La inversión de la mirada
El Vaticano mira de otro modo a los gays, las lesbianas y las parejas de hecho. Así resulta del borrador del documento publicado en Roma por el sínodo de obispos bajo el título "Informe después de la discusión", sobre la condición de los homosexuales. La Iglesia, en dicho documento, llega a decir que esta condición tiene "aspectos positivos", lo cual contrasta con su condena invariable durante siglos.
Por Mariano Grondona | LA NACION
Por Mariano Grondona | LA NACION
El asunto ha dado margen a un arduo intercambio de opiniones entre los padres de la Iglesia, pero esta vez ha habido además dos novedades cruciales: en primer lugar, se ha descorrido el velo de una aparente unanimidad que ya nadie pretende; en segundo lugar, que no son los conservadores sino los reformistas quienes, esta vez, han prevalecido.
¿Se podría decir, entonces, que el tradicional dominio de los conservadores en la Iglesia se está diluyendo? ¿Que llegó el turno de los renovadores? ¿O es demasiado temprano para formular este tipo de conclusiones? Los observadores han asistido en todo caso a una discusión doctrinaria intensa y abierta, y ésta es una novedad que implica una diferencia en favor de una suerte de apertura, de sinceramiento, de transparencia, en el interior de una institución dos veces milenaria.
En verdad, las instituciones de larga permanencia atraviesan dos situaciones contrapuestas. Durante períodos afiebrados, que a veces hacen temer convulsiones insuperables, tiemblan y se retuercen. Al cabo de un tiempo, empero, renace la calma. Pero no por largo tiempo. La inquietud volverá, probablemente detrás de un nuevo rostro, con sus nuevas propuestas.
Ésta es la manera, en suma, en que nosotros los mortales salimos al encuentro de la inmortalidad. Amagamos, probamos, insistimos, nos rectificamos. Es nuestra manera de decir que todavía somos. Es nuestra manera de afirmarnos en nuestra inestabilidad, es la manera de estar ciertos en medio de la incertidumbre. Se podrá sospechar de este método por definición inseguro, vacilante. Tiene una compensación: es auténtico. Somos hasta ahí, hasta donde somos. Más allá es fantasía. O es soberbia.
En cualquier caso, el borrador del Vaticano abre un sendero insospechado, porque puede ser leído desde la otra punta. Es, de un lado, la confirmación de que no somos casi nada. Pero, al lado de nuestra casi nada, somos algo. ¿Qué es ese algo que somos, que pese a todo somos? ¿Hay una chispa divina en medio de nosotros?
Se ha quebrado una larga tradición en materia de documentos eclesiásticos. Antes del pronunciamiento que estamos comentando, las cosas se escribían en blanco o negro. El documento bajo nuestra lupa hoy sostiene, empero, que hasta la homosexualidad podría albergar ingredientes positivos. ¿En qué quedamos entonces? ¿Podría haber algo bueno en la homosexualidad? ¿Podría el bien convivir con el mal? No hay entre nosotros un bien que sea tan puro que no lo disipe una migaja de mal, ni un mal al que no lo redima una fulgurada de bien. Somos intermedios, somos vacilantes, somos finalmente, indeterminados.
Esta última afirmación podría dar lugar a una conclusión. ¿Es que no podemos optar por el bien o por el mal? ¿Es que estamos condenados a la ambivalencia? Venimos acostumbrados a los juicios morales categóricos. Hasta el pronunciamiento del Vaticano que estamos comentando, la homosexualidad estaba mal. Podíamos comprender al pecador, pero no podíamos absolverlo. ¿Están las cosas más claras hoy, que podemos absolver al pecador incluso sin comprenderlo?
Por siglos, en Occidente se consideró que ser gay estaba mal. Pero ahora el propio Vaticano viene a reconocer que algo bueno puede haber en los gays. ¿Nada es absoluto entonces, todo es relativo? En la antigüedad, había dos monstruos llamados Escila y Caribdis en cuyas garras caían los navegantes de modo tal que la desgracia les resultaba inexorable. Si se es gay, ahora, ¿se cumple este destino? ¿No hay salida?
Una manera de eludir este dilema sería reducir a la condena moral el íntimo recinto de las conciencia. Ser gay o no serlo sería en tal caso una opción de la libertad. Pero ¿quién podría en tal caso escapar del drama moral? El infractor ¿ante quién debería responder? Otra pregunta en todo caso se avecina. El vencedor ¿es el que tenía la razón? Todos pensamos que los griegos vencieron a los persas porque la historia cabalgaba con ellos.
También hubo, sin embargo, victorias injustas. Pero no diríamos por eso que la historia es ciega. Quizás la historia sea, al fin y al cabo, una combinación misteriosa de talento y destino.
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