellos también son hombres que saben leer las claves de la política. La convocatoria de ayer fue también un desafío político que ellos se plantearon. De alguna manera, lo aceptaron en las declaraciones previas que hicieron. Dijeron que no habrían convocado a la marcha si el Gobierno le hubiera hecho al fiscal muerto el homenaje que se merecía. La explicación esconde una queja a los funcionarios y, en primer lugar, a la Presidenta. Funcionarios y Presidenta se ocuparon, y se ocupan todavía, de agraviar a Nisman, aun después de muerto. Es difícil, por otro lado, explicar la lentitud de la investigación sobre su muerte. ¿Suicidio o crimen? Los recientes atentados de Francia se resolvieron en 48 horas. En la Argentina, la Justicia y la policía no pudieron determinar, un mes después, cómo murió un fiscal federal que acababa de denunciar a la Presidenta.
La magnitud de la marcha fue coincidente con lo que señalan las encuestas. Cerca de un 70 por ciento de los consultados aseguran que Nisman no se suicidó, por lo menos voluntariamente. Un poco menos, alrededor del 60 por ciento, culpa al Gobierno de su muerte. Tal vez no lo hace responsable directo de esa muerte, pero sí lo acusa de no haberlo cuidado o de haberlo difamado y estigmatizado durante los cuatro días que separaron su denuncia de su muerte, de tal manera que lo convirtió en una presa fácil para fanáticos propios o ajenos. Los fanáticos que cultiva el discurso del oficialismo a ambas orillas de la sociedad normal.
Esa sociedad que ayer fue más tolerante que su presidenta. Hubo reproches, y los hubo con insistencia. No obstante, no se escuchó, en medio de esa multitud claramente antikirchnerista, ni una sola palabra de agravio o descalificación para la jefa del Estado. Es el destino de la política, quizá, doce años después de atravesar una constante verborragia de agravios y descalificaciones, que brotaban desde el atril o la tribuna presidencial. El futuro presidente, sea quien fuere, deberá ser necesariamente más consensual y sereno que los Kirchner. Esa certeza no surge de propuestas electorales ni del talante de los candidatos; será la imposición de una mayoría social.
Una mención especial merecen las referencias de la gente común a la corrupción, al miedo y a la necesidad de recuperar la libertad. La casta política e intelectual supone, en gran medida, que esos valores le pertenecen y que, por lo tanto, nunca llegan a los niveles menos informados de la sociedad. Sólo los que viven en un sistema de aislamiento total pueden ignorar la corrupción en un país donde el vicepresidente de la Nación está dos veces procesado por hechos de corrupción. Ése es otro error de Cristina Kirchner. ¿Qué la lleva a defender la estabilidad política de Amado Boudou, que es ya una clara anomalía institucional frente a argentinos y extranjeros?
El miedo y la libertad son conceptos que están unidos de tan antitéticos que son. Cuando existe uno no existe el otro. Donde hay miedo no hay libertad y donde hay libertad no hay miedo. Es probable que muchos se hayan referido al miedo por la inseguridad más que al miedo político. Pero ¿acaso el miedo a la inseguridad no encoge dramáticamente los espacios de la libertad? No descartemos tampoco el miedo político. ¿La denuncia permanente de la Presidenta de personas con nombres y apellidos, desde empresarios hasta jubilados, ¿no es capaz de instalar el miedo en vastos sectores sociales? ¿Quién podría sentirse exceptuado de ese perverso sistema de castigos y represalias?

EL APORTE SINDICAL

Los fiscales le deben un favor político al dirigente del sindicato judicial Julio Piumato. Él puso un mínimo sentido de orden en la marcha y comandó el operativo de tal manera que los fiscales y la familia de Nisman pudieran llegar al austero escenario en Plaza de Mayo. ¿Es Piumato un enemigo del kirchnerismo? En rigor, él pasó del ultrakirchnerismo al antikirchnerismo sin hacer escalas. Hasta se prestó en su momento a las campañas difamatorias del Gobierno en medios de comunicación en poder del Gobierno. Pero es un dirigente sindical de la vieja guardia y, como tal, sabe percibir el perfume de un final político.
El espectáculo popular de ayer desnuda también la impericia del Gobierno para crear medios periodísticos afines. Diarios, radios y canales de televisión en manos del Estado o de empresarios financiados por el Estado difamaron en las últimas semanas, un día sí y otro también, a cada uno de los fiscales convocantes de la marcha y al propio Nisman. No lograron nada. La única conclusión posible es que esos medios les hablan, como les habla la propia Presidenta, al público cautivo del cristinismo, a los convencidos de la historia oficial, a los que nunca hubieran ido a la marcha. El esfuerzo es conmovedoramente inútil.
El peor error de Cristina Kirchner fue no haber percibido ese límite, a veces imperceptible, que la sociedad argentina le coloca a la muerte. La muerte de María Soledad Morales significó el final del gobierno feudal en Catamarca. La muerte del fotógrafo José Luis Cabezas marcó el final agitado y definitivo del menemismo. Ninguna de esas muertes, con todo, es comparable con la dimensión política de la muerte de Nisman. Esa muerte y la grave denuncia política y judicial del fiscal fulminado acompañarán los escasos diez meses de poder que le quedan al cristinismo. Ése es el destino de Cristina Kirchner. La Presidenta pudo percibirlo y ponerse a la cabeza de la sociedad. Prefirió enfrentar a esos sectores sociales que ayer, a su vez, la desoyeron y le dieron la espalda.
Siempre, desde ya, tendrá a mano la posibilidad de denunciar un golpe de Estado, suave o duro, directo o indirecto. A su manera, ayer lo deslizó en su desesperado discurso de Atucha. La historia la refuta: nadie le hace un golpe, explícito o implícito, a un gobierno al que sólo le quedan tres trimestres en el cargo. Ese tiempo, ya módico, será más escaso en la realidad, si se computan las elecciones presidenciales, que comenzará en agosto, cuando los argentinos dejarán de mirar definitivamente a Cristina Kirchner.

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