Crueldad mental
Desde la más tierna infancia este ahora vejete que aquí escribe solía leer en las revistas dedicadas al mundo del espectáculo que tal o cual estrella de Hollywood se divorciaba aduciendo ante los juzgados pertinentes como causal de separación "crueldad mental". En aquellos tiempos no se entendía bien el concepto y se atribuía a esas glamorosas estrellas frivolidad y ligereza moral. Claro, en países donde no estaba legalizado el divorcio y se consideraba que "lo que Dios unió sólo Dios puede separar" se asumía que el matrimonio era sagrado y que por lo tanto se asemejaba a una cadena perpetua donde los cónyuges tenían la obligación moral de soportar desprecios, abusos verbales, palizas, engaños, presiones, cuernos y demás agresiones físicas y psicológicas. Desde luego que no todos aguantaban estoicamente tantos horrores y las separaciones de hecho eran abundantes, pero la situación estrictamente legal era absolutamente desfavorable en países donde la iglesia no estaba separada del Estado y la religión era oficial aunque se admitía la libertad de culto.
Por Enrique Pinti | Para LA NACION
Estas reglas contradictorias y semi-esquizofrénicas permitían algo prohibiendo otros "algos" que en realidad debían ser complementarios y no opuestos. Si soy libre de profesar ciertos cultos y también puedo optar por no profesar ninguno ¿por qué no puedo tener legalidad absoluta para mis opciones de vida si con ello no robo, ni violo, ni mato?.
Por Enrique Pinti | Para LA NACION
Estas reglas contradictorias y semi-esquizofrénicas permitían algo prohibiendo otros "algos" que en realidad debían ser complementarios y no opuestos. Si soy libre de profesar ciertos cultos y también puedo optar por no profesar ninguno ¿por qué no puedo tener legalidad absoluta para mis opciones de vida si con ello no robo, ni violo, ni mato?.
Así millones de seres humanos debían callar, aguantar, minimizar y disimular situaciones miserables y patéticamente desagradables en aras de la protección de la familia y el respeto a los hijos, hijos que en muchos casos se veían perjudicados psíquicamente al presenciar insultos, desprecios y violencia verbal en el seno de sus hogares. La hipocresía social y la doble o triple moral destruyeron muchas vidas y se ejercía la entonces llamada "crueldad mental" entre matrimonios. Hoy a eso se lo denomina violencia de género pero, modestamente, no es descabellado llamarla violencia a secas pues mujeres y hombres pasan por parecidos calvarios.
Todos sabemos que hay víctimas y victimarios y que por la organización machista de nuestras sociedades las mujeres son las que sufren más atropellos y están sometidas a mayores peligros, pero la mala convivencia es producto de situaciones de oscuras raíces y múltiples motivos. Ahora hay divorcio, separación de bienes y custodias parentales compartidas y regimentadas por disposiciones judiciales pero el egoísmo, la codicia, el resentimiento y el deseo de revanchas y venganzas surgidas de la bronca, la irracionalidad y el ego siguen produciendo efectos muy negativos para los hijos, víctimas inocentes de tanta estupidez.
La crueldad mental que nos parecía sensacionalismo hollywoodense de estrellas millonarias que habitaban palacetes de Beverly Hills sigue siendo hoy la causa principal de conflictos en los que seres humanos pierden su dignidad; también convierten la vida, esa única vida que tenemos y que despreciamos como si fuera eterna, en un infierno y, lo que es peor aún, perjudican la vida de los supuestos "frutos del amor". Y no son sólo los mediáticos televisivos como tampoco eran sólo los famosos de Hollywood, miles de matrimonios terminan como aquella inolvidable "Guerra de los Roses" que acababa con la muerte de los esposos que hicieron del amor, odio y del enamoramiento, encono mortal.
Todo nace de los prejuicios sociales y de la presión de doctrinas y religiones que propugnan amores eternos totalmente improbables, absolutamente excepcionales y que deberían convertirse en bellos recuerdos y no en peligrosas obsesiones, dictadas por el egoísmo y la equivocada teoría de la posesión de otro ser humano que no nos pertenece.
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