De Bergoglio a Tinelli, los traumas de la Presidenta
Una complicada opción la aguarda a Cristina Kirchner: seguir siendo ella misma oconservar los lazos de cordial relación que entabló con el papa Francisco. Tejió esos lazos haciendo giros sobre giros cuando ya Bergoglio había sido elegido jefe de la Iglesia Católica. El Papa nunca se desentendió de la situación del país y, más todavía, retuvo para él la conducción de los asuntos políticos de la Iglesia en la Argentina. Ningún líder del episcopado ha ocupado su lugar en Buenos Aires.
Por Joaquín Morales Solá | LA NACION
Por Joaquín Morales Solá | LA NACION
"El Papa está tratando de poner un pie en el medio antes de que choquen los trenes", dijo ayer un dirigente social que lo frecuenta, al referirse al próximo encuentro en el Vaticano, propiciado por Francisco, de funcionarios, empresarios y sindicalistas . El conflicto actual consiste en encontrar una fórmula de diálogo político y social que sea aceptable para Cristina Kirchner. Ella nunca permitirá que la conducción de las cosas del país quede en otras manos que no sean las suyas. Ni siquiera en las del Papa, que es el líder moral más importante para los argentinos.
Hay códigos y preceptos del oficialismo que son indestructibles. Ese dogma dice que lo único por lo que vale la pena hacer política es para conservar, intacta, la autoridad presidencial. El caso Tinellies una metáfora de la parálisis política del cristinismo.
Pudo convertir en cercano a un personaje popular, aunque sólo fuere en el imaginario colectivo, y terminó haciendo del conductor televisivo un héroe antikirchnerista. Más que el triunfo de La Cámpora , fue la victoria del sectarismo más rancio, de una soberbia infinita y del olvido de la política.
Es en ese contexto, y no sólo en el de una relativa estabilidad alcanzada en el valuado precio del dólar, en el que debe analizarse el oscilante destino del gobierno de Cristina Kirchner.
La Presidenta ha recuperado la plenitud de su poder. Es ella la que ordena, la que controla todo, la que manda rectificar, la que cambia, la que autoriza o la que convalida. Es a ella a la que le gusta un gobierno parecido, no igual todavía, a la experiencia del chavismo venezolano. La administración argentina se pareció aún más a la venezolana cuando el viernes autorizó la pegatina de afiches con los nombres de los empresarios supuestamente culpables de la inflación. La diferencia entre ambos ensayos políticos consiste en que Nicolás Maduro, vapuleado también por la inflación, expropió los supermercados y comercios de electrodomésticos y metió presos a algunos de sus dueños.
"Cristina hará nuevos gestos de autoridad. No admite esta situación en la que se pone en duda su fortaleza política", dijo el jueves un importante funcionario del Gobierno. Un día después, el Gobierno escrachó a importantes empresarios nacionales y extranjeros, y despidió a Tinelli de Fútbol para Todos. "Cree que puede seguir gobernando a las trompadas, pero sus trompadas ya no duelen. Muchos están felices de haber sacado a último momento el ticket de opositores", señaló un dirigente del inquieto y preocupado peronismo. Aprovechó cierta sensación de estabilidad en la puja por el dólar para abalanzarse sobre enemigos nuevos y viejos.
Pero el mismo viernes tropezó con una de esas sorpresas propias de la mala hora. El fiscal Jorge Di Lello pidió la citación a declaración indagatoria del vicepresidente Amado Boudou, que podría terminar con el procesamiento de éste.
Dicen que las declaraciones de la familia Ciccone, que inculparon seriamente a Boudou, convencieron a Di Lello de la urgencia de convocar al vicepresidente. Puede ser cierto, pero Di Lello no es un fiscal surgido de la lectura de los manuales del Derecho. Antes fue un político peronista y tiene una sensibilidad especial para establecer los tiempos y las oportunidades de la política. Di Lello oyó el malestar del peronismo antes de estampar su firma en un borrador que venía redactando desde el año pasado.
El Gobierno detesta a Boudou. Es probable que hasta Cristina Kirchner haya perdido cualquier afecto político por él. De hecho, ninguna cámara de la televisión oficial lo muestra nunca en los actos donde está la Presidenta. "No es la decisión de un camarógrafo. La orden es de Cristina", apostilla un funcionario que la conoce. ¿Por qué entonces tanto apoyo de funcionarios a Boudou en una misma mañana? El problema de Cristina es que los traspiés de Boudou los termina pagando ella. Como se pagan todos los errores. Siempre se pagan, además, en los peores momentos.
