Hay más defaults que enfrentar
Hace poco nos enteramos con estupor que una niña de nueve años había matado accidentalmente a un instructor de tiro. El suceso ocurrió en un stand que se llama "Balas y hamburguesas" sito en un shopping center de Arizona. O sea que comés una hamburguesa y luego ejercitás tiro al blanco con un instructor supuestamente facultado para enseñar ese riesgoso deporte a niños en edad escolar. Dicho entrenador proveyó a la discípula de un rifle que puede disparar hasta ¡600! balas por minuto. La niña accionó el gatillo automático y la fuerza del retroceso impactando un cuerpo frágil correspondiente a una criatura hizo el resto, o sea, el fusil voló por el aire y varios disparos perforaron la cabeza del instructor que murió en el acto. Todo esto fue filmado por los padres de la nena que querían registrar el hecho como si fuera la graduación universitaria de su hijita o la fiesta de los quince. Todo esto se catalogó como "un desgraciado accidente" y uno, en el tercer mundo, se pregunta si no será que todo el mundo es tercer mundo o si habrá que dejar de calificar con números la ferocidad mezclada con la estupidez e irracionalidad que marca la calidad humana mucho más correctamente que el desarrollo económico y el poder armamentista de los países.
Por Enrique Pinti | Para LA NACION
La ley del revólver es una de las tantas leyes que necesita control y renovación urgentes. Matanzas estudiantiles y masacres evitables (recordar la locura del joven que disfrazado como el villano de la última película de Batmanirrumpió en un cine y masacró a una gran cantidad de espectadores en la premieremás sangrienta que recuerda la historia reciente) y todo esto motivado por la paranoia colectiva, por la teoría del eterno enemigo exterior que va desde el miedo a los marcianos, los comunistas, los inmigrantes ilegales y demás demonios creados por imaginaciones calenturientas y fabricantes de armas que, no contentos con las guerras que estremecen a la humanidad, han instalado en los pueblos del mundo la idea de que como la justicia es lenta y muchas veces corrupta o al menos ineficaz, no queda otra más que la venganza por mano propia y vivir armados hasta los dientes. Y si eso ocurre en países poderosos y permanentemente elogiados por su "seguridad" ¿qué podemos esperar nosotros ante nuestro propio entorno?. El ciudadano de a pie frente a la violencia y el delito sabe que la locura existe como siempre existió, que las erráticas teorías sobre como encarar las terribles consecuencias que sufre no alcanzan ni siquiera a prevenir estos males que se han desparramado por grandes zonas de peligro. A esto se suma como causa y consecuencia el desmejoramiento de las condiciones económicas que, con distinta intensidad pero con resultado igualmente nefasto, deja tendales de desocupados, mendigos callejeros, sub empleos con salarios que no compensan la inflación y resentidos sociales con causa. Para completar el cóctel Molotov, la justicia lenta, la legislación confusa y anacrónica y un sistema carcelario que funciona por hacinamiento y brutalidad como escuela del crimen logrando que el que entra salga peor de lo que era en el momento de su ingreso.
Esa niña asesina accidental por la irresponsabilidad de sus padres, el instructor muerto por una cultura armamentista y retrógrada, las entraderas en nuestros hogares, el asesinato de ancianos y demás horrores en nuestro país, las guerras espantosas en Siria, Ucrania y Gaza, las crisis europeas con tendales de desalojados y estafados y funcionarios cínicos que dicen en el supuesto primer mundo: "Hay que trabajar más y ganar menos" y lo dicen desde autos de alta gama. Todo esto y mucho más habla del verdadero default, el moral.
Por Enrique Pinti | Para LA NACION
La ley del revólver es una de las tantas leyes que necesita control y renovación urgentes. Matanzas estudiantiles y masacres evitables (recordar la locura del joven que disfrazado como el villano de la última película de Batmanirrumpió en un cine y masacró a una gran cantidad de espectadores en la premieremás sangrienta que recuerda la historia reciente) y todo esto motivado por la paranoia colectiva, por la teoría del eterno enemigo exterior que va desde el miedo a los marcianos, los comunistas, los inmigrantes ilegales y demás demonios creados por imaginaciones calenturientas y fabricantes de armas que, no contentos con las guerras que estremecen a la humanidad, han instalado en los pueblos del mundo la idea de que como la justicia es lenta y muchas veces corrupta o al menos ineficaz, no queda otra más que la venganza por mano propia y vivir armados hasta los dientes. Y si eso ocurre en países poderosos y permanentemente elogiados por su "seguridad" ¿qué podemos esperar nosotros ante nuestro propio entorno?. El ciudadano de a pie frente a la violencia y el delito sabe que la locura existe como siempre existió, que las erráticas teorías sobre como encarar las terribles consecuencias que sufre no alcanzan ni siquiera a prevenir estos males que se han desparramado por grandes zonas de peligro. A esto se suma como causa y consecuencia el desmejoramiento de las condiciones económicas que, con distinta intensidad pero con resultado igualmente nefasto, deja tendales de desocupados, mendigos callejeros, sub empleos con salarios que no compensan la inflación y resentidos sociales con causa. Para completar el cóctel Molotov, la justicia lenta, la legislación confusa y anacrónica y un sistema carcelario que funciona por hacinamiento y brutalidad como escuela del crimen logrando que el que entra salga peor de lo que era en el momento de su ingreso.
Esa niña asesina accidental por la irresponsabilidad de sus padres, el instructor muerto por una cultura armamentista y retrógrada, las entraderas en nuestros hogares, el asesinato de ancianos y demás horrores en nuestro país, las guerras espantosas en Siria, Ucrania y Gaza, las crisis europeas con tendales de desalojados y estafados y funcionarios cínicos que dicen en el supuesto primer mundo: "Hay que trabajar más y ganar menos" y lo dicen desde autos de alta gama. Todo esto y mucho más habla del verdadero default, el moral.
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