Argentina cristinista, un país sin límites

Más allá de las elecciones que se aproximan, la Argentina sigue caminando hacia una crisis que será inevitable afrontar. Muchos sinsabores traerá aparejada la misma. De ellos hay demasiados no afrontados en desdichas anteriores. La confusión entre Estado y gobierno es un tema que hay que tratar de precisarlo para distinguir responsabilidades. De eso se trata esta nota.


por JORGE HÉCTOR SANTOS
Twitter: @santosjorgeh
 
 
CIUDAD DE BUENOS AIRES (Especial para Urgente24). En un país:
 
> Donde buena parte de la población confunde al Estado con el gobierno, donde hasta los mismos medios de comunicacion ayudan a alimentar ese despiste, mencionando a uno cuando corresponde citar al otro;
 
> Donde la Presidente aprovecha esta ignorancia para taladrar a los “llevados a sus actos” para ahondar más tal equivocación.
 
En ese país, vale preguntarse si buena parte de la ciudadanía puede darse realmente cuenta de la destrazosa conducción del Estado hecha a lo largo de estos extensos y fatigosos diez años; enmarañados  detrás de la enorme cantidad de falacias con la que que Cristina Kirchner y sus títeres someten a la población en forma constante, riéndose de ella.
 
El Estado es un ente que vive de recursos que provienen de impuestos y tributos que paga el hombre más rico como el más pobre; más de todas las organizaciones alcanzadas por los mismos.
 
El Poder Ejecutivo, elegido por el voto popular en un sistema democrático, es el administrador del Estado.
 
El Poder Legislativo congrega a los representantes del pueblo, votados por este; pero su funcionamiento depende de la asignación de partidas que el Ejecutivo le otorga.
 
Lo mismo sucede con el Poder Judicial, cuyos miembros de acuerdo a la Constitución Nacional, no son elegidos por el voto popular.
 
Los tres poderes gestionan el Estado, pero el dinero lo dispone el Ejecutivo.
 
En pequeña escala sería como un consorcio de copropietarios, donde existe un administrador que maneja los fondos, un Consejo de Administración que representaría a los jueces y la Asamblea de propietarios que funcionaría como un símil al parlamento.
 
Siguiendo este razonamiento, el Estado no debería ser adjetivado para bien ni para mal; ya que su operatoria está en manos, principalmente, de la aprobación última del presidente de la Nación.
 
Por ende hilando muy fino, el Estado en los cruciales años '70 no fue el genocida, ni el que violó los DDHH. El responsable fue el gobierno militar que lo manejó.
 
De la misma forma, las prestaciones de terror que brinda el Estado nacional en la mal llamada“década ganada”, deben ser imputables a la viuda de Kirchner y su extinto marido.
 
Por lo tanto, si la inversión externa que se esparció sobre toda Latinoamerica tuvo una mosca blanca, llamada Argentina, fue por la inseguridad jurídica que generaron Néstor y sigue originando Cristina Kirchner, quien se sabe está a cargo del timón del Estado.
 
Sobre la dama de negro recae la culpa que desde 2005 huyeran del país la friolera de 84.000 millones de dólares. El Estado no es el culpable.
 
Tampoco es el Estado el vengativo, sino la Presidente de la Nación, la responsable, por ejemplo, que el titular del Corte, Ricardo Lorenzetti, su familia y el director administrativo de la Corte,Héctor Marchi, terminaran perseguidos fiscalmente tras el fallo de inconstitucionalidad de la ley que modificaba la forma de elección de los componentes del Consejo de la Magistratura.
 
No es mérito del gobierno del ex matrimonio feudal de Santa Cruz que durante gran parte de estos 10 últimos años los precios internacionales de nuestras exportaciones hayan escalado hasta convertirse en los más altos de las últimas cuatro décadas.
 
Pero sí es deber incumplido de los Kirchner que los US$ 150.000 millones adicionalmente ingresados durante sus gobiernos no se hayan cristalizado en obras de infraestructura, en mejora de la calidad educativa, en salud, en vivienda.
 
