El mal negocio
Los seres humanos somos un misterio muy difícil de explicar. Somos capaces de lo más sublime, lo más bajo, lo más generoso o lo más egoísta. Muchas veces la misma persona bajo determinadas circunstancias y en diferentes contextos puede realizar actos diametralmente opuestos cuyas motivaciones reales son inexplicables desde la lógica de una supuesta "normalidad".
Por Enrique Pinti | Para LA NACION
Por Enrique Pinti | Para LA NACION
Personas de antecedentes impecables con historias de vida llenas de virtudes de pronto cometen actos reprobables y hasta monstruosos; y personas con los peores antecedentes pueden sorprendernos con repentinos gestos de solidaridad y afecto. Desde luego y por fortuna son situaciones excepcionales, poco comunes, y no marcan tendencia. Pero existen y desorientan cada vez que toman estado público.
Las ambiciones de riquezas y poder suelen ser factores decisivos para torcer el camino de personas que, ante la tentación de conseguir un mejor nivel de vida y una situación social que les facilite el acceso a los grandes círculos privilegiados, son capaces de olvidarse de la ética, la moral y la honestidad. Esto lo observamos en muchos políticos que, a pesar de ser razonablemente ricos por su oficio, profesión o por haber nacido en el seno de familias de alcurnia, caen en la tentación de meterse en negociados, coimas, comisiones y chanchullos no justificables.
Estas acciones son al menos entendibles en personas que han accedido a una posición acomodada en poco tiempo y que provienen de sectores de poco poder adquisitivo. Pero, absolutamente incomprensible entre los que antes de entrar en la política ya eran millonarios. La única explicación posible es la tan difundida teoría popular de que "cuanto más tienen, más quieren". Por eso da un poco de risa amarga aquella creencia que dice: "Yo voy a votar a Fulano porque como es rico no va a robar". La crónica diaria nos enseña que esa afirmación no es casualmente una "verdad revelada".
La gente honesta no puede entender cómo se puede vender el alma al diablo, cómo se puede renunciar a la inefable sensación de apoyar cada noche la cabeza sobre la almohada con la certeza de que no se le debe nada a nadie y que nuestra conciencia está en paz porque lo que hemos logrado ha sido con trabajo honrado, estudio y dedicación. Pero, a veces, la gente honesta se harta de ver cómo los otros acceden a posiciones desde donde pueden conseguir todo lo que desean y pactan con la corruptela pensando que son lugares de los que se entra y se sale sin mancha.
Esa es una grave equivocación de la que sólo toman conciencia cuando ya es muy tarde y son atrapados por una justicia, que cae sobre ellos con más rigor que sobre los corruptos con oficio y antigüedad. Para ellos esa es una característica que los hace invisibles porque saben hacer las cosas con los suficientes recaudos y tienen las amistades apropiadas que pueden protegerlos de cualquier castigo. Y es así como el "perejil" paga y el experimentado corrupto termina por ser declarado inocente o, al menos, con causa prescripta so pretexto de que el tiempo legal pasó y lo eximió de responsabilidad.
Es por eso que, a modo de Viejo Vizcacha, el mejor consejo para dormir tranquilo es rechazar toda tentación de enriquecimiento mágico. Porque el que vivió con honestidad gran parte de su vida es proclive a meter la pata, a no tomar recaudos y a ser traicionado por los buitres con mayor experiencia y código moral roto desde muy temprana edad. Más allá de las apariencias se trata de un mal negocio, el negocio del negociado.
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