Temores por la permanencia del cristinismo
Es el miedo más que la estrategia. Digan lo que digan. Los reacomodamientos opositores de los últimos días responden, más que nada, al temor que provoca la posibilidad de un cristinismo desafiante en el próximo período presidencial. Candidatos y partidos ya no debaten sólo cómo ganarán, sino también cómo gobernarán después del cristinismo. El oficialismo actual amenaza con el control de decisivos bloques parlamentarios durante el gobierno que viene y, además, advierte que podría tener el manejo de gran parte del conflicto social. Ningún candidato ni partido descarta ahora un futuro gobierno de coalición, pero todos son reacios a los espectaculares anuncios previos.
Por Joaquín Morales Solá | LA NACION
Por Joaquín Morales Solá | LA NACION
Una prueba de lo que podría ser y hacer el cristinismo fuera del poder es lo que está pasando en la Justicia. El Gobierno entendió que no podrá ejercer presión sobre los jueces. Fracasó la reforma judicial. En el Consejo de la Magistratura no logró los dos tercios necesarios para designar y destituir jueces. Promueve ahora una reforma del Código Procesal Penal que despojará a los jueces de la investigación criminal para colocar ese poder en manos de los fiscales. Sería el reino de la militante cristinista Alejandra Gils Carbó en la Justicia. Al mismo tiempo, el oficialismo se propuso "licuar el poder de la Corte Suprema", según el testimonio de un kirchnerista inconfundible. El proyecto contra la Corte no es sólo una estrategia para conservar el poder cuando el poder ya no esté; es también el plato principal en la bronca del día. La Corte está hoy en el podio de la furia presidencial.
El cristinismo cree que si sacude a la Corte y controla a los fiscales reducirá a los jueces a meros espectadores de la investigación penal. Propondrá dentro de poco al sucesor del juez Raúl Zaffaroni en la Corte Suprema. Sabe que el radicalismo no le habilitará en el Senado los dos tercios que necesita para nombrar a un juez de la Corte. Ya pensó en la contraofensiva. Impulsará que el número de miembros de la Corte sea de 15 (actualmente es de cinco), según una idea del propio Zaffaroni. Ese proyecto indica que la Corte debería dividirse en varias salas (penal, civil, comercial, laboral). El problema que tiene es que la Constitución habla de una Corte, no de varias. No importa. Licuar el actual poder del tribunal merece el olvido de la Constitución.
El cristinismo podría hacer sancionar en el Congreso la ley de ampliación de la Corte. Necesita sólo de la mayoría simple, si es que la consigue después de las últimas sublevaciones. Lo que no podrá hacer es nombrar a los jueces de la Corte, tenga ésta el número que tenga. Tampoco importa. El cristinismo se imagina con un enorme poder de veto parlamentario en el futuro gobierno. "Tendrán que negociar con nosotros y nosotros pondremos a algunos miembros de la Corte", se pavonean los hombres fieles a la Presidenta. Esta fracción política supone que podrá formar un bloque de entre 50 y 60 diputados nacionales. Podría ser, en efecto, la primera minoría de la Cámara, un bloque en condiciones de inclinar la balanza de las votaciones. Lo mismo sucedería, anticipan, en el Senado, aunque con números más modestos.
Sectores del peronismo y del radicalismo reducen semejantes expectativas, pero no son indiferentes a la importancia institucional que podría tener el cristinismo en el futuro. El radicalismo debatirá mañana sobre tres alternativas: un acuerdo electoral con Mauricio Macri, un acuerdo de esas mismas características con Sergio Massa o un acuerdo de gobernabilidad que incluya a Macri y a Massa. El problema del radicalismo es que no estableció a tiempo su política de alianzas. El debate se complica ahora. El presidente del partido, Ernesto Sanz, trabaja en un sistema de alianzas muy amplio, que incluye a Pro. Sanz ha crecido en los últimos tiempos, dentro de UNEN, como candidato presidencial. Elisa Carrió fue la pionera de ese acuerdo y es la vocera actual de su conveniencia.
