¿Dónde están las manos de Juan Domingo Perón?

¿Registras la historia conocida como el féretro que el peronista Herminio Iglesias incendió en un acto en el Obelisco? Fue en los días previos a los comicios que nos sacaban definitivamente de la dictadura. Octubre de 1983. Raúl Alfonsín era el candidato radical que usaba el marketing de un publicista de renombre, David Ratto. Hacía promesas lindas pero que jamás cumpliría. Al menos su imagen y de su entorno era socialmente potable. 




La fórmula justicialista la encabezaba un hombre pulcro, Italo Argentino Luder, tan suave y prolijo que algunos le llamaban "boquitas pintadas". Luder no congeniaba con el resto de los peronistas que lo acompañaban. Hasta hacía un gesto de asquito cuando estaba con ellos.

La elección estaba reñida hasta que apareció en escena un ex intendente de Avellaneda, llamado Herminio Iglesias (después lo bautizarían "Exterminio" Iglesias).

La sociedad estaba harta de violencia, de patoterismo gansteril,  de peronismo bipolar (Triple A y bandas sindicales junto a "Montoneros" y peronismo socialista). Pero el ADN del radicalismo arrastraba esa cosa de inutilidad práctica desde el gobierno de Arturo Illia, derrocado en 1966 por un general mediocre como pocos: Juan Carlos Onganía.

El 28 de octubre de 1983 las encuestas más creíbles daban una ligera ventaja al peronismo. Tenía que suceder algo terrorífico para torcer la tendencia, a dos días de los comicios.

Y ese milagro radical existió. Con un semblante más parecido al exorcista y los films de terror que a un caudillo político. Herminio Iglesias quemó, prendió fuego delante de un millón de personas y otros muchos millones que lo miraban por TV, a un féretro que llevaba la bandera de la Unión Cívica Radical.

El único orador del acto fue Luder, pero quien decidió el destino de la elección fue la quema del cajón radical. Ahí los indecisos dejaron de serlo y muchos peronistas le dieron la espalda repudiando que personajes como los que representaba Herminio Iglesias llegaran al poder.
Dos días después, ganó Alfonsín. El Presidente electo también tuvo entre sus filas a personajes como Herminio Iglesias, aunque vestidos de saco y corbata y usaban guantes blancos para sus operaciones secretas. No fue un dechado de santidad su gobierno, aunque siempre pareció que a "Don Raúl" le escribían ya no el Diario de Irigoyen, sino los partes de inteligencia de su servicio secreto que nunca le contaban la Argentina misteriosa y algo trucha de su mandato.

¿Me preguntás qué tiene que ver esta historia de 1983 con la profanación a la tumba de Perón y el cercenamiento de sus dos manos?

Ahí va la respuesta.

Mediados de 1987. Faltaba poco para la elección de gobernador en la provincia de Buenos Aires. Era en septiembre y la tendencia para las presidenciales de 1989 era evidente. Quien ganara en el distrito provincial asomaba como futuro triunfador de las elecciones en dos años.

También en 1987 la elección era peleada. Antonio Cafiero en su momento pleno y un joven radical sonriente que estrenaba dentadura postiza: Juan Manuel Casella.

Escenario de 1987: promesas electorales incumplidas en el gobierno de Alfonsín, inflación galopante, crisis militares mal llevadas (rebeliones de los "carapintadas" desde Semana Santa en adelante) y un país bastante caótico mientras el marketing de Alfonsín seguía como si nada.
Cafiero siempre fue bastante hábil para los escenarios mediáticos. Lo fue mejor después de la muerte de Juan Domingo Perón, que lo solía chicanear para que no pasar su rol de actor secundario.  El viejo caudillo fue muy demoledor con quienes aparecían asomando la cabeza más de la cuenta. 

Relegó la candidatura de uno de sus delegados personales, un eminente neurólogo (neuroperonista) con una frase de antología: "Matera se peina como Gardel, se viste como Gardel, habla como Gardel...El problema compañeros es que  no canta como Gardel".

Cafiero en 1987 no tenía un Perón que le marcara la cancha y se largó a su candidatura a gobernador de la provincia de Buenos Aires desatado de inhibiciones.

A Casella lo sostenía un aparato que comenzó a llamarse con una extraña denominación: Los psico-bolches.  Como bien lo definió Jorge Asís, los psico-bolches eran izquierdistas culposos que estaban dentro del radicalismo porque no tenían más cabida en otros partidos pequeños. El sentimiento de culpa los hacía aparecer con discurso menos facho que la llamada "derecha".

 La mutación de los psico-bolches finalizó con lo que hoy se llaman "progres". Otra rareza política vernácula, pues se juntan en la misma bolsa represores y reprimidos, o ex Ucede como Amado Boudou con ex Montoneros como Carlos Kunkel. Sí, de diván, pero dejamos la antropología para otra ocasión.

Estábamos en 1987, Antonio Cafiero con toda la ventaja para ser gobernador de la provincia y las presidenciales de 1987 iban directo al triunfo peronista.

Tenía que suceder algo catastrófico tal cómo cuando Herminio Iglesias quemó el féretro con la bandera radical cuatro años antes. Si ocurría, Casella y sus implantes dentales le sacaba el triunfo de las manos.

Algo de eso iba a ocurrir en el acto de cierre de campaña de Antonio Cafiero.

Iban a arrojar las manos amputadas de Juan Domingo Perón al escenario y arruinarle otra vez la fiesta al peronismo.

Plan macabro, si los hubo. Otra vez vincular al justicialismo con la necrofilia y la muerte. Iba a suceder, pero algo cambió la historia. 

El monje negro que organizó la patraña se echó atrás, o mejor dicho lo hicieron retroceder y la operación nunca se llegó a realizar.

Por eso te decimos que la profanación de la tumba de Perón no fue una exótica maquinación de masonería internacional, ni una cuestión de sacar dinero de cuentas bancarias inexistente en Suiza ni fantochada parecida que rondó en los mentideros mediáticos y de inteligencia de la Argentina.

La profanación fue una absurda maniobra de cabotaje cuyo motivo final nunca pudo concretarse. Obvio, Cafiero ganó la elección de 1987 y el peronismo la Presidencial de 1989.

En las próximas entregas te daremos mas detalles y evidencias de porqué siempre se mantuvo impune el delito. De Alfonsín hasta hace horas, ningún Presidente se atrevió a tomar la decisión política de investigar a fondo la profanación.

El mundo desconocido de los muertos sigue aterrando a los políticos argentinos. Entonces, de eso no se habla. 


Por Jorge D. Boimvaser
info@boimvaser.com.ar

Comentarios

Entradas populares