El misterioso ascenso del general Milani

Hacía tiempo que los temas militares no ocupaban los titulares de los diarios. La irrupción del general César Milani en las noticias de primera plana ¿es apenas una curiosa excepción a esta regla que reflejaría la presunta "desmilitarización" de la política argentina, o hay algo más profundo detrás de su impetuosa fama? ¿Qué está pasando, en todo caso, con los militares, otrora silenciosos y poderosos? Si no están volviendo al poder y si esta conjetura es inverosímil, ¿adónde están yendo? ¿Qué "otro" poder los está utilizando, en todo caso, al servicio de otros fines?


Por Mariano Grondona | LA NACION

Un día, a un señor que estaba mortalmente aburrido porque no le pasaba nada en la vida, un coche, al atropellarlo, le arrancó esta exclamación: "¡Por fin me pasa algo!". ¿Será ésta la sensación que han experimentado los militares ante la imprevista notoriedad del general Milani ? ¿Que por fin "les pasa algo"? Pero hay dos interpretaciones posibles para el Caso Milani. Según la primera de ellas, es el primer caso en que los militares, después de un largo silencio, son mencionados. Es decir que vuelven, en cierto modo, a "existir". Pero a existir ¿para qué? ¿Para servir al poder de otros, o para reiniciar su propio camino, aunque sea largo y trabajoso, en dirección del poder que alguna vez tuvieron y que ahora les parece remoto?
El poder es un arma de dos filos. Supongamos que el Gobierno ha decidido utilizar al Ejército a través del general Milani para algún fin oculto. Como se sabe, la especialidad de Milani es la inteligencia militar. Lo cual quiere decir que, a través de él, el Gobierno procura realizar tareas de inteligencia en su propio beneficio. Pero las tareas de inteligencia le están vedadas al Ejército, sobre todo en el terreno "interno". Al desarrollarlas con una intención "política", la Presidenta estaría violando la ley. ¿Le importará mucho? Con el concurso del general Milani, el Gobierno tendría "dos" servicios de inteligencia en vez de uno: el primero legal y el otro ilegal, uno reservado y el otro clandestino, ambos a su exclusivo servicio. Algunos se escandalizarán ante esta perspectiva, que pone la vida íntima de los argentinos a merced de los espías. Otros se preguntarán si no ha ocurrido siempre así, aun cuando el Gobierno o algún otro espía no lo reconocieran. En dos biografías, una de Bismarck y otra de Richelieu, el historiador Hilaire Belloc sostiene que hay dos maneras de ocultar el pensamiento: la primera, obviamente, es el silencio. El cardenal Richelieu acudió a este método de manera creciente a un punto tal que, hacia el fin de sus días, casi había enmudecido. Sin embargo, hay otro método igualmente eficaz de "callar": hablar todo el tiempo y de manera contradictoria, con lo cual el interlocutor al fin ya no sabe a qué atenerse. El francés Richelieu se parapetaba detrás del silencio. El germano Bismarck hablaba, por el contrario, hasta por los codos, de modo que, en su caso, el interlocutor se quedaba también en ayunas. Yendo a nuestras latitudes, el general Julio Argentino Roca, por dos veces presidente, a quien por algo apodaban "El zorro", contestó en una situación comprometida con estas crípticas palabras: "Vamos bien porque vamos mal; vamos mejor porque vamos peor". Algunos pensaron que la suya no era más que una ocurrencia ingeniosa para salir del apuro. Era mucho más que eso. Era verdad.
Al convocar a los especialistas en inteligencia a servirla más allá de la ley, la Presidenta asume un riesgo. Habrá escogido para esta tarea, suponemos, a militares de su máxima confianza. El general Milani, volvemos a suponer, será uno de ellos. Pero este oficial ¿es por eso "kirchnerista"? ¿O, al servirla a Cristina, en el fondo está sirviendo al Ejército? Por un trecho, la ambición personal de Milani, la ambición personal de Cristina y la ambición institucional del Ejército andarán por la misma senda. ¿Hasta dónde, hasta cuándo? Las suyas son ambiciones finalmente incomparables. Cristina quiere todo el poder por todo el tiempo. Esta ambición no es compatible con la república. Milani quiere manejar el Ejército por algún tiempo en beneficio, imaginamos, del propio Ejército.
Para que sobre el país se posara la añorada estabilidad, las ambiciones de Cristina, Milani y el propio Ejército tendrían, finalmente, que converger. Al Ejército le pediríamos que se atenga a su misión profesional, con la esperanza de que nadie lo desvíe de ella en dirección de fines subalternos. Esto se podría lograr, salvo que gravitaran poderosas corrientes excéntricas. De Milani esperaríamos que honrara su vocación militar. Pero a Cristina le encomendaríamos la función más simple y, la vez, más elevada: serle fiel a la república, que sólo espera de ella que la sirva a carta cabal, como ya lo han hecho en nuestra América grandes presidentes, como Aylwin, Cardoso, Sanguinetti o Lula. Ninguno de ellos cayó en la tentación del reeleccionismo que, todavía, acecha a Cristina.
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