Schoklender

Por Jorge Fontevecchia


Es irónico ver cómo, recién ahora que Schoklender renunció a su puesto en la Fundación Madres de Plaza de Mayo, el Gobierno comienza a aceptar públicamente que se podrían haber cometido delitos en la administración de los fondos destinados a la construcción de viviendas.





Desde noviembre de 2004, la Fundación Madres de Plaza de Mayo vino acumulando alrededor de cincuenta cheques sin fondos por año. Su administración era tan desordenada que hasta se creyó que una ex ministra de Economía tan desprolija como para tener una bolsa con billetes en el baño de su despacho podía mejorar las cosas.
Ya en 2003, Schoklender fue detenido por manejar un auto con chapa y motor adulterados. Ese mismo año, Vicente Zito Lema fundamentó su renuncia de la Universidad Popular de la Madres diciendo: “Me resisto a que ningún infausto monje negro (por Schoklender) reviva en nuestra institución una suerte de lopezreguismo”.
En 2005 Schoklender alquiló una casa en el country Highland de Pilar y en 2007 fue fotografiado ocupando una carpa del balneario CR de Pinamar, que costaba dos mil dólares por quincena.
Todas estas informaciones eran conocidas en la medida en que se fueron produciendo porque fueron publicadas por la revista Noticias, el diario PERFIL y Perfil.com, aunque en soledad hasta el año 2008, después de la crisis del campo, cuando lo que hoy el Gobierno llama “medios hegemónicos” simpatizaban con el kirchnerismo. Durante una ceremonia donde la Legislatura concedió al ex director del diario The Buenos Aires Herald, Robert Cox, la condición de ciudadano ilustre y junto con Estela de Carlotto, me tocó ser uno de los oradores, se me acercó Juan Cabandié para recriminar que Editorial Perfil “desprestigiaba a las Madres”.
Lamento la miopía de quienes, tratando de protegerlas, no hacían más que exponerlas y en algunos casos usarlas. Hace tres años, en una contratapa titulada “El uso de las Madres”, escribí: “No coincido con el uso que se hace de la denominación Madres de Plaza de Mayo para tareas poco y nada relacionadas con su esencia, como la construcción de viviendas con fondos del Estado, con el riesgo de que alguien de su organización –no una Madre–, corrompido por la utilización que hace de la caja el oficialismo para cooptar voluntades, hiera el legado sin manchas que ellas deben dejar en la historia”.
Las Abuelas de Plaza de Mayo tienen una tarea que llena sus vidas y da sentido social a su obra: encontrar a sus nietos desaparecidos. Pero las Madres, en sintonía con un Gobierno que concluye los juicios a los ex represores, se irían quedando sin una misión activa, y es comprensible que Hebe de Bonafini haya pensado que construir viviendas populares dando trabajo a desocupados en un país con alto déficit habitacional sería una forma útil de canalizar su energía. Y que sin experiencia en gestión haya subvaluado las complejidades ejecutivas de esa tarea. Pero era el Gobierno el que debería haberla ayudado no diciéndole a todo que sí ni mirando luego para otro lado cuando se producía lo obvio: con tanto dinero en juego, si no era Schoklender habría aparecido algún otro ambicioso que habría terminado aprovechándose de la impunidad temporal que le daba esconderse tras el nombre Madres de Plaza de Mayo. Afectando, finalmente, lo que se quería proteger.
Ahora el Gobierno dice que investigará a Schoklender “hasta las últimas consecuencias”, pero resulta difícil de creer que no termine dándole algún tipo de protección, como hizo con los funcionarios investigados por Skanska, el Valijagate o las denuncias que afectan a su ex secretario de Transporte Ricardo Jaime, porque al investigar a fondo cualquiera de estos casos se terminaría hiriendo a sí mismo, como lo demuestran las notas de tapa de esta edición de hoy de PERFIL, comenzando por la esposa de Moreno.
Wittgenstein, en sus Investigaciones filosóficas, cuenta la historia de un hombre que exclama: “¡Pero yo sé cuánto mido!” y se pone la mano sobre la cabeza. Moreno, su esposa o Felisa Miceli midieron todo así. Schoklender, agradecido.

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