Sin solución para ningún problema

No hay kirchnerismo sin contradicción. Cualquier explicación sobre la facción gobernante es una tarea improbable. Palabras y hechos chocan permanentemente. En su último sermón ante los argentinos, Cristina Kirchner ponderó su religioso respeto al libre comercio. Con Irán . También hizo una apología de los méritos y los beneficios del diálogo. Con Irán.


Por Joaquín Morales Solá | LA NACION


Aquí, en sus ásperas comarcas, impuso un control de precios a las cadenas de supermercados que barrió con cualquier noción del libre comercio. En los últimos tiempos, eligió a la Corte Suprema de Justicia como el nuevo enemigo de la era cristinista. La Corte ha pedido también la captura internacional de iraníes (no son los mismos que los de la AMIA) por la voladura de la embajada de Israel en Buenos Aires hace 21 años. Ni la Presidenta ni su gobierno dialogaron con ningún juez de ese tribunal para intentar establecer una estrategia común. La doctrina cristinista cambia según la oferta del día.
Los más prestigiosos economistas argentinos evaluaron que durante enero el costo de vida se disparó entre el 2,7 y el 2,9 por ciento. La cifra que el miércoles dará a conocer la oposición en el Congreso rondará, décimas más o menos, por esos números. Es el aumento mensual de la inflación más alto del decenio kirchnerista. Cuando Néstor Kirchner dispuso la intervención del Indec, en 2006, el costo de vida había trepado un 2,1 por ciento en el mes anterior. La explicación de la demoledora presión sobre los supermercados está en esa novedad, que asustó dramáticamente al oficialismo. Sucedió, para peor, en las vísperas de las negociaciones por los aumentos salariales de este año.
No hay en la historia un caso parecido al de Guillermo Moreno. Lleva seis años de comprobables fracasos en la administración de la economía. Siempre es nuevamente ratificado, a pesar de las muchas versiones contrarias que circularon y de sus propios pronósticos. Difícilmente la Presidenta podría encontrar otra mente tan simple y conspirativa como la suya. La culpa de la inflación es de las góndolas. Van por ellas, mientras dejan encendido el fuego de los problemas reales de la economía.
El día después de vencidos los acuerdos estallará la inflación de nuevo, si no lo hace antes. Aun si sobre los dirigentes gremiales se abatiera una epidemia de ingenuidad, y cerraran los aumentos con un promedio del 20 por ciento, lo único seguro es que esos incrementos serán trasladados a los precios. Pero hay más razones que seguirán espoleando la inflación: la emisión monetaria, los gastos incontrolados del gobierno nacional o la caída de la oferta frente a la demanda. Mientras tanto, los argentinos deberán acostumbrarse al parcial desabastecimiento. Ya antes de este acuerdo, un supermercado de Uruguay era, para un argentino, un deslumbrante espectáculo de ofertas propio del Primer Mundo.
Cristina Kirchner no quiere frenar la emisión de moneda. Esa es una política de liberales sin alma. Tampoco ha hecho, ni hace, ningún esfuerzo para conseguir nuevas y mayores inversiones para incrementar la oferta. Los potenciales inversores ponen condiciones que molestarían su discurso. Si ella no quiere hacer ningún sacrificio, ¿quién lo hace entonces? ¿Cómo se resuelve el conflicto encerrado en el férreo corsé de las leyes de la economía? Los trabajadores, que deberían conformarse con aumentos menores a la inflación. Los empresarios, que deberían absorber en los precios los zafarranchos de la economía nacional. Las provincias, condenadas a mendigar las sobras de la fiesta fiscal de Cristina. El necesario ajuste que existe es aplicable a todos menos a ella.
La Argentina se despertó una mañana con un salto atrás de 40 años. Los controles de precios, las prohibiciones de publicidad en los diarios y hasta la sumisión de los empresarios fueron políticas aplicadas (con mejor estética, es cierto) por la gestión de José Gelbard en los años 70. Moreno creyó siempre que accedió intelectualmente a la modernidad cuando comprendió la experiencia del gelbardismo. Una organización política creada por el secretario de Comercio lleva el nombre de "la Gelbard".
