Angeles y el reino de la noticia deseada
Rocío Abigail Juárez tenía 22 años. Su cadáver se encontró el 4 de junio en Zárate: había sido violada, asesinada de un balazo en la cabeza y luego quemada.
Siete días después, el martes 11 de junio, apareció el cadáver de Angeles Rawson en la CEAMSE de José León Suárez. Estaba desaparecida desde el lunes. Son por demás conocidos los detalles de esta historia: el caso Angeles sufre de exceso de detalles. Lleva semanas en la prensa y representa lo que Miguel Wiñazki bautizó como “La noticia deseada” en el libro que lleva ese título. En el ensayo, Wiñazki analiza tres casos: el asesinato de Alfredo Yabrán, la muerte de Carlos Menem junior y el caso de los hijos del ex presidente Fernando de la Rúa.
En los tres, pese a las pruebas, el público generó una noticia diferente a la realidad. A pesar de que hemos mostrado las fotos de la autopsia de Yabrán por televisión –en América, durante un ciclo titulado “Por qué”– hay quienes todavía piensan que Yabrán está vivo y disfrutando de sus millones. En el caso de Junior, se demostró que los impactos de bala en el helicóptero en el que viajaba se habían producido después del accidente, pero muchos sostienen aún hoy que se trató de una venganza contra su padre. Y en cuanto a los hijos de De la Rúa copiándose sus exámenes, nadie lo creyó: en aquel momento –del primer diario Perfil– el público necesitaba creer en la honestidad del entonces presidente. “Esta era una noticia no deseada”, dice Wiñazki.
“Cuando falta información adviene la noticia deseada porque todo el mundo teje hipótesis. La noticia deseada es siempre la hipótesis más escatológica, macabra y en general relacionada con la conspiración. Y el periodismo, a veces, se doblega frente a la noticia deseada y se entrega a la opinión publica”, concluye.
Nadie decepciona sus propias expectativas.
“La gente tiene un culpable, ya decidió –le dice a Clarín Ricardo Canaletti, periodista de larga trayectoria en Policiales–; este caso es la peor publicidad que se le puede hacer al juicio por jurados, cosa que lamento, porque la gente ya tiene un preconcepto. No se la ha preparado”.
–Pero, y entonces: ¿fue el padrastro?
–No lo sé. Lo que me interesa ver es que el público está absolutamente empeñado en que no fue el portero. ¿Basado en qué? En la cara de ambos. La intuición general atrasa un poco: remite a Cesare Lombroso (Verona, 1835-Turín, 1909), un médico y criminólogo italiano representante del positivismo criminológico, llamado en su tiempo Nueva Escuela. Para Lombroso el delincuente tenía, siempre, tendencias innatas de orden genético, y éstas podían detectarse en los rasgos físicos: asimetrías craneales, formas de mandíbula, orejas, arcos superciliares, etc. Para decirlo de otro modo: había “ojos de asesino”, “boca de violador”, “nariz de ladrón”. “Para los criminales natos adultos no hay muchos remedios –escribió Lombroso en “Le piu recenti scoperte ed applicazioni della psichiatria ed antropologia criminale”–, es necesario o bien secuestrarlos para siempre, en los casos de los incorregibles, o suprimirlos, cuando su incorregibilidad se torna demasiado peligrosa”.
El público persiguiendo la noticia deseada y los medios en búsqueda del rating se niegan a ver las evidencias que involucran al portero, a saber:1) Su declaración testimonial: el sábado 15, el encargado reveló: “El responsable de lo de Ravignani 2360 fui yo. Mi señora no tuvo nada que ver con el hecho”.
2) Las pericias indicaron que el perfil genético encontrado en los restos de piel hallados debajo de la uña de tres dedos (índice, mayor y anular) de la mano derecha de Angeles corresponde al ADN de Mangeri. “La ciencia coloca a Mangeri en la escena del crimen”, dijo Pablo Lanusse, abogado del padre de la víctima.
3) Mangeri incurrió en continuas contradicciones. “Tenía el cuerpo lleno de marcas, que podían haber sido realizadas por la víctima durante su defensa ante un ataque. Presentaba lesiones autoproducidas, posiblemente para enmascarar aquéllas que habría sufrido inicialmente con motivo de la violencia que ejerció contra la menor”, dijo la fiscal María Paula Azaro.
4) Los peritos del Cuerpo Médico Forense de la Corte establecieron que las lastimaduras que tenía el portero en su cuerpo no se correspondían con “torturas”, como él mismo había denunciado.
5) Mangeri aseguró que el día del crimen no salió de su departamento por un malestar estomacal. Se contradice con la declaración de un taxista que dijo que ese día lo trasladó durante cinco cuadras. El horario del viaje coincide con el momento en que se apagó el celular de Angeles, a las 21.50.
6) Durante su declaración testimonial, Mangeri dijo que trabajó martes, miércoles y jueves de la semana pasada en la obra de un edificio vecino. Pero el encargado suplente dijo que no lo vio.
7) Dominga Trinidad Torres, empleada doméstica, dijo que Angeles no fue a su casa el día que desapareció. Para la Fiscalía significa que Angeles ingresó al edificio, pero no al departamento.
8) Dos mujeres denunciaron que Mangeri era acosador.
9) Los vecinos coincidieron en que, el día del crimen, Mangeri les pidió por el portero eléctrico sacar la basura dos horas antes de lo habitual.
Nunca nada alcanza: “Fue el padrastro”, repite el público. “Debe haber sido”, insisten los medios atentos al minuto a minuto.
Del otro lado del televisor, millones de personas que no creen en absoluto en la Justicia ni en la Policía –y hacen bien en ser escépticos– asisten perplejos al desarrollo de esta novela de la vida real.
“Es un ángel que tiraron a la basura –le dijo a Clarín la psicóloga Silvia Alejandra Braida–; la gente no puede salir del asombro y la perplejidad. La fantasía social que se generó remite al ángel muerto. Algo difícil de tolerar, una situación que produce mucha vulnerabilidad”.
Si fue el padrastro, el miedo se circunscribe: todo queda en una familia enferma. Pero si fue el portero, si el portero mató al ángel y lo tiró a la basura, ¿qué hacemos con el miedo?
Investigación: JL/María Eugenia Duffard/Amelia Cole
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