Por obra de un fiscal o por un juez, lo cierto es que el destino del vicepresidente está echado. El viaje voluntario de Boudou a los tribunales de Comodoro Py mostró una foto histórica. Un vicepresidente de la Nación en ejercicio ingresando en la justicia penal para dar explicaciones sobre hechos de corrupción. Nunca había sucedido eso. ¿Le servirá? De muy poco. Al juez, que sabe más sobre Boudou que el propio Boudou, no lo convencerá con parrafadas oportunamente paranoicas. "Es tan grande la carga de la prueba que el juez terminaría preso si no hiciera algo con Boudou", advirtió una inmejorable fuente de la Justicia.
En la noche del jueves pasado, Jorge Capitanich le transmitió al bloque de senadores una orden de Cristina: "No cambien nada". Esa frase lacónica llevaba una decisión: la senadora Beatriz ?Rojkes de Alperovich deberá seguir siendo presidenta provisional del Senado, a pesar de que la propia legisladora prefería abandonar el cargo.
Es probable que Cristina se haya dado cuenta de que su candidato, el radical-cristinista Gerardo Zamora, tenía a todos en contra en el Senado, incluidos peronistas y radicales. Es la Cristina habitual: elige siempre al peor de todos. Zamora viene de ser el más déspota de los gobernadores, sin partido y sin aliados.
La única candidatura que hubiera provocado una aceptación casi una unánime en el cuerpo era la de Miguel Pichetto, presidente del bloque oficialista. Pero la Presidenta rechaza todas las iniciativas que no son de ellas.
Sin embargo, es más probable que Cristina haya ordenado la confirmación de Rojkes de Alperovich como una señal de que no existe preocupación por la situación de Boudou ni, mucho menos, por una eventual vacante en el sillón presidencial. El presidente provisional está en la línea de sucesión presidencial inmediatamente después del vicepresidente.
Otra orden de Cristina fue que el Gobierno debe blindarse en un discurso de autosatisfacción. Hace pocos días, un empresario que es amigo de Capitanich lo vio a éste y comenzó a contarle sus temores sobre la economía. Capitanich volvió con las recetas de cada mañana. Todo está bien. Y si algo parece mal es por obra de empresarios inescrupulosos y de periodistas amotinados contra el Gobierno. "Coqui, soy yo", intentó despertarlo el empresario. Nada. Capitanich siguió repitiendo su discurso como un alucinado por verdades que nadie ve.
El caso Tinelli es también una alegoría de los manejos del cristinismo. La Presidenta creyó, en realidad, que los negocios del conductor televisivo con Cristóbal López lo convertían a Tinelli en un empleado del Gobierno (es decir, de Cristina). Imaginó que el conductor más popular de la televisión se convertiría en un conductor militante. Lo echó cuando descubrió que Tinelli es Tinelli.
No es la única confusión. Hace poco, un funcionario llamó al presidente de una multinacional española para pedirle que le ordenara a La Caixa, la principal accionista de Repsol, que despidiera a Antonio Brufau, presidente de la petrolera, porque éste desconfía, con razón, de las promesas del cristinismo. "La Caixa es un accionista importante de mi empresa. No puede darles órdenes a mis patrones", le respondió el ejecutivo de la multinacional española. Conceptos de pueblo chico. Todo se reduce, en esa cosmovisión, al poder de cuatro o cinco jefes supremos e intocables.
Es cierto que nadie quiere que la Presidenta termine antes su mandato. Nadie quiere una monumental crisis política y económica por razones más mezquinas que nobles. Los empresarios imaginan sus economías volando por el aire. El no peronismo espera que el peronismo se cocine en su propia salsa. El peronismo sospecha que una crisis de ese tamaño lo devaluaría electoralmente. No es lo mismo Cristina que De la Rúa para el peronismo.
Pero hay límites. Están demarcados por las memorables impericias del Gobierno, por los caprichos de la propia Cristina y por la eventual reacción de una sociedad ya muy estresada por diez años de un poder arbitrario y absolutista. El Papa se propuso quebrar a tiempo la previsible dinámica de esa crisis.
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