No cambia nada

Lo que sigue, es la reproducción del párrafo inicial del artículo escrito para PERFIL el domingo 6 de enero de 2008. Se leía allí: “Sucedió el jueves pasado a la media tarde, a medida que la temperatura y la sensación térmica iban subiendo y poniendo al sistema eléctrico en una situación de máxima tensión. Tal como había ocurrido en la noche del último día de 2007, el sistema empezó a desnudar sus flaquezas. Los barrios porteños de Caballito, Flores y Barracas quedaron sin luz junto a otros distritos del Gran Buenos Aires y del resto del país. La gente, literalmente, explotó y decidió salir a la calle. Y ahí protagonizó un cacerolazo que estremeció al poder que venía siguiendo el problema de lejos.[…] De ahí el nerviosismo del Gobierno en esas horas de mínima tensión eléctrica y máxima tensión política. La orden, pues, bajó imperativa y tajante desde la residencia vacacional de El Calafate. El ministro de Planificación, Julio De Vido –el mismo que se la pasa todo el tiempo diciendo que todo está bien–, puso al rojo vivo los teléfonos de las empresas distribuidoras de electricidad. La orden que tronó fue que debían dar la cara y apurar soluciones para los indignados y sufrientes vecinos que se derretían con los 38 grados de sensación térmica y la falta de luz y agua”.


Por Nelson Castro

Han pasado ya seis años de aquellos hechos y, como es fácil apreciar, nada ha cambiado. Los días transcurren así en medio de un devenir desesperante en el que a la falta del suministro eléctrico, se le agrega el desamparo que produce la indiferencia y la lejanía de los funcionarios. La Presidenta sigue en El Calafate y no ha partido de ella ninguna palabra siquiera de solidaridad hacia los miles de damnificados por esta catástrofe. A Alicia Kirchner, la ministra de Desarrollo Social, no sólo no se la ha visto sino que sus tuits con referencias a los aumentos de las ventas navideñas en los shoppings y alabanzas a la militancia kirchnerista no han tenido una sola mención a los padecimientos de los que no tienen luz ni agua. De Vido sigue insistiendo en que las empresas deben dar la cara, tal como lo decía hace seis años. Según narró nuestra colega Mercedes Ninci, hasta el jueves pasado el secretario de Energía, Daniel Cameron, estaba de vacaciones. Tampoco abundaron las presencias de funcionarios del Gobierno de la Ciudad. Recién ayer apareció Mauricio Macri. Los legisladores porteños Gustavo Vera (Unen) y Marcelo Ramal (PO), presentaron un proyecto para declarar la emergencia energética en la ciudad, cosa que no se pudo lograr porque al momento de hacerlo había sólo cinco de sus miembros presentes en el recinto de sesiones. El jefe de Gabinete, Jorge Capitanich –que casi como una burla no dudó en encabezar un acto para entregar el Premio a la Calidad 2013 a la central termoeléctrica Genelba–,se la pasa amenazando a Edesur y Edenor con sanciones que van desde multas hasta la estatización, alternativas que para la gente afectada no significan nada: lo que reclama y necesita es la luz. La deuda de la política con la ciudadanía es monumental. La estrategia del Gobierno es clara: pretende quedar como víctima. Como siempre, lo mismo hizo tras la tragedia de Once.
El acuerdo de precios que ha anunciado el Gobierno –del cual no se sabe aún la lista de productos ni sus valores– ha nacido casi sin vida. Que comience a regir a partir del 3 de enero ha generado una aceleración de la remarcación de los precios con aumentos que, en el caso de algunos productos de primera necesidad, ha oscilado entre el 10 y el 15%. Habrá que ver cuánto dura ese efecto colchón ante una inflación que no cede. En este marco, las expresiones del presidente del Banco Central, Juan Carlos Fábrega, respecto de una disminución del nivel de la emisión monetaria para el 2014, constituyen una irrealidad. Si no se ataca de raíz la inflación esa será una misión imposible. Axel Kicillof actúa a la manera de un cruzado. El ministro, que viene de protagonizar una deslucida gira por China en la que no obtuvo ningún resultado concreto –los 19.000 millones de dólares en inversiones que se anunciaron son un cuento chino, al igual que aquel otro de 2004 en el que se hablaba de 20.000 millones que nunca llegaron– tiene un enfrentamiento fuerte con su predecesor, Hernán Lorenzino, que se dedica ahora a hacer circular versiones sobre un posible y pronto arreglo de la deuda con el Club de París, situación que por el momento parece pertenecer al mundo de la fantasía. El equipo de Kicillof no presenta fisuras. Su problema es la falta de ideas sobre lo que es la gestión.
En este contexto, el dato político más relevante es la ausencia de la Presidenta. Su reclusión en El Calafate es un símbolo que refleja el momento político por el que atraviesan el Gobierno y el país. Mayor contraste, imposible: allí hace frío mientras que aquí la ola de calor abrasa. Las únicas expresiones que se conocieron de la jefa de Estado fueron las destinadas a desmentir una eventual candidatura suya en 2015. Por lo demás, el silencio presidencial sobre los apagones fue y es estrepitoso. Esa ausencia, en un gobierno personalista como el de ella, ahonda los problemas de gestión de su administración. Como a la jefa de Estado hay que llevarle sólo buenas noticias, la única manera de hacerlo es desconociendo la realidad o adjudicarles la responsabilidad a los otros.
Aparece allí el protagonismo de Máximo Kirchner, quien cree que todo esto es una conspiración que será derrotada por el tiempo y las circunstancias. Las circunstancias de las que se habla en ese entorno van desde los dólares que vendrían para YPF hasta la magia de Lionel Messi para la obtención de la Copa del Mundo en Brasil. Dijo Abraham Lincoln: “Se puede engañar a todo el mundo durante algún tiempo; se puede engañar a algunos todo el tiempo, pero lo que no se puede hacer es engañar a todo el mundo todo el tiempo”. La Presidenta debería anoticiarse de ello.
Producción periodística: Guido Baistrocchi.

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