Un futuro incierto detrás de un presente complejo

a tensión nueva y casi imperceptible apareció en el Gobierno. Es la que separa a los funcionarios con la esperanza de un destino político y los que carecen de ella. La distancia que existe entre los que pueden pensar en la política y los que deberán imaginar un futuro rodeado de jueces. La propia Cristina Kirchner está entre los que saben que les aguarda el tránsito por el desierto político. A esa impaciencia presidencial se le agregó ayer la primera decisión de la Justicia, que ordenó investigar su gestión por el acuerdo con la petrolera Chevron. Esta inquietud entre los que se van y los que podrían no irse del todo, que se agravará con el correr de los meses, explica algunas cosas de los últimos días. La crispada respuesta presidencial al documento del Episcopado argentino, por ejemplo. O la permanente irritación del ministro de Economía, Axel Kicillof , en su relación con periodistas y empresarios.


"Nada", dice la Presidenta cuando algún funcionario le pregunta qué hará después del poder. Muy pocos creen, sin embargo, que ella se dedicará a cultivar rosas en El Calafate. Pero, ¿cómo será ese destino sin el poder y sin la parafernalia de ayudantes que la acompaña desde hace, por lo menos, 20 años? Esta es la pregunta que ella no se había hecho nunca, hasta que empezó a hacerla, sólo cuando está frente el espejo. La necesidad de tener cierta certeza sobre el futuro, imposible de conseguir por naturaleza, es lo que la empuja a tratar de acomodar los tiempos por venir y a descuidar el complicado presente. Ese futuro inasible estuvo en la reorganización del Partido Justicialista o en la decisión de presionar al Senado para que apruebe, aunque sea de mala manera, los candidatos a conjueces de la Corte Suprema.
En su tenso diálogo con la periodista Natasha Niebieskikwiat, delante de Michelle Bachelet , Cristina le quitó relevancia a La Cámpora y señaló que algunos de sus militantes son "dirigentes del Partido Justicialista". No habló del Frente para la Victoria. Es un regreso a las fuentes. La explicación más extendida en el kirchnerismo es que la necesidad de contener a la mayor cantidad de peronistas imponía la obligación de cambiar el envase. Gobernadores, legisladores, intendentes y sindicatos se sienten más cómodos en el ecuménico Partido Justicialista que en el kirchnerista Frente para la Victoria. Cristina quiere irse con el control del partido de los peronistas y no sólo con la conquista más fácil, que es la organización que creó su esposo.
En ese giro significativo están enrolados también muchos de los dirigentes jóvenes del cristinismo. El político camporista más importante de la provincia de Buenos Aires, José Ottavis, con decisiva influencia en la Legislatura bonaerense, dijo una frase que describe el momento: "La Cámpora ya no existe". No se refería a la finitud de esa organización, sino a los cambios que están haciendo sus dirigentes. Ottavis se quedó con la secretaría general del Partido Justicialista. Otro legendario camporista, Eduardo "Wado" De Pedro, explicó su mutación con una manera novedosa: "Soy y seré justicialista". De Pedro es ahora uno de los vicepresidentes del Partido Justicialista. Ellos nunca habían evocado antes a ese partido. Ni De Pedro ni Ottavis son suicidas políticos. Lo que antes era una herejía, ahora es una imposición de la época. Eso es lo que sucede, simplemente.
La sintonía con Mauricio Macri debe inscribirse en esas negociaciones sobre el futuro. Y, sobre todo, en la negociación con Daniel Scioli . "Esa negociación ya empezó", dijo ayer un alto exponente del kirchnerismo. Empezó al estilo de los Kirchner. Con gestos duros y con amenazas de decapitación política. El mensaje a Scioli es muy claro: Cristina podría optar por él o por ayudarlo a Macri a crecer. Su actitud definitiva depende de si Scioli acepta las condiciones del cristinismo, sobre todo en lo que hace a la confección de las listas de diputados nacionales o a la elección de un vicepresidente "no agresivo" para la actual presidenta.

SCIOLI, MACRI O MASSA

En rigor, Cristina sólo puede ayudarlo a Scioli o entorpecerlo. Con la ayuda a Macri está más limitada, porque el propio jefe porteño tiene los condicionamientos de sus electores, militantes casi todos del antikirchnerismo. No hay plan para frenar a Sergio Massa, que es el primero en la intención de votos nacionales. Tal vez no hay plan porque no puede haber plan. O porque consiste en cosas que nunca se aceptarán. Una campaña sucia, por ejemplo. "Cristina terminará apoyando al candidato del justicialismo que surja de las primarias del partido", asegura un dirigente cristinista que acepta el liderazgo actual de Scioli en las encuestas, aunque no descarta un futuro crecimiento de Florencio Randazzo , seguro competidor del gobernador en las primarias abiertas.
El presente está en manos de Kicillof. El combate permanente del ministro consiste en un enfrentamiento entre lo que es y lo que debería ser. No cree en ninguna de las cosas que pensó a principios de año para sacar al país de la inestabilidad. No cree en el Club de París ni en el Fondo Monetario ni en la utilidad de conseguir créditos en el mercado financiero internacional. Le promete a la Presidenta que ella se irá con el país en crecimiento, pero la realidad lo contradice todos los días. Kicillof está seguro de que se formó durante toda su vida para ser ministro. Pero es una formación intelectual que carece de experiencia en la práctica. El plan político que la Presidenta tiene para asegurar un futuro fugitivo no está entre los papeles de Kicillof para administrar el presente.
Kicillof se irrita. El choque entre su sueño ministerial y la pobreza de la realidad le amargaron más aún el genio engreído que ya tenía. Agravió y ofendió a la periodista Niebieskikwiat con un grito: "Antiargentina". "Pudo ser un político que ponía las cosas en orden y terminó pareciéndose a un barrabrava", aceptaron en el oficialismo.
La decisión de ayer de la Cámara Federal, que le ordenó al fiscal Jorge Taiano investigar a la Presidenta, conlleva un mensaje a la dirigencia política. Es por el acuerdo con la petrolera Chevron, por violar normas legales, pero también por ignorar reglamentos medioambientales. La inversión de la petrolera Chevron es en Vaca Muerta, una de las más grandes reservas mundiales de gas y petróleo no convencionales. El mecanismo de extracción se hace a través del fracking, que necesita de agua, arena y productos químicos que podrían resultar contaminantes. Una reciente resolución judicial en EE.UU., el país que más ha usado esa técnica, condenó la contaminación que supone.
El futuro también corresponde a los que podrían llegar al poder, no sólo a los que se irán de él. La explotación de Vaca Muerta necesita de dos condiciones. Una: el establecimiento de una política sobre la administración de esa enorme riqueza para que pueda durar durante varias generaciones de argentinos. Una política, en fin, para que la riqueza nacional no siga abonando la vieja cultura rentista de los políticos argentinos. La otra: una clara legislación sobre las normas medioambientales que deberán ser respetadas en la explotación de Vaca Muerta. Se trata de una riqueza nueva del país, de un método nuevo de explotación gasífera y petrolera y de riesgos también nuevos. Es casi una ironía que el debate sobre el futuro se esté dando casi exclusivamente entre los que no tienen futuro.

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