Peronismo para todos y todas
Carrió defiende la participación de Macri en las internas abiertas del Frente Amplio UNEN. El resto de las fuerzas que confluyen a ese frente, sin decirlo a los gritos, no lo prefieren. Cobos y Binner saben que no les conviene para sus aspiraciones presidenciales, ya que el invitado Macri podría ganarles las PASO. Puesto en esos términos, pocos hacen negocio.
Por Beatriz Sarlo
Por Beatriz Sarlo
Además, FAU prometió un espacio de centroizquierda y no hay malabarismo que ilumine a Macri con esa luz que, de todos modos, nadie está muy seguro de que favorezca a los candidatos (¿a los votantes les significa algo la promesa de una “centroizquierda”?).
Pero, si esa promesa no significa para muchos votantes, en cambio debería significar para los políticos que la hicieron. El cualquierismo mediático pide una equivalencia entre los “políticos” y la “gente”, que se convierte en máscara de hierro obligatoria para los políticos: ellos no deberían ir ni un centímetro más allá de lo que la “gente” cree necesitar. Perros falderos de las encuestas (aunque, después, gobiernen de otro modo), los “políticos” dicen sólo aquello que sus asesores de imagen les informan sobre el alma de los ciudadanos. Pasable para hacer un afiche, no para pensar el destino de los próximos años. Copiar las frases atribuidas a “la gente” no mejora a nadie. La política es una práctica difícil y a tiempo completo que, salvo en momentos de alta movilización popular, queda en manos de quienes sienten como vocación el llamado de lo público. Que traicionen ese llamado para parecerse a “la gente” no hace la cosa política más sencilla sino más falsa.
Pero volviendo a la cuestión, Macri como hipotético invitado a integrar el FAU, su promotora comenzó hablando de Michetti, en el estilo personalizado con el que Carrió expone sus ideas que, no se engañe nadie, no son tan pasionales como el tono que utiliza. Y abierta esa puerta por el lado Michetti (que es el lado Bergoglio), le hizo señales a Macri, que todavía no dijo que sí.
La cuestión no pasa, sin embargo, por lo que diga Macri. Ni siquiera pasa por el supuesto de que, incorporado al FAU, les gane las internas a los que ahora son candidatos, básicamente Cobos y Binner, porque Sanz podría aspirar a la vicepresidencia de un Macri presidente. Y ya proporciona señales de que allí estaría su premio. La cuestión es, más bien, ¿por qué Carrió está convencida de que el PRO debe ir a una interna común con los radicales, los socialistas, el GEN, Proyecto Sur, Libres del Sur y otras organizaciones de izquierda?
Nadie puede estar en la cabeza de Carrió, Dios nos libre, donde es seguro que se descubren tanto una inteligencia superior como golpes intuitivos a los que no es obligatorio entregarse. Por lo tanto, lo que ahora viene son dos hipótesis.
Primera hipótesis (fácil). Carrió piensa que la Argentina está en peligro y que es necesario un“gobierno de salvación nacional”. No estoy evocando la Carta Abierta “La Patria está en peligro” ni el Comité de Salvación Pública de la Revolución Francesa. Pienso más bien en los frentes amplios que se forman ante una invasión, como en China durante la invasión japonesa, o para derrotar a un enemigo externo colonial o post colonial.
También para dar el primer paso en una crisis gigantesca provocada por una guerra. Palmiro Togliatti, gran jefe del Partido Comunista italiano, participó brevemente de un gobierno de coalición posterior a la caída del fascismo. Pero llegó a él con los votos de su partido, separado de la Democracia Cristiana. Incluso en la penosa situación de posguerra, los partidos compitieron en elecciones y Churchill fue rudamente derrotado por los laboristas, en beneficio de la clase obrera que, en pocos años, participó en la fundación del Estado de bienestar. Hay que examinar caso por caso la táctica de formar frentes de crisis para encarar situaciones excepcionales.
