El enigma Lorenzetti

Mientras nuestro Poder Ejecutivo es lineal, "insistente", nuestra Suprema Corte anda en zigzag, es y quizás debe ser "ambivalente". Los diversos métodos que ambos poderes persiguen reflejan su fuerza o su debilidad. El Poder Ejecutivo insiste, cada vez que se le presenta la oportunidad, en ir derechamente a su objetivo como si necesitara demostrar su energía, su ejecutividad, y en esto a veces se "pasa" como si para él toda autocrítica no fuera una muestra de prudencia o de sabiduría, sino de debilidad. Cuando Cristina Kirchner reasuma en pocos días el poder, probablemente volverá a confundir la virtud de la firmeza, que incluye la flexibilidad, con el defecto de la obstinación, que no la incluye porque para el obstinado rectificarse no supone aprender, y por tanto mejorar, sino "perder".


Por Mariano Grondona | LA NACION

Frente al vigor que necesita demostrar el Poder Ejecutivo en su carácter de poder "fuerte", la Suprema Corte necesita demostrar su sabiduría y, por lo tanto, su imprevisibilidad. Hasta cierto punto, ella y en particular su presidente Ricardo Lorenzetti, debe asemejarse al dios Jano, a quienes los romanos dibujaban con dos rostros, cada uno de ellos mirando en dirección opuesta. Jano era el dios de las puertas, por definición ambivalentes porque a veces se abren y a veces se cierran. El presidente de la Corte había seguido este criterio hasta ahora, asegurando así su independencia en relación con la "insistencia" del Poder Ejecutivo, que siempre quiere que se cumplan sus órdenes, que no solo manda sino que necesita, además, que todos reconozcan su mando, como si no fuera un gobernante republicano sino un gobernante absoluto.
Al homologar la constitucionalidad de la ley de medios que había objetado casi toda la oposición, ¿ha renunciado la Corte, por lo visto, a la ambivalencia? En su ir y venir hacia o desde el Ejecutivo, ¿no se ha inclinado en demasía Lorenzetti hacia el poder de Cristina? La pregunta es inquietante porque el fallo que respaldó la constitucionalidad de la ley de medios se produjo cerca, quizás demasiado cerca, de la dura derrota electoral que había sufrido el Gobierno en las elecciones del 27 de octubre. El pueblo, que es el tercer protagonista en este juego de decisiones que integra junto con el Ejecutivo y la Corte, quedó de este modo anulado, precisamente a pocas horas de haberse pronunciado contra Cristina. ¿Quién manda entonces entre nosotros? ¿Cristina o el pueblo?
Lo que más preocupa desde una perspectiva republicana, en este sentido, es que no bien fue derrotada por el pueblo, Cristina se refugió en la Corte en busca de una protección que logró de inmediato cuando se aprobó la declaración judicial sobre la constitucionalidad de la ley de medios en favor de un gobierno como el que tenemos, que gracias a Martín Sabbatella, el titular de la Afsca, la autoridad que vigila los medios, impone una conducta fuertemente sesgada en materia de publicidad oficial. Es que Sabbatella, lejos de ser un árbitro imparcial en relación con el manejo de los medios, es un militante kirchnerista al que se le ha encomendado, justamente, el control de la publicidad oficial. Como viene de decir el senador electo Fernando "Pino" Solanas: pusieron un zorro para cuidar el gallinero. Por eso parece sensato lo que ha pedido el macrismo: antes de que se pensara siquiera en la supervisión estatal que exige la nueva ley de medios, Sabbatella tendría que renunciar.
Una pregunta más inquietante todavía se plantea a partir de ahora: la Corte Suprema, ¿ha perdido acaso su prestigio como tribunal de última instancia cuya misión principal es resguardar la libertad de los argentinos frente a los avances del Poder Ejecutivo? Digamos al menos que, detrás del voto judicial en favor de la ley de medios, su prestigio se ha nublado. ¿Podría resplandecer otra vez? Creemos que podría, si la Corte reanudara el zigzag que aseguró su independencia, y si las dudas que dejó su último y discutido fallo se despejaran en futuras instancias. La batalla, todavía, no está perdida. Es que, como recordó Rudolf von Ihering, en un famoso ensayo, La lucha por el Derecho, es una batalla incesante cuyas exigencias se renuevan al despertar, cada mañana.
La visión más pesimista sobre el proceder del doctor Lorenzetti es que se ha rendido ante las insistentes presiones de la Presidencia. Así lo cree, por ejemplo, la diputada Elisa Carrió. No dudamos de la buena fe de Carrió, incluso de su clarividencia cuando se trata de defender a la república. Preferimos no obstante, por ahora, no precipitarnos hasta que aparezcan nuevas pruebas de lo que la diputada denuncia. Es demasiado lo que está en juego: nada menos que la salud de la república, amenazada por el huracán de la intolerancia.

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