Moreno deambula con esos borradores desde hace más de un lustro. La realidad le contesta siempre como le contestó a Gelbard: con una inflación imparable. ¿Fue agorero Roberto Lavagna cuando dijo que todo se parecía al tiempo previo al Rodrigazo, como se llamó a la explosión de precios y tarifas que sucedió a Gelbard? No. Simplemente cree en la lección de la historia de que los resultados no cambiarán si se sigue haciendo lo mismo.
Los jueces de la Corte Suprema no son los empresarios. Aquellos se mueven con independencia de criterio, salvo alguna excepción. Esa constatación provocó el nuevo berrinche presidencial. Cristina debe vérselas, además, con la institución argentina más valorada por la sociedad, la Corte Suprema, según las últimas mediciones de opinión pública. Después del campo y de los medios, venimos nosotros. Ésa es la nueva guerra, se escuchó en inmejorables niveles de la Justicia.
La relación institucional de la Presidenta con la Corte está radicalmente cortada desde diciembre pasado. Una tensa reunión de Cristina Kirchner con el presidente del cuerpo, Ricardo Lorenzetti, abrió desde entonces un período gélido, de formal congelamiento. La Presidenta no habla desde entonces con ningún juez de la Corte, salvo, tal vez, con Eugenio Zaffaroni. Pero no es un diálogo institucional, sino personal. Las trabas de la Corte, según Cristina, están complicando su política y su destino.
Anuncios de "democratización de la Justicia", escraches de Hebe de Bonafini, fotos de algunos jueces haciendo los menesteres de la vida privada. Todo vale. En aquella homilía presidencial liberal y dialoguista con Irán hubo duros párrafos contra la Corte, históricamente encargada de la investigación del atentado que voló la embajada de Israel. No fue una buena investigación, es cierto, porque debió ser delegada a un juez instructor. Pero la actual Corte se encontró con el mismo obstáculo que reconoció públicamente la Presidenta: pidió vanamente la captura internacional de iraníes. Irán ni siquiera le contestó.
Si el obstáculo del Gobierno en la investigación por la voladura de la AMIA es Irán, y si lo mismo le sucede a la Corte con el atentado a la embajada, ¿no es acaso la aceptación del Estado argentino de que su única pista de investigación en ambos casos es el gobierno iraní? ¿Cómo, entonces, podría descansar en ese gobierno el hallazgo de una verdad definitiva sobre la masacre de la AMIA? ¿Qué es, en definitiva, lo que la lleva a la Presidenta a dar el paso internacional más temerario de su gestión?
No es comparable el eventual diálogo entre Washington y Teherán. Los Estados Unidos están hablando de limitar un futuro peligro nuclear de Irán. La Argentina está investigando una tragedia que ya sucedió y que se llevó 85 vidas inocentes. El gobierno cristinista no ignora que ambos atentados están vinculados. Esa fue, al menos, la información que recibieron tres jueces actuales de la Corte Suprema de Justicia de parte de funcionarios de los servicios de inteligencia que todavía reportan al kirchnerismo. Les hicieron una extensa exposición en las oficinas de la ex SIDE, con gráficos y mapas incluidos, para respaldar la teoría de que ambos crímenes, el de la AMIA y el de la embajada, tienen intensos lazos comunes. En la autoría intelectual, en la ejecución y en el objetivo político.
Los enemigos de turno son los medios periodísticos y los jueces independientes. Lo han sido siempre. Olvidadizo a veces, disperso otras, el cristinismo sólo está ajustando ahora el blanco de sus inminentes ofensivas. Las próximas descargas serán de nuevo, entonces, contra esenciales columnas de la democracia.

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