Cuando el castrismo quiso conquistar América latina

Bajo el título Fue Cuba, Juan Bautista Yofre ha escrito un libro ejemplar en el que examina el proyecto de Fidel Castro y de Ernesto Guevara de La Serna de convertir América latina, durante los años sesenta, en cabecera de puente de la penetración castrista en nuestra región. Pese a que contiene cerca de 500 páginas, el libro se lee como si fuera una novela. Su conclusión más inquietante es que Castro y Guevara estuvieron muy cerca de lograr sus objetivos, incluso más allá de Cuba y del resto de América latina.


Por Mariano Grondona | LA NACION

Debe hacerse notar, en este sentido, el papel defensivo que cumplieron en este aspecto las fuerzas armadas de los distintos países de la región, en otros sentidos tan denostadas y, a veces, con razón. ¿Por qué no se equivocaron en eso? Quizás porque no se habían alejado tanto de la realidad, precisamente por falta de esa sofisticación del pensamiento tan propia de los intelectuales. Al castrismo también lo benefició, en suma, la soberbia de los intelectuales que, eso sí, cuando se equivocan, saben explicarlo mejor.
La tapa del libro merece un párrafo aparte. En ella figuran Fidel Castro tal como es y el Che tal como no fue, disfrazado hasta un punto tal que es imposible reconocerlo. Así era un mundo cuyos protagonistas con frecuencia cambiaban de aspecto para asegurar el éxito de su misión, porque la clave de la acción en esos tiempos turbulentos no era tanto acertar cuanto desorientar al rival, es decir, impedir que acertara.
La investigación de Yofre ha sido exhaustiva, lo cual arroja luz sobre un tiempo tembloroso en el cual pocos confesaban quiénes realmente eran y muchos confundían su misión para engañar al enemigo, aunque al fin terminaran, a veces, engañándose a ellos mismos.
La foto distorsionada del Che, que preside su tapa, muestra así el engaño de esta época en la cual todos o casi todos disimulaban su rol para asegurarse un lugar en una trama que tampoco ellos conocían enteramente. Fue Cuba es un libro ejemplar, decíamos, porque tiene la paciencia de seguir en sus vericuetos una época básicamente insincera cuyo mérito principal pareció ser confundir al otro para no perderse a uno mismo.
Si fue tan sutil y sofisticada, ¿por qué la ofensiva castrista, entonces, fracasó? Diríamos, por su desmesura. Hay un cierto narcisismo en los planes de acción. A sus autores los fascina, a veces, más que su éxito probable, su refinamiento en la concepción. Aquí juega su papel especial el narcisismo. ¿Cómo no va a ganar el más refinado, el más elaborado? ¿Cómo comparar, en este sentido, a un ideólogo refinado con un campesino ignorante?
Sin embargo, en Bolivia, y muchas otras veces, ganaron los soldados y los campesinos ignorantes sobre los intelectuales. La razón no depende siempre de la sofisticación. El soldado, el campesino están más cerca de la tierra, aunque en ocasiones no sepan explicarlo sobre un pizarrón.
El intelectual, al explicar las cosas, se anima a volar. Es, por eso, más brillante. También se equivoca más. Aquí cabría contrastar al intelectual con el realista. El ideólogo es una variedad del intelectual. El realista desciende a las profundidades, donde nada brilla o luce, pero donde acecha, pese a eso, la verdad.
Adam Smith habló del "espíritu de sistema" o, con otras palabras, de la fascinación de los intelectuales con las explicaciones sofisticadas. Esta explicación del exceso, de un error, ¿afecta incluso al marxismo? A veces, lo más verdadero no es lo más elaborado, sino lo más sencillo.

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