Ahora que se fue Moreno, ¿andará todo bien?
Desde antiguo, se ha tendido a concentrar la culpa por los males que sufre un país en una determinada persona. Se llega a creer así que una vez que se castigue al presunto culpable las cosas volverán a la normalidad. A este modo de pensar, que viene de muy lejos, se lo llama "el mito del chivo emisario". En los tiempos bíblicos, se cargaba a un chivo o cordero con el registro de los pecados de la tribu y, así abrumado, se lo enviaba a perderse en el desierto. Se suponía que, gracias a esta función redentora a cargo del cordero, la sociedad quedaba limpia, lista para volver a empezar. Se ha escrito mucho sobre el mito del chivo emisario, una suerte de asesinato colectivo de una persona o de su imagen para liberar a los seres humanos del pecado y de la responsabilidad que, de otra manera, recaería sobre ellos.
Por Mariano Grondona | LA NACION
Por Mariano Grondona | LA NACION
El mito del chivo emisario se ha presentado, desde el fondo de la historia, bajo mil formas. ¿Ha sido la última de ellas el súbito despido de Guillermo Moreno por parte de la Presidenta?
Sí y no. Para merecer el dudoso título de "chivo emisario", algún "mérito" ha de tener, por lo pronto, el propio candidato. Con sus modos destemplados, Moreno se hizo acreedor a muchos disgustos, a muchas acusaciones. Mandaba a ojos vista y ocupaba de continuo el primer plano. Algo de fundamento había entonces en la mala voluntad que generaba.
Este "algo de fundamento", empero, ¿justificaba culparlo sin más por nuestros males? ¿Era el ex secretario tan poderoso que su descomedida expulsión del entorno de la Presidenta bastaría para predecir tiempos mejores? Si esto no es así, quizá nos sintamos liberados de Moreno sólo por un tiempo, hasta que el empecinado "mal argentino" nos vuelva a visitar. En otras palabras, ¿fue Moreno un sinónimo del mal argentino o, apenas, una de sus más aparatosas manifestaciones?
El despido del chivo emisario viene acompañado, por lo general, por el arribo al área del poder de otro protagonista al que la sociedad le asigna el antagónico papel de "salvador". Esta otra creencia, simétricamente opuesta a la del chivo emisario, suele seguir un ciclo inverso, porque así como el chivo concentraba al principio todos los odios, el "salvador" enciende al principio todas las esperanzas, hasta que también su ciclo, eventualmente, se revierte.
Pero así como el modelo del chivo emisario se expresó entre nosotros casi perfectamente con el agresivo Moreno, el modelo del "salvador" se expresa a medias con la pareja despareja de Alex Kicilloff, el nuevo ministro de Economía, y Jorge Capitanich, el nuevo jefe de Gabinete.
Kicilloff, para empezar por él, suscita muchas dudas. No sólo sus orígenes ideológicos, de raíz marxista, son conocidos. Si pretende convertirse en "salvador" de la situación actual, además, se ha involucrado en demasía con los fracasos del equipo anterior para que pueda desligarse fácilmente de ellos. Capitanich es, al parecer, diferente, y se presenta así con cierta autoridad. La pregunta que viene enseguida, por consiguiente, es ésta: ¿cómo harán Kicilloff y Capitanich para llevarse bien?
Lo que más preocupa a los observadores, sin embargo, no es el destino de esta "pareja-despareja", sino el rumbo de la propia Presidenta. Si ella ordena golpes de timón tan bruscos como los que estamos comentando, ¿sabe realmente adónde va? ¿O se va adaptando como puede a vendavales contradictorios frente a los cuales aspira, más que a conducir, simplemente a "zafar"?
¿Cuál es el grado de autoridad que conserva, con otras palabras, la propia Presidenta?
Tiene, por lo pronto, una autoridad indiscutida sobre sus propias huestes, a la que refuerza la parálisis de la oposición. Éste no es su problema. Su problema es que no sabe qué hacer con su indiscutida autoridad. Cristina, por ahora, manda. ¿Pero "hacia dónde" manda? ¿Hacia dónde quiere llevarnos? Le queda cada día menos tiempo para contestarnos. En la medida en que Cristina no sabe adónde ir, tampoco encuentra vientos favorables. Y esto desconcierta incluso a la oposición, ya que si el Gobierno no sabe adónde va, ¿cuál habría de ser el rumbo de sus opositores? ¿A qué tendrían que decirle que no? Si Cristina no tiene un "sí" frente al cual disentir, ¿podrán formular su propio "no" quienes se oponen a ella? ¿O el empeño de Cristina es simplemente "durar" hasta que suene la campana? Quiso todo el poder por todo el tiempo. Ahora que le quedan cada día menos poder y menos tiempo, se ha creado el vacío por donde debería filtrarse, de veras, un nuevo proyecto presidencial.
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