La ley contra uno solo, es venganza

Durante varios años, la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual fue un reclamo solitario en Libres del Sur y otras organizaciones que integraban el kirchnerismo no peronista. No era un texto contra Grupo Clarín en particular sino que reclamaban frecuencias para organizaciones que, en general, no pueden pagar esas operaciones a menos que el Estado se haga cargo de la financiación, una injusticia hacia el contribuyente, a quien habría que preguntarle si quiere pagar impuestos para que una seudo 'cooperativa' lo malgaste en contenidos que le importan a casi nadie. De todos modos, Néstor Kirchner mantenía a raya el proyecto porque eran los días de la alianza con Grupo Clarín, con Alberto Fernández como nexo. El proyecto sobre nueva Ley de Medios aparece después, con la ruptura, que todo el mundo ya conoce que fue un negocio en telecomunicaciones. Entonces Kirchner, y luego Cristina, embistieron. Pero, entonces, es una ley contra uno. No se legisla en esos términos, al menos en la República de la calidad institucional que expone Cristina desde el atril. Cristina, quien culpa por todos sus males a la prensa no oficialista en general, y desde la ruptura con Grupo Clarín, a ese multimedios en particular, ha acumulado tantos mitos sobre el tema, tantos falsos conceptos, tantas expectativas, que lo más grave es que una ley contra uno solo es una venganza que termina siempre insuficiente, provoca decepción y la necesidad de más venganza. Complicada la decadencia del Frente para la Victoria, que desperdició su fugaz recuperación usufructuando el marketing del luto.



"Para colmo, no me gusta el 7D, no porque Clarín me guste o me deje de gustar. Sino porque no se trata de la implementación de una Ley de Medios, sino de una ley contra Clarín; y eso no es ley, es venganza."

por JORGE HÉCTOR SANTOS
 
Twitter: @santosjorgeh
Web: santosjorgeh.blogspot.com.ar
Youtube: JorgeHectorSantos
 
 
CIUDAD DE BUENOS AIRES (Especial para Urgente24). Se dice que una persona está equilibrada psíquicamente cuando posee una apropiada síntesis entre la realidad y la ficción, más una cuota conveniente  de imaginación, sentido del humor y para auscultar los temas relacionados con la vida.
 
Un sujeto vive en sociedad y por tanto, la salud mental de esa sociedad que este integra se alineará bajo los mismos parámetros  descriptos.
 
No está de más señalar que la salud física depende en buena medida de una buena salud psicológica.
 
El ser humano argentino desde hace casi diez años viene sufriendo, de menor a mayor, una recurrente tarea de disociación, generada desde lo más alto del poder central de la Nación, entre la verdad y la mentira. Entre los agentes del bien y del mal.
 
La disociación se traduce en un cuadro social compuesto por ciudadanos que coexisten con fuertes incoherencias, sin llegar muchas veces a poder tomar conciencia de esto.
 
Los copiosos discursos de Néstor Kirchner, primero y de Cristina Fernández, luego, propalados desde el recurrente y viajero atril han recurrido a la alteración de realidad, a la propagación del odio, y a la creación para ello de diabólicos personajes; muchos de los cuales hasta eso momento eran desconocidos por la gran mayoría.
 
Todos estos habitantes del infierno cocinaban en las sombras, las más perversas conductas para postrar los sueños populares y conspirar contra el matrimonio santacruceño alojado en la Rosada que venía -según sus dichos- a reivindicar a esa gran parte del pueblo más pobre, desamparado frente a semejantes monstruos, tanto nacionales como internacionales.
 
La suerte de la soja a precios siderales y de las exportaciones de autos a Brasil le brindaron a la economía argentina  y por consiguiente a Néstor y a Cristina una suerte como para ser tenidos como magos de la prosperidad que sacaron al país de un cáncer terminal y lo  transformaron en un envidiable atleta, muy distante de su viejo lecho en la unidad de cuidados intensivos.
 
El saldo de los frondosos dineros que alimentaban la mentada caja K se expresaban en un color azul profundo. Tanto, que subsidios para todo y para casi todos fueron distribuidos a lo largo y a lo ancho del país, siempre a cambio de una incondicionalidad política absoluta que debía ser inalterable para que los mismos no se cortasen.
 
El gobierno llegó a tanto, que creyó no necesitar de funcionarios probos pero sí obsecuentes.
 
El resto de sus prácticas gubernamentales no presentaban mayores novedades.
 
La familia K, que habitaba la quinta de Olivos, implementaba de a poco las mismas prácticas reñidas con la más pura democracia que había ensayado en la lejana provincia del sur que convirtieron en su feudo.
 