El radicalismo se divide en parcelas. Los grandes distritos, la Capital, Córdoba y Mendoza, por ejemplo, están más cerca de acordar con Macri. Algunas provincias del Norte prefieren a Massa. En cualquier caso, ¿el elástico de los eventuales acuerdos está en condiciones de contener a esos dirigentes y también al socialismo, a "Pino" Solanas y a Libres del Sur? No hay elástico tan amplio en la política. El riesgo es que se rompa. O que termine en una vaga propuesta de acuerdos de gobernabilidad, que incluirían a Macri y a Massa, pero sin llevarlos a ofertas electorales conjuntas.
Sectores del massismo hablaron con radicales en los últimos días para proponerles que todos (radicales, Macri y Massa) participen de las primarias abiertas. El massismo teme a un cristinismo haciendo una buena elección en la primera vuelta de octubre próximo. El futuro Congreso se integrará en esa primera vuelta. El kirchnerismo perdería el ballottage, pero podría dominar el Parlamento. Macri no quiere saber nada con esa propuesta. Dice que es el único candidato que está creciendo realmente y que gran parte de su atractivo electoral se cifra en diferenciarse de los que gobernaron en los últimos 25 años. No llega a expresar la opción de Carrió ("mafia o República"), pero cada vez se le acerca más.
El eje de UNEN es el radicalismo; es en este partido donde mayores disidencias existen. Algunas son genuinas. Una porción del radicalismo señala que una eventual alianza con Massa terminaría por llevar casi todo el caudal electoral de ese partido hacia Macri. Ya sucedió en la Capital, donde el radicalismo ganó durante tres décadas. La fuerza electoral del macrismo capitalino recogió después a los radicales decepcionados. Otra porción radical preferirá siempre a un peronista como eventual aliado, porque viene del "campo nacional y popular". ¿Por qué Francisco de Narváez, que está a la derecha de Macri, pudo ser aliado del radicalismo en la provincia de Buenos Aires? Porque es peronista. Macri no lo es.
Hay actitudes menos explicables. Es el caso de Julio Cobos, que se envuelve ahora en las banderas de la ortodoxia radical para negarse a un acuerdo con Macri. Pero ¿no fue Cobos quien dividió al radicalismo en 2007 para terminar en brazos de los Kirchner? Cobos no descarta ahora volver a Mendoza como candidato a gobernador. Esa elección la ganaría. El propio Hermes Binner podría hacer lo mismo en Santa Fe, aunque dentro de UNEN, si progresara un acuerdo de los radicales con Macri.
Franjas radicales y peronistas no kirchneristas aportan la iniciativa de un acuerdo previo a las elecciones para crear luego un gobierno de coalición, capaz de maniatar al cristinismo en el Congreso. Irían separados a las elecciones, pero con el compromiso de gobernar juntos después. Quieren incluir en el pacto a Macri y a Massa. Macri no descarta una mayor amplitud luego de las elecciones, pero nunca antes. Confundiría a los electores. Massa tampoco está dispuesto a eso si le tocara enfrentar a Macri. Ninguno rechaza abrir su gobierno, pero cuando ya haya ganado.
No deja de ser extraño que el cristinismo provoque tantos temores. Tiene una admirable habilidad para complicar la vida del resto, pero es incapaz de resolver ninguno de los problemas que afligen a la sociedad. Ni la economía ni la inseguridad. Ni, mucho menos, la catástrofe política y social del narcotráfico, que hizo su primera aparición como extorsionador tan obvio como criminal. Fue cuando amenazó de muerte al periodista de LA NACION en Rosario, Germán de los Santos. ¿Es una amenaza retórica? Cuidado. En México se registra la mayor cantidad de periodistas muertos en América latina. El implacable verdugo es el narcotráfico. El Estado y su impotencia son cómplices implícitos.
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