Oportunidad única

Ocurrió en un ano­checer de 2002 . Era el mes de sep­tiembre. Salía de dar una conferencia y esta­ba, a la búsqueda de un taxi, parado a pocos metros de la esquina de Diagonal Nor te y Florida. El colectivo se de­tuvo y paró enfrente de mí. Era el 111 que va desde Villa Zagala hasta la Aduana. Venía casi va­cío. Al abrirse la puerta trasera bajó un solo pasajero. Al vernos nos reconocimos mutuamente.



Por Nelson Castro




–Hola cardenal –dije sor­prendido. 
–¿Cómo le va, Nelson? –me respondió. 
–¿De dónde viene? –le pre­gunté. 
–De Villa Pueyrredón. Es­tuve visitando la Parroquia de Cristo Rey –me contestó–. ¿La conoce? –me preguntó. 
–Soy de ahí –le dije.
Hablamos unos pocos se­gundos más y nos despedi­mos con un hasta luego.
La anécdota es una más entre las centenares conta­das por muchos otros con­ciudadanos acerca de situa­ciones similares. El colecti­vo, el subte, el tren, la calle de a pie, formaban parte de la vida cotidiana del carde­nal Jorge Bergoglio. He aquí uno de los mensajes más impactantes del nuevo pa­pa: su contacto con la vida común y con la pobreza no es enunciativo; es fáctico. Su cercanía con los que menos tienen es una presencia en su vida y en la de ellos. No necesita contarlo él. Lo ha­cen espontáneamente quie­nes encontraron en el enton­ces cardenal alguien de su cercanía.
En los pocos días que han corrido desde su elección, el Papa ha producido un im­pacto que sacude al mundo. Basta ver, escuchar y leer los principales medios para observarlo. El presente le sonríe. El futuro lo desafía. A Francisco lo aguardan ta­reas de enorme trascenden­cia. La primera de ellas es la necesidad de revitalización y renovación de la Iglesia.
Los hechos que con inusual claridad denunció Benedicto XVI –junto a su renuncia, esas denuncias constituyen su principal legado– deberán ser abordados con urgencia por el nuevo pontífice. “La Iglesia corre el riesgo de t ransformarse en una ONG piadosa”, fue la frase con la que el Papa resumió el objetivo primordial que la Iglesia Católica tiene de mantener vivo su liderazgo espiritual y moral, seriamente afectado por la suma de corrupción, luchas intestinas por el poder y tolerancia con los execrables hechos de pedofilia protagonizados y/o tolerados por presbíteros, obispos y cardenales.
Benedicto XVI dio un primer paso –importante– reconociendo, denunciando y condenando esos hechos. Le corresponde a Francisco acometer la ineludible empresa de poner fin a esos males. En un plano de similar trascendencia está la tarea evangelizadora de la Iglesia. Es un desafío esencial. En este aspecto, la tarea del nuevo papa se asemeja mucho a la que le cupo a Juan XXIII. El así llamado Papa Bueno entendió que la Iglesia, que se hallaba en una situación crítica tras el controvertido papado de Pío XII, debía tener una aproximación diferente a la problemática de aquel momento, no para cambiar sus pilares doctrinarios, sino para tener una mejor comprensión de cambios que estaban aconteciendo en ese momento de la historia.
Muchos creen que la revolución y la modernización de la Iglesia implican demandar cambios en su postura frente a temas como el aborto o el matrimonio entre personas de un mismo sexo. Es un 
grueso error. Eso no cam­biará nunca porque consti­tuyen pilares de su doctri­na. Lo que se requiere de la Iglesia es una postura más comprensiva y, en el caso particular del aborto, una fuerte participación en las acciones de prevención. El aborto es una desgracia en la vida de cualquier mujer. En lo personal estoy en contra del abor­to. El desafío es prevenirlo; con­denarlo no solu­ciona nada.
Para la Argenti­na, el significado del nuevo papa es monumental. Francisco ha pasa­do a ser el argenti­no más importante de toda la historia de nuestro país. La Ar­gentina nunca fue el paradigma ni el modelo a seguir en las arenas de las cuestiones morales. De repente, se encuentra con que de su seno emerge el Papa, alguien llamado a ejercer un liderazgo moral y espiritual de dimensión universal. ¡Qué magnífica paradoja! ¡Qué oportunidad única para nuestro país! ¡Qué desafío para nuestras dirigencias! ¡Qué mo­mento augural para nuestra sociedad!
Al recibir a la Presidenta, el Papa no sólo dio un ejemplo de grandeza, sino que marcó un camino. El beso de Francisco que impactó a Cristina Fer­nández de Kirchner tiene el valor de un gran gesto: perdonar y dejar atrás ofen­sas, agravios y descalifica­ciones. Aplicado a nuestra realidad desde el poder, este gesto tendría hoy un valor casi revolucionario. Si capta este mensaje y lo transfor­ma en hechos, la Presiden­ta tiene la oportunidad de cambiar el presente de una sociedad atravesada por la intolerancia al pensamien­to diferente inculcado desde el poder. La oposición, tam­bién. ¿Tendrán la sabiduría de aprovecharlo y hacer historia?

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