Maestros siruelas

Tenemos a veces la muy mala costumbre de querer imponer nuestras convicciones a cuanto ser humano se nos cruce en el camino poniéndonos como ejemplo a seguir. Y, si se tratara de una sincera actitud de mejorar la vida de los que, a nuestro saber y entender, han errado el rumbo y sumergen en un caos de confusiones y quebrantos a los desdichados prójimos extraviados, podría aceptarse el afán de comunicar a los otros las ventajas de haber optado por otras vías. Pero cuando nuestro discurso se convierte en un aburrido sermón moralizante, corremos el riesgo de obtener lo opuesto a nuestro deseo de ayudar , sin querer queriendo, nos transformamos en agobiante acoso, que termina por ofender y molestar.


Por Enrique Pinti |  Para LA NACION

Deberíamos tener en cuenta que lo que es bueno para unos, no lo es tanto para otros; que las circunstancias cambian constantemente; y lo que es conveniente y positivo en un momento, puede ser absolutamente negativo tiempo después.

La automedicación y oficiar de médicos sin título al recomendar remedios que nos han hecho bien a nosotros son dos formas habituales que desarrollamos con la buena intención de aliviar dolores ajenos. Sin embargo, lo hacemos con la omnipotencia irresponsable de creer que el organismo del otro es igual al nuestro, lo que puede producir efectos negativos y hasta peligrosos en la salud del paciente.
Es fabuloso dejar de fumar y beber demasiado alcohol, pero debemos entender que no todos pueden hacer ese esfuerzo de la misma manera. Y si nosotros hemos sido fumadores empedernidos y alcohólicos sociales (eufemismo para no decir borrachos), tenemos la obligación de ser conscientes del proceso de desintoxicación y de los síndromes de abstinencia que cada persona tiene que superar, con las armas y formas que no son necesariamente iguales entre sí.
No todas las personas sufren separaciones matrimoniales, conflictos generacionales, crisis económicas, debacles y conmociones sociales de la misma manera y no hay manual de autoayuda que sea lo suficientemente eficaz para superar ese tipo de problemas. Por lo tanto, el prepotente discurso de "mirá, yo a la primera infidelidad comprobada rompo la relación y chau", "si me buscan, me encuentran" o, peor aún, "esto yo lo arreglo a las trompadas" no son más que trampas en las que caemos por dejarnos influenciar y manejar como peleles sin preguntarnos, primero, qué es lo que realmente nos dicta nuestra conciencia y nuestra inteligencia racional.
Todo tiene la misma raíz: somos imperfectos, cambiantes, modificables, emotivos, pensantes, misericordiosos, implacables, rencorosos, olvidadizos, vengativos y responsables o irracionales según las épocas, las edades, la educación recibida, el estómago lleno o vacío y los golpes que la vida nos ha propinado. Por lo tanto, reaccionaremos ante los embates del destino de muy diversa manera y nadie tiene la varita mágica y el abracadabra para emerger limpio de polvo y paja de las ciénagas y los remolinos emocionales. Cada uno es el capitán del barco y tendrá que aprender a capear tormentas y aprovechar la quietud de los tramos sin oleajes temibles.
Lo que no deberíamos hacer es meternos en las vidas ajenas con aires de superioridad y erigirnos en íconos de irrefutable exactitud y ejemplo virtuoso a seguir. Sólo podemos salir de los laberintos poniendo fuerza y voluntad al partir de la aceptación de nuestras limitaciones y luchando con un objetivo claro para llegar a cumplir nuestros sueños que, a veces, no son tan imposibles como parecen y que están a la vuelta de la esquina y no sabemos verlos porque estamos aturdidos por tanta charlatanería de maestros siruela circundantes.

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