Que se hayan dilapidado en una crecida exhorbitante del gasto público con fines clientelares, en inimaginables hechos de corrupción; y en parches económicos desacertados que aumentan la inflación y la escasez.
 
Ni qué hablar de la ausencia de inversiones en el rubro Energía.
 
Los Kirchner ha descapitalizado al Estado ya que las reservas de petróleo llegaron a disminuir 20% y la de gas 60%; que originó que desde el año 2003 las producciones de uno y otro recurso hayan caído, al extremo de tener que erogar 13.000 millones de dólares en 2013 para importar combustibles; cuando siete años antes el sector energético era fuente de ingresos.
 
La vergonzosa gestión que del Estado se ha efectuado en esta década malgastada o desperdiciada se sigue mostrando a través de la irracionalidad de que los ricos reciban subsidios  casi 7 veces mayores a los subsidios que benefician a los pobres.
 
Más de la mitad de la población de la Argentina carece de cloacas y una quinta parte de auga potable. ¿El Estado es culpable? No, el gobierno que fue elegido por el 54% de los votantes para que lo lleve adelante.
 
Un gobierno kirchnercristinista que se ha ensañado con las fuerzas militares y de seguridad. A tal punto que el Ejército, la Fuerza Aérea y la Marina de Guerra, en conjunto, sólo reciben para su reequipamiento el 0,7% del PBI.
 
No extraña en esta cadena incesante de confusiones entre el Estado y el gobierno que el presidente de la Auditoría General de la Nación, Leandro Despouy, haya caído en la trampa o evitado el choque directo con la extraña habitante de Olivos; al decir:
 
"Hay un cuadro general de falta de control en el tema de drogas, al que se suma la situación que tenemos en los puertos importantísimos de nuestro país; hay una ausencia deliberada: el Estado renunció a ejercer el control".
 
"Hay una vocación deliberada de transformarlos en zonas totalmente libres de control, facilitando que Argentina sea uno de los países sindicados como de menor control pero, al mismo tiempo, uno de los principales exportadores de drogas del mundo".
 
El Estado son todos los argentinos; nunca los nativos de bien votarían porque la droga mate a sus hijos.
 
Por eso es que el Estado no puede renunciar a nada.  Sí lo hace quien lo conduce, el gobierno. En este país nadie duda que el auto solo lo conduce Cristina Fernández de Kirchner, por la que pasan todas las decisiones.
 
A esta Argentina de una Presidente sin límites se ha llegado porque hay una actitud permisiva ante tanto abuso por parte de la comunidad.
 
Los argentinos que pueden discenir y tomar conciencia del peligroso camino que se transita -yendo a toparse con una nueva y desconocida crisis- han conservado más un comportamiento de subordinados y comentaristas de una realidad que se da bruces con la ficción que de protagonistas de un tiempo sin tiempo.
 
La incompetencia gobernante, se suma a la soberbia, a la avaricia, a la falta de escrúpulos,  a la impunidad, a la voluntad de llevarse puesta la República, a las peores exteriorizaciones de actos de poder distantes de la vida en democracia.
 
La sociedad está quebrada por responsabilidad única de la Presidente, quien fomenta la idea del enemigo constante contra el que ella lucha para liberar a los más pobres de los designios del mal, que solo existen en sus consabidos discursos.
 
De tanto generar esos enfrentamientos, los adversarios de las gestas épicas, se han convertido en personas, organizaciones y empresas que en el silencio, muchas veces, se han ubicado en la vereda de enfrente del poder.
 
Los que más dependen de las dádivas del gobierno, con recursos del Estado,  son la base de sustento desde su inconsciencia, que NO es Cristina sino todos los argentinos. Aquellos que les pagan los subsidios y se los deberán seguir pagando hasta que inversiones productivas, que brinden trabajo, llegan a estas tierras.
 
La Presidente dijo en su desordenada arenga del 9 de Julio, desde Tucumán, que este gobierno tiene estatura moral; una visión equivocada, especial de parte de una mujer que atraviesa un momento muy complejo; mientras 40 millones de argentinos bailan al son de sus caprichos.

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