A paso agigantado los Kirchner fueron creando con dineros públicos un inmenso monopolio informativo propio, compuesto por amigos que se hicieron propietarios de medios; por indecorosos dueños de medios que se arrodillaron por cuantiosas pautas publicitarias oficiales ante Él y/o Ella; y los medios del Estado que tomaron como propios.
 
Como si eso no bastara subsidiaron el fútbol y lo emplearon como elemento masivo de difusión de sus más viles campañas para denostar a quienes se oponen a su voluntad de ir por todo.
 
En un año, el último, la venda en los ojos de muchos se fue cayendo porque la fortuna del viento a favor se fue apagando.
 
Por más que el relato intente buscar causas exógenas, el desmanejo de los problemas que fue cosechando la ausencia de gestión o la malas praxis ejercida principalmente por Cristina Kirchner, ha llevado al país a enfrentarse con una nueva crisis diferente a la de 2001, pero crisis compleja al fin.
 
La desazón se ha apoderado del clima social.
 
Los enemigos que el gobierno ha puesto en la vereda de enfrente por no recitar el libreto oficial, se multiplicaron.
 
Si el gobierno, hoy, no está en peores condiciones es porque tiene una larga experiencia ganada durante años para destruir todo lo que encuentra a su paso.
 
Desde las instituciones, los jueces, hasta los partidos políticos.
 
Al igual que la capacidad que maneja para enfrentar a los argentinos y a las clases sociales entre sí.
 
Todo está devastado.
 
La Constitución Nacional y las leyes son letra muerta.
 
Los valores se han hecho añicos.
 
La infraestructura es calamitosa.
 
El país quedó anclado en los '70.
 
La irritación ha llevado a que el consumo de ansiolíticos se ha disparado varias veces.
 
La salud psíquica y física de la población es mala, tanto como su calidad de vida.
 
Los árboles que se multiplican a diario, no permiten ver el bosque.
 
Si el bosque pudiera ser observado, el humor social empeoraría y mucho.
 
El presente si malo, es mejor que el futuro que se aproxima.
 
Todo está fuera de lugar.
 
Argentina ni remotamente es la fragata Libertad. Aquella aunque lejos tiene capitán y está a buen resguardo.
 
El país es una nave a la deriva.
 
Los más fanáticos cristinistas se niegan a reconocer la realidad. La ficción los ganó.
 
Los más temerosos a aceptar que el futuro les da miedo; al leer estas líneas creerán que están escritas por un agorero o un anti K feroz.
 
Soy argentino y me gustaría que nada de lo que escribo fuese así.
 
No soy K ni anti K.
 
Soy tan solo alguien que busca lo mejor para todos y que se da cuenta que el camino por el que vamos está muy desviado del correcto.
 
Para colmo, no me gusta el 7D, no porque Clarín me guste o me deje de gustar.
 
Sino porque no se trata de la implementación de una Ley de Medios, sino de una ley contra Clarín; y eso no es ley, es venganza
 
El Grupo Clarín tendrá todos los defectos que tenga, pero emplea más de 16.000 personas. Es el mayor multimedio argentino pero pequeño en comparación con O Globo de Brasil, Televisa de México o Prisa de España.
 
A nadie, en ninguno de esos países, se le ocurrió que para democratizar la palabra había que crear un monopolio del gobierno ni desguazar a un grupo de medios.
 
El único que lo quiso hacer fue el presidente José María Aznar en España, y le fue muy mal.
 
Estar peleando entre hermanos para desguazar una empresa argentina es una falta de respeto.
 
Sí, una falta de respeto porque lo que se pretende es la imposición del pensamiento único, propio de un gobierno totalitario.
 
Una falta de respeto en un país donde el gobierno miente hasta en las cifras de los argentinos que sufren hambre, con fines electorales.
 
Una falta de respeto en un país donde la mayoría de los jubilados ganan una miseria.
 
Una falta de respeto en un país donde se multiplican los sin techos, mientras los funcionarios públicos acrecientan sus patrimonios y lucen costosos departamentos en Puerto Madero.
 
Una falta de respeto en un país donde la muerte está a la orden del día, por la inseguridad, que ni siquiera se reconoce.
 
Una falta de respeto en un país donde el gobierno se financia con la inflación que atormenta los más desposeídos.
 
Una falta de respeto en un país donde la República se hunde y la democracia naufraga, mientras la clase dirigente y política juega a ver cómo mejor se acomoda mientras la mayoría la pasa mal.
 
Una falta de respeto en un país donde el egoísmo ha hecho que cada día más se asocien al club del “sálvese quien pueda” fruto de una mezquindad reñida con la ética más elemental.
 
La clase media  afortunadamente es una luz de esperanza, al igual que los sindicatos y contados políticos que dejando la sumisión al poder absoluto que detenta Cristina, se animan a intentar que esta revea su conducta; algo que parece muy lejano.

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