Fuegos cruzados

Dispararon al mismo tiempo, pero no en la misma dirección. El secretario de Justicia, Julián Álvarez, denunció que la firma hotelera Hotesur, que es propiedad de Cristina Fernández, no está cumpliendo desde hace varios años con la obligación legal de presentar sus balances, pero la exculpó tímidamente al agregar que esta irregularidad "es menor que pasar una luz roja y tiene un castigo de menos de trescientos pesos". ¿Hay por lo visto delitos menores, excusables, sobre todo si los comete la Presidenta? ¿A qué distancia nos hallamos entonces de aquella famosa anécdota según la cual San Martín, a la sazón jefe del Ejército de los Andes, reprendió a un centinela por no haberlo castigado a él mismo debido a una omisión menor?


Por Mariano Grondona | LA NACION

"Dura lex sed lex", decían los romanos. Según este criterio, aunque la ley sea dura, bastaría para confirmarla con reconocer simplemente que es la ley, y aquí se acabaría la discusión. Aunque haya pretendido aplicarla nada más que un simple centinela por lo bajo y nada menos que al jefe del Ejército por lo alto, para la escuela sanmartiniana éste es al criterio único e invariable que debe regir la aplicación de la ley a todos los responsables y bajo todas las circunstancias.
Sobrevuelan aquí dos conceptos antagónicos sobre la vigencia de la ley. Según la interpretación sanmartiniana, la vigencia de la ley es el criterio supremo al cual ningún otro debiera anteponerse. No hay ninguna otra razón capaz de aminorar, de relativizar, la supremacía de la ley. Para esta concepción "absoluta" de la ley, todo el problema consiste, en cada caso, en determinar la ley que debe aplicarse y lo demás derivará automáticamente, por añadidura, de esta primera determinación.
Si llegáramos a salir de esta recta avenida, nos internaríamos en la infinita maraña del relativismo. Hay vulneraciones graves y no tan graves de la ley. Hay excepciones y hay circunstancias. Hay pecados mortales y pecados veniales. Pero también por este camino rige un criterio tan elástico que se pierde en la escala infinita de las diferenciaciones. Toda esta maraña de las distinciones se diluye delante de la firme decisión de cumplir siempre con la ley, absolutamente. En las buenas y en las malas. Cuando conviene y cuando no conviene. Según este criterio absoluto de la ley, no hay otra distinción válida que la derivada de la misma ley. Ser o no ser. Más allá, espera la barbarie.
Puestos frente a la necesidad de definirnos ante la ley, en suma, podremos escoger sólo entre dos alternativas: honrarla o aprovecharla. Si la honramos aun cuando no nos convenga, sentaremos las bases del imperio del derecho para nosotros mismos y para los demás, poniendo los fundamentos de un orden ético y jurídico universal, válido para todos. Fue lo que hicieron los romanos al fundar el derecho de un modo tal que los pueblos que se plegaron a ellos terminaron haciéndolo hasta por su propia conveniencia. Y a esta convergencia universal en torno de derechos que terminaron por ser de todos se le dio un nombre común, la "civilización". ¿En qué consiste entonces la civilización? En un mismo techo bajo el cual todos estamos llamados a cobijarnos.
¿Pero no existen acaso otras civilizaciones convocadas al mismo destino? El derecho romano fue quizás el primer derecho universal al cual se agregarían otros más hasta formar la constelación de los derechos actuales. ¿Qué queda fuera de esta formidable, gradual y milenaria convergencia? Sólo queda, también milenaria, la barbarie.
Si honrar la vigencia de la ley en todas las circunstancias o escapar de ella sólo cuando nos conviene separa a los pueblos cumplidores de los incumplidores, ¿dónde quedaríamos ubicados los argentinos? Imaginemos a una sociedad que cumple con la ley aun cuando nadie la mira y a otra que sigue la regla de su propia conveniencia, según la vigilen o no la vigilen los demás. ¿Cuál de estas sociedades sería la más astuta?
La sociedad evasora sería la más astuta, pero no la más sabia. El astuto mira el corto plazo, su conveniencia, pero al hacerlo descuida el largo plazo, donde cuentan los demás. En cuanto a ser egoísta, saca ventajas que pierde de inmediato desde una perspectiva más amplia, en cuanto miembro de la sociedad. Si hacemos bien la cuenta, ¿el egoísta ha ganado o ha perdido?
Para encontrar una respuesta correcta, podría acudirse al derecho comparado. ¿A cuáles sociedades les ha ido mejor? ¿A las oportunistas o a las principistas? Cuando el conductor de un vehículo se detiene frente a una luz roja aun cuando nadie lo mira, ¿es un tonto o es un vivo? A escala individual es un tonto. Pero es un tonto, en cualquier caso, que se beneficia por formar parte de una sociedad superior que ella misma que es y está viva por creer que el todo es mayor que las partes y obrar en consecuencia.

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