Crisis tras crisis

Las crisis de todo tipo que sufre la humanidad tienen orígenes y motivaciones muy diversas. Y los pueblos que son víctimas de esos conflictos no pueden tener lo suficientemente claro cómo comenzaron y quiénes fueron los actores sociales que impulsaron esas hecatombes. No pueden porque, arrasados y superados por las pérdidas materiales y espirituales que semejantes catástrofes engendran, desarrollan a los ponchazos el instinto de conservación, que los impulsa a intentar manotazos de ahogado sin lugar para ejercer la reflexión atinada que esos fenómenos requieren.


Por Enrique Pinti |  Para LA NACION

Es así que en esas turbulencias brota lo mejor y lo peor de nuestra naturaleza. Y, generalmente, nos dejamos dominar por teorías mayoritariamente fogoneadas por círculos de mucho poder que buscan, por todos los medios, echarle la culpa de los desastres a factores ajenos a ese poder y endilgan a, por poner un ejemplo habitual, los extranjeros ilegales, a la falta de moralidad pública, al deterioro de la educación y demás tópicos típicos que son también responsabilidad de esos círculos del poder. Cuando les conviene, hacen la vista gorda a la inmigración ilegal porque les resulta mucho más barato contratar por unas monedas a gente indocumentada sin derecho a ninguna reglamentación que determine ningún tipo de garantía ni, mucho menos, ningún tipo de carga social. Esos grupos también tienen una fuertísima fuente de ingresos en la trata de personas, fundamentalmente mujeres -muchas de ellas menores de edad- secuestradas, raptadas o atraídas por mentirosas propuestas pseudo artísticas para su explotación sexual. Cosa que, por supuesto, contribuye a la inmoralidad pública que escandaliza a sociedades pacatas e hipócritas.

Y también las crisis traen como consecuencia la desocupación o subocupación de inmensas cantidades de seres humanos que no reciben educación y que van perdiendo la cultura del trabajo reemplazándola por el robo, el trapicheo de droga barata y la delincuencia como modus vivendi.
A todo esto cada gobierno dice que lucha denodadamente contra estas lacras, mientras las oposiciones son severísimas en la crítica cuando no son gobierno y, de pronto, al llegar al poder, después de uno o dos años hablando del anterior, comienzan a dar porcentajes optimistas por todos los medios a su alcance, negando lo innegable y justificando lo injustificable.
Y así gira la calesita una y otra vez, las crisis pasan, se calman, se disfrazan con medidas drásticas que son eficaces para salir de las situaciones álgidas, pero que a mediano plazo por mala praxis, intereses sectoriales y delirios de eternización en el poder, pierden su razón de ser y son el tobogán por donde más tarde o más temprano las sociedades vuelven a caer en precipicios evitables.
La humanidad ha pasado por guerras, catástrofes naturales o provocadas por codicia y falta de sensibilidad, inflaciones, deflaciones, malversaciones, corrupciones desvergonzadas, engaños y equivocaciones de un poder obsesionado por la dominación y la teoría del conflicto permanente y del enemigo perpetuo al que hay que aniquilar de cualquier manera aunque incluya millones de muertos, deterioros morales, locuras colectivas, torturas inhumanas y vergonzosas derrotas de todo tipo. Incluso, ganando en el campo bélico, pero dejando tendales de traumas, locuras y psicosis autodestructivas. Y si el mundo todavía no se ha destruido totalmente es por la capacidad del ser humano para renacer de sus propias cenizas.
Las ciudades se reconstruyen, las cosechas vuelven a ser favorables, las economías pueden volver a funcionar. Sin embargo, las víctimas irrecuperables de cada catástrofe no pueden superar el terrible recuerdo del horror. Muchos olvidan para no morir, otros perdonan para seguir adelante, pero otros muchos, muchísimos, llevan de por vida el dolor, la rabia por la injusticia, el temor a que todo vuelva a empezar. Por eso, es imperioso estar atentos a cualquier avasallamiento de la dignidad.

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