El renacimiento de una esperanza

¿Volveremos a ser una república democrática "normal", como las que prevalecen en Europa Occidental, Estados Unidos, Canadá y buena parte de América latina (léase Uruguay, México, Chile, Brasil, Perú o Colombia)? Después del ocaso de la pretensión hegemónica de Néstor y Cristina Kirchner, ésta es la pregunta que debiéramos formularnos en la Argentina.


Por Mariano Grondona | LA NACION

La distinción entre una "pretensión hegemónica", como la que alberga Venezuela y albergó el kirchnerismo , y una república democrática "normal", como las que prevalecen en casi todo el resto de Occidente, no es meramente formal. Por aquí se desplaza en efecto la frontera entre el autoritarismo y la libertad. La discontinuidad de la presidencia de Cristina Kirchner, que se manifestará plenamente en diciembre del año que viene, ¿permitirá la recreación de una nueva línea sucesoria, esta vez republicana y no autoritaria? La buena noticia es que ninguno de los precandidatos a suceder a Cristina en la presidencia a partir del año próximo , y ya se apelliden Sanz, Macri, Massa, Carrió, Scioli, Binner o Cobos, presenta signos inquietantes del síndrome autoritario. De aquí a algo más de un año, pues, lo más probable es que nuestro país integre la lista mayoritaria de las repúblicas democráticas, entendiendo por tales aquellas donde no gravitan las distorsiones monopólicas.
Así se recreará la continuidad de la república democrática que los Kirchner quisieron interrumpir. Reconciliado con esta tradición, nuestro país se pondrá en condiciones de convivir otra vez con el resto de las naciones libres, hasta ocupar de nuevo, eventualmente, el podio de las naciones avanzadas. Habrá otra continuidad, así, en lugar de la discontinuidad autoritaria de Cristina. Los gobiernos republicanos que la sucedan serán más o menos exitosos o fallidos en su gestión, pero todos ellos podrán sumarse al pluralismo occidental.
Es evidente que entre nosotros la tradición política anterior, de sesgo monárquico, ofreció más resistencia que en otros lugares al advenimiento de la democracia plenaria. Entre nosotros, hubo más apego a la tendencia unificadora de los reyes y los caudillos. Allí están Rosas, Perón y los Kirchner para comprobarlo. Por estos antecedentes, tenemos que ser muy cuidadosos para no dejarnos llevar por el triunfalismo democrático. En materia de triunfalismo democrático, somos como el alcohólico que, ayer no más, dejó de beber. No estamos condenados al autoritarismo, pero nos hallamos todavía muy cerca de él; demasiado cerca como para considerarlo un problema superado.
La democracia plenaria que hoy triunfa en el mundo es, en el fondo, un régimen mixto de autoridad y libertad, que conserva el mínimo de autoridad para no caer en la anarquía y que asegura por otra parte la libertad necesaria para que florezcan los ciudadanos. Esta mezcla virtuosa entre dos valores en última instancia antagónicos fue sugerida por grandes pensadores como Locke, Montesquieu y nuestro Alberdi, pero terminó por encarnarse en instituciones concretas, como la Constitución norteamericana y la Constitución argentina. En el fondo, fue más el producto de la experiencia que de la lectura.
En otras palabras, aprender el arte que lleva a la democracia plenaria nos ha costado mucho. Hoy tenemos, después de los Kirchner, la posibilidad de manejarlo. No debemos malgastarla. En un país que cuenta con otras bendiciones sobreabundantes en el fértil abanico de sus recursos naturales y humanos, quizá podría decirse que la plena democratización es la mayor de sus asignaturas pendientes. Lo que mueve a un razonable optimismo es que no estamos, hoy, tan lejos de aprobarla.
¿Cuáles serían hoy, nuestras tentaciones principales con vistas a esta meta? A mediados del siglo XIX, cuando nuestros mayores suscribieron el Acuerdo de San Nicolás, "todos" los grupos políticos argentinos relevantes adhirieron a él. De este gran acuerdo resultaron nada menos que ochenta años de progreso. Pero desde los años 30 en adelante, sólo un sector, solitario, quiso imponerse a los demás. Este sector fue a veces civil o militar, peronista o antiperonista, pero negador en suma del espíritu de San Nicolás. Hoy, casi milagrosamente, resurge San Nicolás. ¡Por Dios, no lo perdamos de vista!
Están frente a frente entre nosotros, en lucha, dos tendencias contrapuestas. De un lado, la tendencia universal de San Nicolás. Del otro, la tendencia exclusivista de los años 30. Aquélla nos hizo grandes. Ésta cortó en serrucho nuestro progreso. Hoy, casi milagrosamente, se cierne otra vez San Nicolás. Ninguno de los presidenciables vigentes se siente imprescindible. Nadie lo es. La Argentina plenamente democrática ¿se anunciará por fin en el horizonte?
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