La cuestión es si estamos condenados a pensar la Argentina hundida en sucesivos e interminables períodos de excepción. Que existan voces, sin responsabilidad política directa, que hayan pedido que “se junten todos” no mejora la consigna. Marca solamente el nivel de ansiedad y, probablemente, la escasa experiencia de quienes reclaman esto, después de haber dictaminado que el gobierno de la Alianza, que llevó la fórmula De la Rúa-Chacho Alvarez, cayó, entre otros motivos, por la heterogeneidad incompatible de las tradiciones políticas que confluyeron en ella.
Si Carrió piensa que hay que salvar a la República del choque de los planetas, es lógico que persiga una alianza que, con líneas muy diferentes, lleve por programa la Constitución. Pero si Carrió se equivoca en el diagnóstico, a esa alianza de elementos heterogéneos y de opuestas familias ideológicas le espera un fracaso en términos de gobierno.
La Argentina necesita, como lo plantea Michelle Bachelet en Chile, una reforma impositiva y una reforma de la educación pública y privada. ¿Se pondrían de acuerdo en estos puntos Macri y la centro-izquierda? El escepticismo tiene mejores razones que el optimismo.
¿Y en caso de que el diagnóstico de una amenaza decisiva a la República sea equivocado? La alianza sería sólo un escenario formal. Resultaría extremadamente difícil acordar un ministro de Economía, salvo que pacten que el que gana las PASO se lleva todo y decide lo importante: economía, recursos naturales, esquema impositivo, etc.
Segunda hipótesis (ad absurdum). Carrió es peronista. Le pido al lector que siga leyendo un par de líneas. En los últimos setenta años el peronismo fue la fuerza que gobernó durante más tiempo la Argentina, pese a los golpes militares y a la proscripción desde 1955 hasta 1973. Un libro reciente, Peronismo y democracia, coordinado por Marcos Novaro, que incluye un excelente artículo suyo, menciona los rasgos que hicieron posible esa hazaña en un país considerado “inestable”: liderazgo carismático, plasticidad organizativa, apoyada a veces en el territorio, a veces en los dirigentes provinciales y municipales, a veces en la juventud, casi siempre en algunos sindicatos; y sobre todo, manejo discrecional de los dineros del Estado. Sobre estos rasgos básicos, el peronismo pudo ser neoliberal o sostener un discurso nacionalista y antiimperialista. A nadie se le exigió certificado de pureza ideológica ni un currículum impecable. Bastó con que aprendiera a silbar la nueva melodía implicada en cada cambio de liderazgo.
La extraordinaria longevidad del peronismo no puede hoy ser explicada por la memoria histórica de la experiencia 1945-1955 (no quedan sujetos portadores de esa memoria salvo en las cátedras de Historia y el kirchnerismo, devoto de los recuerdos, no los ha cultivado).
La lección que puede extraerse es que gobernó la Argentina un partido tercamente personalista en su estilo; populista, pero no siempre justiciero, en sus prácticas y sus programas. Un partido proteiforme (que gusta denominarse a sí mismo “movimiento”), capaz de digerir lo que ofrece cada coyuntura. El peronismo no tiene remilgos ideológicos ni carga un código de ética pública. Sabe que sólo tiene que sostener un liderazgo y, por distintos caminos, ganar elecciones para mantenerse en el poder y seguir ganando elecciones.
Entonces, ¿en qué sería Carrió peronista? Carrió pone en primer lugar a la República de la Constitución y a la ética. Sólo esto debería ser signo de diferencia suficiente. Sin embargo, si consideramos al peronismo como forma organizativa independiente de sus fluctuantes contenidos ideológicos, lo que ha prevalecido es la capacidad de unir y mantener relativamente juntos a sujetos muy distintos. El salteño Juan Manuel Urtubey se diferencia tanto de Boudou o de Mariotto, como Macri se diferencia de Hermes Binner. Si Urtubey, Alperovich y Urribarri aceptan el liderazgo cristinista (lo aceptaron sin sacar los pies del plato), ¿por qué Binner o Tumini o Stolbizer no podrían desfilar en el frente donde Macri les gane las internas abiertas?
Reduje a una “forma” electoral la propuesta de Carrió. Juan Carlos Torre afirmó que el peronismo puede arrimar la solución a los problemas creados por él mismo. También podría decirse que ofrece su modelo a los que desean intensamente derrotarlo. Y a quien crea, con igual convicción, en el poder personalísimo del liderazgo.
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