2013, vísperas de la transición: La Argentina sin Cristina K

La sucesión de problemas, conflictos, cortinas de humo, dificultades de la vida cotidiana conforman un presente tan complicado para el habitante de este país que imaginar el día siguiente muchas veces resulta complicado. Sin embargo, en esta nota, se pretende avizorar una Argentina cuando el apellido Kirchner no habite más en la Casa de Gobierno. La puerta de ese futuro está abierta, observemos parte de la intricada ruta que habrá que recorrer.


"Gigante será la labor para reestablecer la credibilidad en las personas que sean elegidas para estar a cargo de las instituciones del Estado nacional, provinciales y aún municipales."
por JORGE HÉCTOR SANTOS
Twitter: @santosjorgeh
 
CIUDAD DE BUENOS AIRES (Especial para Urgente24). Hay que hacer un verdadero esfuerzo imaginativo para suponer el futuro de la Argentina cuando el apellido Kirchner, ni ninguno de los que los que han participado de sus prácticas totalitarias ocupe el sillón de Rivadavia.
 
De una crisis económica y social como la vivida en 2001/2, y tras años de inmensa fortuna donde todos los vientos de la economía mundial soplaron y aún soplan –con menor intensidad- a favor; el país deberá hacerle frente a un nuevo descalabro de una complejidad mayúscula y de dimensiones desconocidas desde el reestablecimiento de la democracia.
 
Cualquier descripción que se intente hacer resultaría enunciativa; ya que delinear un presupuesto del caos a recibir, faltando aún dos años de mandato de la huésped de la Rosada, demandaría un prolongado y –por demás seguro- incompleto listado.
 
Del cúmulo del inmenso desorden no escapan estos durísimos pasivos:
 
La penosa,  extensa y enmarañada tarea de unir al pueblo. Superar los enfrentamientos, las discordias, las intolerancias, terminar con las agresiones. En síntesis, restaurar el tejido social desintegrado perversamente desde el poder central.
 
Gigante será la labor para reestablecer la credibilidad en las personas que sean elegidas para estar a cargo de las instituciones del Estado nacional, provinciales y aún municipales.
 
Ni qué hablar del esfuerzo que habrá que realizar para recuperar, lentamente,  la credulidad; ya que el argentino, hoy,  no cree ni en lo que ve. La mentira y la ficción hicieron trizas la confianza.
 
Recomponer el orden social demandará un esfuerzo titánico.
 
Hacer cumplir las normas y las leyes que emanan del sentido común para respetar los derechos de los otros, y a su vez,  que respeten los propios implicará un sinfín de sinsabores y discordias.
 
Asumir la cada día más oscura realidad económica y hacerse cargo de los desequilibrios existentes, generará un doble sufrimiento; uno, por los años y enormes oportunidades desperdiciadas;  y otro, por tener que sobrellevar la pesada carga que impondrá la quebrantada herencia.
 
Como de constumbre los que menos tienen sufrirán más y la clase media volverá a a ser castigada; aunque los políticos y aún los economistas busquen suavizar el impiadoso derrotero que irremediablemente deberá franquearse.
 
Habrá que seguir erogando durante años los voluminosos subsidios que han destruido la necesidad, la voluntad y la capacitación para el trabajo de generaciones y familias enteras.
 
Se requerirá restaurar la seguridad jurídica, que devuelva –con el transcurso del tiempo- un clima propicio para la viabibilidad de los negocios.
 
Es de esperar que en el momento que se arribe a ese estadío sigan existiendo capitales de inversión que hoy escapan de Argentina pero deambulan en búsqueda de oportunidades en el resto del mundo.
 
La llegada de esos inversores creará fuentes de empleo que hoy faltan y nuevos recursos para alimentar al Estado.
 
Será imprescindible reconquistar una imagen potable de país en el concierto mundial, la que llevará tiempo. Actualmente,  la visión que los extranjeros con poder de decisión tienen del país de Cristina Kirchner es aún peor que la que tienen los nativos más críticos de su gobierno.
 
Se necesitará librar, sí o sí,  batallas contra la corrupción, el narcotráfico y la trata de personas; que tantas daños producen, la mayoría irreparables.
 
Deberá atenderse la inseguridad para poder configurar una vida donde los que estén detrás de las rejas sean los delicuentes y no los habitantes honrados, que hoy temen por su propia existencia y la de sus seres queridos.
 
La política de  derechos humanos deberán orientarse hacia el objetivo de exaltar la vida y dejar de lucrar con la muerte.
 
Todo esto y mucho más no se desarrollará en un ambiente estático. Por el contrario, las demandas sociales, más las ansiedades individuales y colectivas estarán a la orden del día. Los conflictos se multiplicarán.
 
Urgirá reconquistar el diálogo, que aún con diferencias, regenere la posibilidad de acuerdos, que vayan paliando las dificultades de todo tipo y tamaño que irán apareciendo.
 
Mientras tanto, el período de tiempo que media entre ese eventual momento de que nuevos administradores se hagan cargo de los variados daños que habrá dejado el kirchnerismo y el cristinismo, habrá que continuar transitándolo.
 
Si la Argentina luce herida, tirada en una cama de hospital público, donde escasean materiales y donde los posibles buenos médicos ni quieren acercarse a los improvisados facultativos que la atienden; qué duda cabe que el paciente seguirá empeorando, por más aplausos que concite cada palabra de la dama de negro, que habla de amor mientras cultiva el odio, predica el ejemplo de lo que no debe hacerse y pretende atesorar más poder y continuismo.
 
La nación, en una suerte de simbiosis con el nuevo Papa que arribó al sillón de San Pedro desde el fin del mundo, hace tiempo le viene diciendo a sus hijos “Recen por mí”.
 
Es muy justo y más que necesario.

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