Estado bipolar

"Una población extremadamente abrumada ya de por sí por la inseguridad, el costo de vida, los antagonismos políticos, los hechos de corrupción y la impunidad. Cristina avanza y va por todo lo que resta y por todos los que no se arrodillan ante ella", afirma el columnista.



por JORGE HÉCTOR SANTOS
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CIUDAD DE BUENOS AIRES (Especial para Urgente24). En la práctica de la docencia no hay que dejar lo obvio como sobre entendido, no hay que suponer qué lo esencial se conoce; siempre es bueno explicarlo especialmente cuando la educación atraviesa una crisis profunda que se agiganta con la pérdida de valores y la falta de buenos ejemplos sociales.
 
Es visible que los argentinos poseen poca instrucción cívica para apreciar y diferenciar los roles del Estado y del gobierno.
 
El Estado cumple un rol sustancial en el armado comunitario. Es el que debe funcionar como el gran “padre” que protege a sus “hijos” (los habitantes) brindándoles servicios básicos como la seguridad, educación, salud, justicia, monopolio de la fuerza, etc.
 
El gobierno, a través del Poder Ejecutivo  -elegido a través del voto popular en democracia- debe diligenciar el Estado que se nutre de los recursos de los impuestos pagados por la población. Esta tarea debe ser llevada cabo con honestidad y transparencia, respetando la división de los otros poderes (el Legislativo y el Judicial); de acuerdo a lo estipulado por la Constitución Nacional y las leyes de la República.
 
En la Argentina, país con alto nivel corrupción y fuerte autoritarismo, esto suena a utópico.
 
En los últimos años todo lo que debería ser normal, ha devenido en anormal. El Ejecutivo en manos de los Kirchner ha arrasado en las formas y en el fondo con todo.
 
La familia proveniente de Santa Cruz, hizo lo que quiso en el Estado de aquella provincia convertida en su feudo, y al llegar a la Rosada aplicó la misma fórmula buscando igual resultado.
 
Desde el primer día fueron construyendo en silencio su “vamos por todo”, hasta que en febrero último la presidente lo puso en su boca.
 
Considerando al Estado nacional como propio, los Kirchner han desnaturalizado el rol del mismo, trocándolo en un Estado bipolar.
 
Esa bipolaridad pasa por un lado en la casi ausencia del Estado en el reconocimiento y consecuente inacción en una cantidad de problemas fundamentales. Por el otro, en violador de libertades individuales y en represor del que piensa distinto.
 
Este cuadro que se ha venido acentuando en los últimos tiempos en todos los ámbitos, ha disparado un miedo perceptible en los habitantes que se ha extendido como reguero de pólvora en casi todas las capas socioeconómicas.
 
El Estado protector se ha transformado en uno hostil, acusador de sus supuestos enemigos.
 
Quien lleva adelante esta reprobable tarea es, nada más ni nada menos, que la propia presidente de los argentinos siempre en una escenografía en la que es aplaudida por un séquito de aduladores y duplicada en sus imputaciones por un coro de lacayos que ofician de voceros.
 
Las “penitencias” que impone Cristina Fernández viuda de Kirchner, van desde el envío de la Afip, pasando por difamaciones en 6.7.8, hasta spots publicitarios pagados con dinero de todos en los entretiempos de “Fútbol para todos”.
 
La vecindad de tales hechos con los límites en que una democracia roza el totalitarismo eriza la piel de un pueblo absorto por conductas inimaginables, inauditas.
 
No obstante desde el inicio de los largos 9 años de los K en la Rosada nadie puede llamarse a engaño, ni Néstor, ni Cristina han reparado en violar las normas legales y los códigos de coexistencia cuantas veces han querido.
 
La ausencia de límites con que la presidente desempeña el ejercicio del poder, amedrenta. La insensibilidad que ha mostrado frente a tragedias, como las de Cromagnon y Once, pasman.
 
La reiteración e ilegal empleo de la cadena radiotelevisiva para vilipendiar desde ciudadanos comunes a los medios y periodistas independientes, alarman.
 
Los aprietes a la justicia para que destrabe la aplicación del artículo 161 de la Ley de Medios, estremecen los cimientos de la división de poderes.
 
Entre el temor, la solución mágica, la indiferencia, la impotencia, la bronca y el no saber qué hacer se debate la población.
 
Una población extremadamente abrumada ya de por sí por la inseguridad, el costo de vida, los antagonismos políticos, los hechos de corrupción y la impunidad.   
 
Cristina avanza y va por todo lo que resta y por todos los que no se arrodillan ante ella.
 
La realidad en la que se debate la Argentina frente a un Estado alejado de su función específica pone en riesgo no solo la estabilidad del sistema político que tras muchos años se ha logrado; sino que ensombrece la vida de la “buena gente” que lo padece.

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